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¿La Fiesta en Paz?

San Marcos, Aldo Orozco y la reivindicación del toreo

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En imagen de archivo, Aldo Orozco, en el lienzo charro Ignacio Zermeño de Guadalajara, JaliscoFoto Notimex
¿S

abe usted cuál es el principal problema de la fiesta brava?, me preguntó un viejo aficionado, y antes de que intentara responderle afirmó: ni siquiera los multimillonarios metidos a empresarios, ni la monotonía de los toreros, ni la ignorancia del público, ni las componendas de los comunicadores, ni el ridículo de las autoridades. El principal problema de la fiesta brava es ¡la bravura!

Por eso, de unos 50 años para acá la bravura se ha vuelto ocasional, añadió el hombre en un tono aclaratorio más que nostálgico, y precisó: a este espectáculo los propios taurinos, los que viven de esto y dicen saber, lo han adulterado en aras de una comercialización del ganado para comodidad de las figuras, que a la postre resultó contraproducente.

Si la economía dificulta criar un toro de cuatro años porque las empresas no lo pagan, los toreros que figuran no lo quieren, los públicos no lo exigen y las autoridades no lo imponen, esos taurinos optan por el novillo gordo al gusto de los que medio meten gente a las plazas, un astado desbravado pero dócil y repetidor para faenas de dar pases. Sólo que sin la evidente sensación de peligro que trasmite el toro adulto sin perdonar errores, el toreo carece de grandeza.

En tauromaquia, prosiguió, el invocado arte no vale nada si las suertes se realizan ante un animal joven sin instinto de pelea pero sobrado de motor para pasar, y pasar por ambos lados delante de una muleta que más que templar y mandar aprovecha esa embestida perseverante en lugar de emocionante. La continuidad entonces usurpa el lugar de la intensidad. Pero valor, inteligencia e inspiración se demuestran delante del toro con edad y trapío, cuyo comportamiento no es cómodo sino comprometedor si de verdad se intenta dominarlo. Y se marchó con paso firme, como sus convicciones de aficionado pensante.

Lo anterior viene a cuento porque el encierro de San Marcos, de Ignacio García Villaseñor y Marcos García Vivanco, lidiado hace ocho días en la Plaza México, le devolvió al toreo su jerarquía y emoción: seis reses con edad y trapío, no de entra y sale, que sirvieron para medir el nivel de torería –actitud y aptitud– de los alternantes, así como la eficacia de los banderilleros Ramón Saldaña y Christian Sánchez y del varilarguero César Morales.

Mal acostumbrados los taurinos y el público de México al toro anovillado y descastado, se han desentendido de la materia prima de la fiesta, de la que depende no el éxito más o menos fácil del torero sino la posibilidad de emoción del gran público, que no paga para divertirse viendo posturas sino para que un toro y un torero emocionantes le toquen las telillas del corazón. Y por esa comodidad mal entendida es que aquí no conocemos la estatura torera de las figuras importadas, a la vez que se retrasa el relevo generacional de los diestros que empiezan a interesar.

Un toro podrá ser bravo o manso, noble o áspero, pronto o tardo, con recorrido o media embestida, pero primero tiene que ser un toro con cuatro años cumplidos y sus astas íntegras. Esto no es fundamentalismo torista, sino perenne exigencia de verdad en el encuentro sacrificial entre dos individuos cuyo desenlace necesariamente será mortal para uno, otro o ambos. Pero el peligro tiene que olerse.

La corrida de San Marcos, sin exceso de kilos pero con el trapío que da la edad, tuvo comportamiento de adulta, con sus cualidades y defectos, lo que exigió de los lidiadores ética antes que estética. Por eso el triunfador de la tarde, junto con los ganaderos, fue el de menos rodaje, Aldo Orozco, con más pundonor que especulación y más entrega que lógica, tanto con el peligrosísimo Villancico, al que le faltó castigo, como con el rajado Muégano, al que supo sacarle insospechado partido en tablas. A algunos les pareció excesiva la oreja otorgada a Orozco, pero en la Plaza México se sueltan tantas orejitas por apoteosis ridículas que bien valió premiar a un joven prometedor que supo hacerle fiestas a toros hechos y derechos. ¡Enhorabuena!