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Ver día anteriorDomingo 2 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El Despertar

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P

arece difícil invitar a un ánimo festivo al final de 2010. Una oscuridad extrema se extiende en el paisaje de México. Este mismo día, en el periódico se reportan 20 mil secuestros de emigrantes y más de 30 mil muertos en los cuatro años recientes. La carestía y el desempleo han aumentado. La desorganización inducida e infame de Pemex permite un desastre del que nadie es responsable. La política de comunicación del gobierno, dotada de un optimismo falso y trágicamente irreal, empeora las cosas. México ha perdido cuotas importantes de su posición económica y de su soberanía el último año. Y sobre todo ello las hermanas fatídicas: la corrupción y la impunidad. Como es lógico, la mayor parte de la población se contamina de una profunda depresión.

¿Por qué creer en la luz en medio de la oscuridad? Porque México tiene recursos, inspiración, capacidad creativa, laboriosidad; el pueblo puede iniciar un despertar que se convierta en un amanecer y disipe la densa sensación de pérdida de destino. A eso apostamos los que estamos trabajando por la transformación de México.

Al final de 2010, conmemoro muchos ejemplos individuales de esta capacidad de afrontar desdichas y sufrimientos con temple extraordinario. Para mencionar unos cuantos, entre mis amigos, Miguel Ángel Granados Chapa, que ha afrontado gallardamente la enfermedad como lo han hecho Francisco Eduardo Pérez y Muñoz, y don Enrico Pinchetti. Aquellos que acrisolan su entereza después de perder a sus parejas, como Francisco Paoli, y de modo reciente Amelia Bianchi. También rindo homenaje a los que han trabajado heroicamente para construir el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador, y de modo insigne a él mismo. En todos ellos y en miles la adversidad parece generar una respuesta magnífica.

Me viene a la memoria, y este es mi obsequio, el ejemplo de Beethoven, quien en medio de la enfermedad y de la sordera rindió homenaje al deseo de la alegría. En el sorprendente coro final de su última sinfonía, el compositor, incapaz de escuchar el poema de Schiller, lo entregó en una música sublime que sólo resonaba en su mente:

¡Alegría, hermosa chispa de los dioses, hija de Eliseo!/ ¡Ebrios de ardor penetramos, diosa celeste, en tu santuario!/ Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado,/ todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave./ ¡Abrazos, criaturas innumerables! ¡Que ese beso alcance al mundo entero!/ ¡Hermanos!, sobre la bóveda estrellada tiene que vivir un Padre amoroso./ ¿No vislumbras, oh mundo, a tu Creador?/ Búscalo sobre la bóveda estrellada./ Allí, sobre las estrellas, debe vivir.