Domingo 2 de enero de 2011, p. a12
Un hombre dotado de gran habilidad mental, con audacia para enfrentar a las letras y con el conocimiento suficiente para hablar la lengua griega con fluidez, Thomas De Quincey, el revolucionario sin revolución y sin ideología organizada
, abandonó su acomodada situación social y el estudio académico para sumergirse en la marginalidad que lo llevaría a las puertas del opio.
Una condición social que eleva demasiado a un hombre por encima de sus semejantes no es la más favorable para las cualidades morales o intelectuales
, asegura De Quincey en su libro Confesiones de un opiófago inglés, la primera de tres entregas autobiográficas donde narra su fascinación por el mundo del lumpen social, su salvación ante el aburrimiento intelectual en que vivió desde niño.
Con prosa fresca, pese ha ser escrita en el siglo XIX, De Quincey deja en claro su sentido de inadaptación social, el deseo de experimentar la soledad total a cambio de la sabiduría; no le bastaba el conocimiento si no podía tener la humildad para convertirse en filósofo, su meta.
Sin embargo, la trampa que poseen las flores de adormidera logró envolverlo, primero como anestésico ante el hambre, más tarde para enfrentar los dolores de neuralgia, por último como adicción que le permitía ampliar sus sentidos y su entendimiento de grandes filósofos, como Kant.
El opio también se convirtió en fuente de las pesadillas que tuvo el reconocido escritor, quien después de saltar al abismo a los 18 años, cuando escapó del colegio, llegó a consumir hasta 8 mil gotas diarias del estupefaciente.
Sí, el consumo del opio es un placer sensual y si me siento obligado a confesar que he abusado de él, no es menos cierto que he luchado contra esta fascinante esclavitud
, aclara De Quincey en el primer libro que lo llevó al reconocimiento literario.
Título: Confesiones de un Opiófago, La diligencia inglesa
Autor: Thomas De Quincey
Editorial: Atalanta
Precio: 405 pesos
Número de páginas: 212