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Ayer comenzó la conmemoración internacional por el bicentenario del creador húngaro

Experto de la UNAM revela puntos de contacto entre Liszt y México

El investigador Paolo Mello analiza el legado del compositor a la escuela pianística del país

Nadie como él encarnó el espíritu del artista romántico del siglo XIX, dice Armando Merino

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Franz Liszt al piano, ca. 1875. Tomada del libro Franz Liszt, su biografía en imágenes, de Z. László y B, Mátéka, edición Corvina, Budapest, 1967Foto Cortesía de Paolo Mello
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Liszt con algunos de sus discípulos más célebres, en Weimar, Alemania. Se distinguen, de izquierda a derecha, sentados, el segundo, Alexander Siloti (ruso), Arthur Friedheim (ruso), Emil von Sauer (alemán), Alfred Reisenauer (alemán), atrás de Siloti, Moritz Rosenthal (ucraniano). Tomada del libro Franz Liszt, su biografía en imágenes, de Z. László y B, Mátéka, edición Corvina, Budapest, 1967Foto Cortesía de Paolo Mello
 
Periódico La Jornada
Domingo 2 de enero de 2011, p. 2

Existen diversos puntos de contacto entre México y Franz Liszt, de quien este 2011 se cumple su bicentenario.

Quizá el más importante y arraigado de ellos, de acuerdo con el investigador Paolo Mello, es la influencia que tiene hasta la fecha en el terreno de la ejecución pianística, mediante varios intérpretes en activo cuyo linaje o árbol genealógico se remonta directamente a su persona.

A ello, destaca el también académico universitario, hay que sumar el hecho de que Liszt aceptó en 1865 ser miembro honorario de la tercera y última Sociedad Filarmónica Mexicana, que en 1866 fundó el Conservatorio Nacional, así como que en 1867 escribió una marcha fúnebre en homenaje a Maximiliano de Habsburgo, luego de que éste fue fusilado.

Los anteriores son algunos de los puntos que el especialista de origen italiano desarrollará a lo largo de 2011 en una serie de tres conferencias que formarán parte de la conmemoración en México por esa efeméride del músico, quien “encarnó como nadie –según el pianista Armando Merino– el espíritu del artista romántico del siglo XIX”.

El arranque oficial de las celebraciones por el Año Liszt en el mundo tuvo lugar este mismo primero de enero, con el tradicional concierto que la Filarmónica de Viena ofrece en esta fecha desde 1941, en la capital austriaca.

Este es el espectáculo cultural y artístico más visto en el planeta, al ser transmitido vía televisiva para una audiencia potencial estimada en varios millones de personas en más de 50 países.

En esta ocasión, la agrupación estará a cargo de la batuta del músico local Franz Welser-Möst, y en el programa figura el Vals número 1, Mefisto, de Franz Liszt, además del rico repertorio de la familia Strauss y sus coetáneos.

Los primeros antecedentes

La relación entre Franz Liszt y México comenzó a mediados del siglo XIX, cuando el pianista holandés Ernest Lübeck interpretó en 1854 el Grand Galop Chromatique, como encore de una presentación que ofreció al lado de un violinista francés, según refiere Paolo Mello en entrevista.

Ésa es la primera manifestación descubierta de una obra de Liszt tocada en este país. De allí en adelante muchos artistas llegaron y presentaron música pianística de este compositor, entre ellos el alemán Albert Friendenthal, quien toca la segunda y sexta de las Rapsodias húngaras.

De acuerdo con el especialista, académico e investigador de la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), fue en 1890 cuando llegó al país por primera vez un alumno directo de Liszt, el pianista Eugen d’Albert, quien tenía 26 años y había estudiado con el maestro en Weimar.

“Venía con Pablo de Sarasate y ofrecieron seis conciertos en la ciudad de México, en los cuales, al final, tocó (D’Albert) varias obras de Liszt”, agrega.

“En 1891 se registra la primera interpretación lisztiana en público de una pianista mexicana, Elena Padilla, quien tocó la Rapsodia húngara número 2. En 1892, el pianista español Alberto Jonás intepretó varias obras de Liszt no tan tocadas hasta el momento. Fue la primera vez que en México se realizó un recital solo, lo cual al principio le creó al artista una crónica no muy favorable; lo criticaron por tocar solo”.

En 1895, a decir del musicólogo, fue la primera ocasión que se interpretó el país el Concierto número uno del creador húngaro, si bien advierte que su colega mexicana Alba Herrera refiere que tal pieza fue ejecutada en 1889, por el pianista Carlos J. Meneses, con la Orquesta del Conservatorio.

Este primer gran ciclo de alumnos e intérpretes de Franz Liszt en México cierra en 1911 con Arthur Friedheim, quien fue uno de los grandes pupilos de aquel creador. Antes de él, se presentaron en estas tierras el polaco Ignacy Jan Paderewski, Joseph Hoffman y Joseph Levine, entre otros.

Paolo Mello sostiene que es en la escuela pianística donde más se ha notado la figura y la influencia de Liszt en el medio mexicano, pues en el terreno de la composición fueron sólo casos contados, y después esta línea se extinguió.

Un aspecto resaltado por el especialista es que las enseñanzas y la influencia del pianista y compositor húngaro entre sus pares mexicanos no fueron de primera mano, sino a través de alumnos suyos.

El linaje mexicano

El primero de los compositores nacionales en los que se nota la figura lisztsiana, según el investigador, es en Ricardo Castro (1864-1907), si bien el suyo es un caso curioso, pues es en quien más se refleja la mano del músico europeo, aunque nunca estudió con un alumno suyo, sino que lo hizo directamente en las obras de aquél.

Además de ser un gran innovador con la invención del Sonido 13, Julián Carrillo fue el primer autor mexicano que estudió de manera directa con un alumno de Liszt, Samuel Jadassohn, e incluso en la segunda sinfonía del músico nacional puede advertirse la influencia directa del artista húngaro, señala el catedrático universitario.

Carlos del Castillo, quien en 1907 fundó la Academia Bach, fue otro de los músicos nacionales preparados por un alumno de aquel creador. Se trató de Alfred Reisenhauer, del cual asimiló no sólo escuela pianística, sino también el pensamiento creativo.

Otro artista mexicano que estuvo en un caso similar fue Manuel M. Ponce, quien primero tomó clases de composición en Italia con Luigi Torchi, a su vez alumno del ya mencionado Jadassohn, y más adelante, en Alemania, de piano, con uno de los más importantes pupilos de Liszt, Martin Krause, quien preparó asimismo al también músico connacional Arnulfo Miramontes.

De acuerdo con Paolo Mello, en Manuel M. Ponce se perciben varios paralelismos con la vida y la obra lisztsianas. En primer lugar, en términos de composición, como lo comprueba el concierto que escribió para piano y orquesta, el cual es muy semejante al primer concierto de aquél.

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Emil von Sauer y Angélica Morales, ca. 1930. Fotografía de H. KortumFoto Cortesía de Paolo Mello

Un aspecto más en el que se deja sentir esa influencia, subraya, es en el pensamiento musical, con el nacionalismo, pues como lo hizo el europeo con las rapsodias húngaras, Ponce retoma música tradicional en sus obras.

A decir del estudioso, una de las principales personalidades mexicanas que deriva directamente de la escuela de Franz Listz es Angélica Morales (1911-1996), al contraer matrimonio con uno de los más destacados alumnos de ese músico, el alemán Emil von Sauer, quien a su vez fue mentor de dicha pianista.

De esa manera, al transmitirse el conocimiento de generación en generación, es cómo se ha ido estableciendo una especie de linaje artístico de Franz Liszt en México, que entre otros exponentes incluye a Carlos Chávez, Antonio Gomezanda, Salvador Ordoñez, Pablo Castellanos, Arceo Jácome, María Teresa Rodríguez, Gloria Carmona y Alberto Cruzprieto.

Aunque no es de origen mexicano, en este rubro debe incluirse asimismo a la pianista Nadia Stankovich, quien fue alumna también de Von Sauer y ha formado asimismo a varios importantes intérpretes nacionales.

Encarnación del romanticismo

Nacido el 22 de octubre de 1811, la figura de Franz Liszt rebasa por mucho el aspecto estrictamente musical. Nadie como él encarna el espíritu del artista romántico del siglo XIX, según el pianista Armando Merino.

“Es uno de los compositores fundamentales en la historia no sólo del piano, sino de la música en general; más aún, es una figura central en el siglo XIX, pues tuvo la suerte de contar con una larga vida para la época –75 años– y su presencia se percibe en muchos ámbitos”, indica el intérprete, quien preparó un par de recitales que presentará a partir de febrero como parte del homenaje que los concertistas de Bellas Artes rendirán al compositor con motivo de su bicentenario.

Ese papel protagónico en la cultura europea, y por ende en la occidental, comienza desde sus primeros años de infancia, cuando se revela como niño prodigio en la ejecución del piano. Situación que se refuerza al ser alumno de Salieri y de Beethoven.

En adelante, refiere Merino, su existencia estuvo relacionada con la mayoría de los más importantes personajes no sólo de la música de su tiempo, sino también de otras disciplinas artísticas.

Fue amigo de (Eugène) Delacroix, Víctor Hugo; es, sin duda, una columna vertebral en el mundo del arte del siglo XIX. Vinculó todas las bellas artes en sus obras, además de que su música está siempre relacionada con sus frecuentes y extensos viajes, con sus conocimientos teológicos, con partes diabólicas; es un ser humano en plenitud, agrega el pianista.

“Cuando pienso en Liszt, pienso en un hombre polifacético. Esa relación que hace con otras artes y otros conocimientos no sólo hablan de su gran cultura, sino que obligan a volverse culto a quien lo interpreta. Para tocar su obra, uno tiene que leer Fausto (de Goethe), la poesía de (Francisco) Petrarca; La divina comedia, (de Dante Alighieri), o a San Francisco de Paula”.

Entre los aportes de Liszt a la música, además de su faceta como profesor, Armando Merino menciona la manera en que el artista húngaro revolucionó la técnica pianística y la visión del teclado, a partir de que conoció al violinista Nicolás Paganini y quiso trasladar las posibilidades y el virtuosismo de ese instrumento al piano.

Una de sus aportaciones es que él utilizó todo el teclado; su música puede ir desde los tonos más delicados hasta las sonoridades más explosivas, algo que no se encuentra en la obra de sus contemporáneos, explica.

Es impresionante su visión sobre el teclado. Siendo un manejo muy personal, el suyo jamás es un virtuosismo vacío, siempre está lleno de poesía y se encuentra por ciclos y por bloques; está inspirado en paisajes, en poemas, en pinturas, en sus cuadernos de viaje.

Además de debérsele la práctica de que los pianistas toquen de memoria, sin partituras, luego de considerar que ése es un rasgo más de virtuosismo, otros de los legados de Franz Liszt son la creación del poema sinfónico y la invención del recital de piano tal y como se le conoce a la fecha.

A lo anterior, debe agregarse la enorme generosidad que el músico prodigó tanto con sus colegas como con diversas causas de su época, destaca Armando Merino, quien cita como ejemplo que Liszt dio a conocer y apoyó a Richard Wagner, a la postre su yerno, lo cual hizo en su condición de director de orquesta y al transcribir las óperas de éste al piano.

También transcribió todos los preludios y fugas de Bach, las sinfonías de Beethoven y Berlioz, algunas de las obras de Mozar y las canciones de Schubert, además de dedicar innumerables obras y atender las peticiones que varios de sus colegas le hicieron para que revisara y escuchara sus respectivos trabajos.

Un hecho curioso, de acuerdo con el pianista mexicano, es que la producción de música de cámara de Liszt sea escasa, sobre todo al provenir de la escuela alemana. De igual manera, escribió sólo una ópera, Don Sancho, o el castillo del amor.

Llama la atención que su nombre aparece en las biografías de numerosos compositores de manera generosa. Conoció a Faurè, fue maestro de Camille Saint-Saëns y Aleksander Borodín, señala.

Fue carismático y atractivo. Basta imaginarse que llegaba a los teatros y la gente se ponía de pie y le aplaudía, aunque fuera como un espectador más. Eso lo podemos imaginar en nuestra época, en la que nos imponen ídolos, pero en el siglo XIX es realmente asombroso. Era realmente como una estrella pop de su época.