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La noche del sábado el músico llevó al público al éxtasis en el Palacio de los Deportes

Roger Waters logró espectáculo total con despliegue teatral y tecnológico

Mother fue el epicentro de su dramaturgia; 10 mil gargantas corearon el tema

Se construyó un muro monumental con ladrillos de cartonpiedra, hecho pedazos al final de la presentación

 
Periódico La Jornada
Lunes 20 de diciembre de 2010, p. a12

Fue sencillamente glorioso: en medio del éxtasis colectivo, Roger Waters puso en escena una ópera multimedia: The Wall, la música de todos conocida al servicio de lo escénico y cimbró el Palacio de los Deportes con un espectáculo total que hubiera envidiado Richard Wagner: dramaturgia, espectacularidad cibernética, realidad virtual en tiempo real y excelente música. Una auténtica epopeya.

Superó inclusive su propia marca, establecida con el concierto inolvidable que dio la noche del 6 de marzo de 2007 en el Foro Sol, cuando ante 60 mil espectadores inició con el Adagietto de la Quinta Sinfonía, de Gustav Mahler, y culminó con la carne al rojo vivo en ese concierto histórico, In the Flesh, con sus disquisiciones solistas del periodo post Pink Floyd.

Ahora optó por una intimidad en multitudes: vistió de negro, al igual que él, a toda su banda para ofrendar la música a la escena: los dos discos del álbum La Pared en un montaje teatral durante el cual se construyó un muro monumental, hecho de ladrillos gigantescos de cartonpiedra, pared gigante espectacularmente hecha pedazos al final de la apoteosis. Esta vez tampoco faltó la música de Mahler, enlazada en el intermedio con cánticos de monjes budistas y de Las Mujeres Búlgaras.

Una isla cibernética gobernó la total parafernalia

De cabo a rabo, el track listing transcurrió literal: desde el inaugural, In the Flesh, hasta el epílogo: Outside the Wall. En medio del recinto que albergó ahora a unos 10 mil espectadores, una isla cibernética gobernó la total parafernalia: un territorio de 10 metros de largo por cinco de amplitud inundado de consolas de audio, lap tops, proyectores, midis y demás arsenal que ofrecía el espectáculo de un centro espacial más que una isla de ingenieros de sonido. Ninguno de ellos podría haber pronunciado la frase legendaria Houston, we have problems, porque todo transcurrió conforme al libro.

Un avión gigante de juguete voló desde el fondo del recinto, atravesó la luneta y se estrelló contra el muro en pleno estrépito e incendio. Luego vinieron las marionetas gigantes y las proyecciones de video sobre el muro de filmes históricos, documentales de guerra y de paz, escenas intimistas y las caricaturas y diseños alucinógenos creados por Geralde Scarfe.

El público en su embeleso cantó la obra completa. Como si todos supieran el texto en alemán de, por ejemplo, el final de la Octava Sinfonía, de Mahler. El momento más emocionante ocurrió cuando sonó, en ese coro de 10 mil gargantas, la estrofa: I become comfortably numb: he devenido cómodamente atónito, perplejo, o bien: me doy ya tanta güeva que todo ya me viene valiendo purititas madres.

Hizo Roger Waters de su pieza Mother epicentro de su dramaturgia. Cantó y todos lo corearon: madre, ¿crees tú como lo intuyo yo, que lo que quieren en realidad es romperme los güevos?, ¿debería mejor lanzarme de presidente?, ¿podemos creerle al gobierno?, ¿o será mejor construirnos un muro de protección?

Foto
Celebró con el público en el escenarioFoto Yazmín Ortega Cortés

Y todos presenciaron, entonces boquiabiertos, confortablemente atónitos, la pira de fuegos de artificio, el vuelo virtual de los helicópteros, las balas, el tableteo incesante de metralletas y los gritos de la puesta en escena se confundían entonces con las exclamaciones de estupor y asombro de 10 mil personas convertidas, por la magia de lo que en escena y todo en derredor acontecía, en personajes de la ópera del compositor y hombre de teatro don Roger Waters, venerable joven sesentón, erguido Lancelot, egregio Parsifal, protagonista a su vez de tremendo Götterdamerung, un ocaso de los dioses que devienen confortablemente muy mortales, muy de carne y hueso y explosión de decibeles en acompasado diapasón.

Terminó Goodbye Cruel World a las 21:30, luego de una hora de drama, historia social y personal, y Roger Waters abrió un intermedio de 20 minutos cuando también ujieres invisibles han terminado de construir el muro de cartonpiedra que ocupa ya todo el proscenio y han quedado ocultos los músicos y en cuanto inició la segunda parte, con Hey You en el track listing, vino un momento cinematográfico de antología.

... derribemos

En el interin, sobre el muro se imprimieron digitalmente carteles contrarios al se busca: fotografías y fichas personales y sociales de los caídos en misión de amor. Resaltó entre las decenas de personajes don Salvador Allende. Y ya para entonces quedaron claras las ideas que quiso transmitir el dramaturgo Waters en escena: el miedo construye muros, el hermano mayor te observa. No necesitamos que controlen nuestro pensamiento, derribemos el muro.

Y así se hará. Mientras tanto, Roger Waters dejó que transcurra este montaje operístico que superó con creces las mejores producciones de Bob Wilson, los montajes más exquisitos vistos en Bayreuth, las ideas más intrincadas que hayan ideado los modernos directores de escena en las casas de ópera del mundo.

Sólo Waters matters: nadie pareció extrañar esa noche a Riquirrín Ricky Right, Nicky Tricky Mason, David-Goliath Gilmour. Pink Floyd ya es una impronta absoluta en la historia moderna de la humanidad. El concepto creado por Syd Barrett y agigantado en sistema omnisciente de sonido de 360 grados que invadió el interior de la chiche metálica del Palacio de los Deportes y las vísceras y los corazones de los mortales que presenciamos, la noche del sábado 18 de diciembre de 2010, es ahora una epopeya cultural, queda como nueva impronta. Monumental y mágica.

We don’t need no education/ we don’t need no thought control…

Roger Waters en México. Sencillamente glorioso.