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El manejo forestal comunitario León Jorge Castaños M. Antes de la Revolución de 1910, la tierra agropecuaria y los montes estaban concentrados en pocas manos: 97 por ciento entre haciendas y ranchos, uno por ciento pueblos y comunidades y dos por ciento pequeños propietarios. Aun en los mejores tiempos de la Reforma Agraria y reparto o devolución de la tierra y bosques a ejidos y comunidades, los dueños y poseedores de monte jugaron un papel marginal al impulsarse, durante casi 50 años, políticas públicas de fomento y conservación contrarias a su participación y avance socioeconómico que pisoteaban sus derechos de uso y manejo de sus montes: lo que había eran permisos o concesiones a particulares, empresas privadas y estatales, organismos públicos federales y estatales o parques nacionales y vedas forestales en amplios territorios del país. Producto de reclamos y movimientos sociales en contra de esas acciones, en 1975 empezó a impulsarse una política pública forestal que reconocía la dominancia de la tenencia ejidal y comunal. La intención era que los campesinos se apropiaran del aprovechamiento maderable del bosque natural y comercializaran directamente sus materias primas. Años después, respaldaron esta estrategia grupos de la sociedad civil, otras dependencias públicas y en los 13 años recientes la Secretaría de Medio Ambiente y la Comisión Nacional Forestal (Conafor) por medio del Programa de Desarrollo Forestal Comunitario (Procymaf). Al generarse ingresos económicos, los ejidatarios, comuneros y propietarios particulares revaloran su recurso natural y empezaron a convertirse en sus mejores guardianes, comprobándose que sin beneficios difícilmente puede conservarse y gestionarse el bosque. Surgió entonces el Manejo Forestal Comunitario (MFC), llamado también socio producción silvícola, silvicultura comunitaria o forestería comunal; algunos han avanzado hasta el manejo forestal responsable y certificado y otros en la cadena industrial y administrativa han evolucionado a la empresa social forestal o empresa forestal comunitaria. El país lleva entre 25-35 años de manejo forestal con aprovechamiento maderable continuado en manos campesinas, actualmente en seis a ocho millones de hectáreas de bosque natural –74 por ciento ejidal, 15 de propietarios particulares y 11 por ciento comunal–; se ha mantenido la cobertura vegetal y en varios casos se ha ampliado, y se ha favorecido la economía campesina. Los bosques naturales bajo MFC sostenible contribuyen a contrarrestar el cambio climático, con mayor captura neta de CO2 por unidad de superficie que otras modalidades de conservación. Si recordamos que en el proceso de fotosíntesis se captura dióxido de carbono (CO2) y emite oxígeno (O2), mientras que en el de respiración se emite CO2 y capta O2; un bosque natural sujeto a manejo y aprovechamiento maderable se dinamiza, se renueva y rejuvenece constantemente, lo que permite en determinados rangos de edad, por un mayor crecimiento en volumen, capturar o secuestrar mucho mayor CO2.
En los bosques de las Áreas Naturales Protegidas (ANP), los vedados, los sujetos a pagos de servicios ambientales o los de las Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMAs) que no se tocan o aprovechan, aunque estén sujetos a fenómenos naturales, se hacen viejos, dejan de crecer en volumen, capturan menos CO2 y en el proceso respiratorio liberan más CO2. En cambio, en el bosque bajo aprovechamiento se remueven los árboles de la cosecha que han almacenado CO2; al transformarse en celulosa, madera aserrada, triplay, muebles o casas van a seguir reteniéndolo por tiempos variables, excepto la leña combustible que se quema. Hay entonces que revalorar los bosques naturales bajo MFC por su aportación al cambio climático y considerarlos seriamente en la Estrategia Mundial y Nacional de Reducción de Emisiones de Deforestación y Degradación (REDD+). En deforestación, ¿cuáles modalidades de desmontes vamos a mitigar?: la de los grupos marginales (sistemas agrícolas ancestrales y tradicionales), las de los grupos de capital e influencias (potreros, aguacate, café, frutales, criaderos de peces y mariscos, enervantes, biocombustibles, desarrollos urbanos y desarrollos turísticos) o el de las instituciones y empresas oficiales (caminos, electrificación, presas, perforación de pozos petroleros). En cuanto a degradación, destacan los incendios, plagas y enfermedades, tala ilegal comercial, corta libre, extracción libre de leña combustible. El MFC es una garantía para frenar la deforestación y degradación y puede ser una opción para algunas modalidades de desmonte.
Efectos del calentamiento Fernando Celis Callejas En marzo del 2010, en una reunión de la Organización Internacional del Café (OIC) en Guatemala, se presentó un diagnóstico de que la producción de este cultivo estaba siendo muy afectada por el cambio climático. El planteamiento decía que sería difícil atender en los siguientes años el creciente aumento del consumo mundial, estimado entonces en 132 millones de sacos (de 60 kilos) para 2009, (se redujo después a 129 por la recesión económica), en comparación con una producción de 124 millones de sacos en el ciclo 2009-2010. En esa reunión un experto de Brasil advirtió que si se quería tener café a futuro deberían desarrollarse “nuevos esquemas de producción”, aun cuando se sacrificara en parte la calidad; planteó que no tenía futuro la recolección a mano de los granos de café, por la escasez de trabajadores y mayores salarios, y que deberían tenerse plantas de café con modificaciones genéticas para que fueran más resistentes a los cambios climatológicos, que produjeran al segundo año (y no esperar al cuarto, como hoy es habitual), que tuvieran una sola floración y maduración (actualmente son varias) y que permitieran una recolección semi-mecanizada. Cabe señalar que Brasil produjo 54.7 millones de sacos en 2010, ce rca de 40 por ciento de la cosecha mundial y casi 12 veces más que la de México y este país tiene una fuerte influencia en las tendencias de la cafeticultura mundial. Estas opiniones han generado una fuerte polémica en relación a las medidas de adaptación en el cultivo del café. En el 2010 han sido constantes las informaciones sobre posibles afectaciones a la producción de café por exceso de lluvias, sequías, mayores fríos, etcétera, en buena parte de los países productores. En dos ciclos, el 2009-10 y el 2010-11, se estiman globalmente pérdidas de alrededor de 4 por ciento de la producción mundial. Para septiembre de 2010 se estimaba la existencia de 30 millones de sacos de inventarios, los más bajos en varias décadas, equivalentes a un 23 por ciento del consumo anual. La información sobre afectaciones climatológicas, aunada a la especulación financiera en la bolsa del café de Nueva York, propició entre junio y noviembre un aumento de 50 por ciento en los precios del grano. En noviembre –al mismo tiempo que Colombia sumaba tres ciclos con una producción menor en 35 por ciento– los precios de los cafés arábigos lavados, que son los que se producen en México, llegaron a 240 dólares las cien libras, los más altos en términos nominales al inicio de una cosecha desde 1977. Los cafés mexicanos se vendieron ese mes en un promedio de 225 dólares las cien libras. En los años recientes la cafeticultura mexicana ha sufrido mayores afectaciones por lluvias, sequías, granizadas y frentes fríos más lluviosos. En el ciclo 2009-10 se presentaron heladas que afectaron las regiones cafetaleras del norte de Veracruz, Puebla, San Luis Potosí e Hidalgo. La cosecha actual también está muy afectada en esos estados por frentes fríos más tardíos y con más lluvia que dañaron las floraciones. En otros estados se tienen afectaciones por mayores lluvias y se debate si esto es coyuntural y cíclico por la presencia de El Niño y La Niña o si será una constante en los próximos años. Sobre estos problemas, llama la atención la fuerte campaña que impulsan las grandes empresas trasnacionales como AMSA y la Nestlé, de que tienen plantas que son más resistentes a los cambios climáticos y tratan de introducirlas por todas partes. Los daños climatológicos están generando un fuerte debate entre los productores de café. Se discute sobre cuáles son las medidas más adecuadas de adaptación y se revisa qué tipo de plantas están siendo más resistentes y cuál es el equilibrio adecuado entre arbustos de café y árboles de sombra. México está expuesto al cambio climático por aumento de temperatura, pero también, por la latitud del país, por afectaciones por frentes fríos. Entre los productores se está generalizando la visión de que las “plantas mejoradas”, que requieren un paquete tecnológico especializado, son las que serían menos resistentes a la variabilidad climática, y que tendrá que recurrirse a los saberes de los cafeticultores para identificar las plantas criollas y semillas que serían más adecuadas para cada región, incluso a escala local. Se sabe que los cafetales con sombra proporcionan muchos beneficios ambientales: captura de carbono; producción de oxígeno; protección de suelos, cuencas hidrológicas y de la biodiversidad, e incluso belleza escénica. En los años recientes varios grupos accedieron a apoyos fiscales pequeños (325 pesos por hectárea) hasta por cinco años en el Programa de Mejoramiento del Sistema Agroforestal Café, lo que se considera como pagos por servicios ambientales. Hubo muchas resistencias de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) para establecer este programa; argumentaba que el café es un producto de exportación que ya recibía muchos apoyos; que los productores tenían predios muy pequeños y dispersos; que no se haría mucho, ya que sólo se ponía como requisito mantener la cobertura forestal mínima de un 60 por ciento. Los productores han señalado que montos tan pequeños no valoran adecuadamente los beneficios ambientales que proporcionan los cafetales con sombra. En el caso de los proyectos de captura de carbono, para el caso del café, como sólo se considera la adicionalidad, esto no es significativo, ya que no se pueden meter muchos más árboles en un cafetal porque afectan la producción. A los cafeticultores les interesaría que se estableciera en México un fondo, principalmente con recursos fiscales, además de aportaciones internacionales, e incluso parte de financiamiento que sea manejado por un organismo público; que se estableciera un programa sencillo que involucrara a la mayoría de los productores y cafetales con sombra, y que se pactara con las comunidades y asociaciones de productores compromisos públicos, mediante convenios sobre las acciones a realizar y un seguimiento conjunto sobre su cumplimiento. Estarían comprometidas acciones tales como la conservación e introducción de árboles; un manejo más ecológico de la fertilización; protección de suelos, de la biodiversidad y de cuencas hidrológicas, y otras. Los apoyos deberían ser no menores de mil 500 pesos por hectárea. Las familias cafetaleras pueden ser unos buenos cuidadores de la madre tierra como la llaman los indígenas, pero necesitan tener las condiciones para una vida digna, con ingresos adecuados por la venta de su café, diversificando su producción y otras actividades, pero también recibiendo apoyos por un manejo sustentable de los cafetales con sombra. Asesor de la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC) Café orgánico, organización social y servicios ambientales en México
Luis Martínez Villanueva El café orgánico ha sido desde hace poco más de 20 años un baluarte de las organizaciones sociales en México, que genera empleos en el campo y divisas. Su inicio se remonta a la década de los 60s en la zona del Soconusco, en Chiapas, propiamente dicho en la Finca Irlanda, pero se detona cuando la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI) decide –con sus dos mil 500 socios y más de diez mil hectáreas– convertir su forma de producción a orgánica en 1983-84. Esta decisión de UCIRI surgió a raíz de que inició contactos con compradores de Alemania (GEPA), Austria (EZA) y Holanda, quienes indicaron que gracias a que en la zona no se había aplicado insumos químicos de síntesis artificial (los llamados agroquímicos) y al paradójico “atraso” de la zona respecto a la cafeticultura nacional, sería más factible el cambio tecnológico. En 1988 UCIRI logra el primer certificado de café orgánico otorgado a una organización de pequeños productores indígenas, reconocimiento que recibió de la empresa Naturland, de Alemania. El café orgánico es aquel que se produce sin agroquímicos, pero que a la vez utiliza abonos orgánicos para la fertilidad y conservación del suelo; es cultivado bajo sombra diversa, y el control de plagas y enfermedades se realiza con métodos biológicos, etológicos, culturales y otros. Producción orgánica e indígenas. Con el éxito obtenido por UCIRI, otras organizaciones hermanas se interesaron por lograr ese nuevo mercado de café orgánico. Desde un inicio, los grupos indígenas son los que más lo han aceptado, pues en la mayoría de los casos es congruente con su forma de vida y cosmovisión del mundo. En este 2010 el 82 por ciento de los productores orgánicos de Chiapas son indígenas y el 50 por ciento de la superficie orgánica corresponde a café. Cafés biodiversos, resumideros de carbono y otros servicios ambientales. Un aspecto destacable de los cafetales orgánicos es su alta biodiversidad. desde los que han sido arreglados para producir más de un producto a la vez como la pimienta, palma camedor, hoja de plátano, naranja, limón, macadamia entre otros, hasta cafetales que resguardan árboles de carácter ceremonial como la ceiba, los voladores y mezquites, o árboles medicinales y maderables. Así los pequeños productores no sólo producen café sino que resguardan la poca biodiversidad que está siendo presionada por la frontera agrícola a favor de la ganadería o de las grandes plantaciones. Estimaciones de los socios de la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC) dicen que dentro de los cafetales cuando menos se manejan diez especies de árboles de sombra, pero que pueden ser más de cien cuando se trata de manejo de especies de uso antropocéntrico. Por tanto, si un árbol es extraído del cafetal, éste inmediatamente es repuesto pues el cafetal orgánico, por definición, es de sombra. Así se garantiza también que el carbono que se tiene como stock dentro de los cafetales se mantenga y, en la medida de lo posible –por medio de las obras de conservación de suelo, aplicación de abonos orgánicos y manejo del sotobosque–, se incremente el carbono capturado. Con el paso del tiempo este carbono es mineralizado y de esta forma secuestrado efectivamente por el suelo por medio de los microorganismos y los desechos de las plantas. Así los cafetales absorben más carbono del que desechan las comunidades cafetaleras. Julio Moguel y Víctor M. Toledo señalan que al menos 40 por ciento de las zonas prioritarias para la conservación se traslapan con las zonas cafetaleras. Entonces son de importancia vital para conservar especies tan distintivas de las selvas o de los bosques mesófilos de montaña como las orquídeas, las bromelias, los tucanes, tigrillos, ceretes, monos y hasta el casi extinto quetzal. Es por ello que las mismas comunidades han empezado a hacer sus ordenamientos territoriales y han establecido extensas áreas de conservación bajo la figura de reserva comunitaria. Todo el territorio es visto como una unidad y no se ha fraccionado gracias al rechazo de comuneros y ejidatarios al Programa de Certificación de Derechos Ejidales (Procede), por medio del cual la Secretaría de Reforma Agraria vende la falsa idea a los campesinos que “ahora sí van a ser dueños de sus tierras”. Las tierras cafetaleras también son zonas importantes de recarga de agua. Por estos servicios, las comunidades cafetaleras deberían recibir un pago de parte de las comunidades y ciudades cuencas abajo. Claro, con acuerdos negociados. Pero poco se ha hecho en este sentido y al parecer las actuales políticas gubernamentales no son con el enfoque de acuerdos a nivel cuenca. Asesor técnico de UCIRI
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