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Crónica: de la COP 15 a la COP 16 Sandra Guzmán
El futuro del clima y de la humanidad se vio vulnerado cuando al final de la 15 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 15), celebrada en Copenhague, Dinamarca, surgió un acuerdo que fue rechazado por un gran número de países, debido a que fue elaborado fuera del proceso de negociación formal. Aunque el acuerdo llevó a la mesa de discusión a cinco de los países más contaminantes del mundo: Estados Unidos, China, India, Brasil y Sudáfrica, e incluyó algunos aspectos relevantes como la distribución de 30 mil millones de dólares del año 2010 al año 2012, como una fondo de “arranque rápido”, y cien mil millones de 2012 al 2020, para el financiamiento de largo plazo para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y para la adaptación al cambio climático, además de la inclusión del tema de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de los bosques (REDD), y la transferencia de tecnología, se trata de un acuerdo no vinculante y violatorio del proceso transparente e incluyente de Naciones Unidas. En este sentido, el carácter informal y condicionado restó credibilidad a este Acuerdo de Copenhague, aun cuando 114 países se unieron a él a lo largo de 2010. Con este escenario de incredulidad ante el proceso de Naciones Unidas, México recibió la presidencia temporal de la COP, a partir de lo cual el país asumió una serie de decisiones políticas importantes, como colocar a la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) en el rol de conductor del proceso climático a nivel internacional, antes ocupado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. La SRE decidió desplegar un cuerpo diplomático para entablar relaciones con los diversos actores del proceso internacional. La designación del embajador Luis Alfonso de Alba –con experiencia en procesos multilaterales en materia de derechos humanos– creó un nuevo enfoque de diálogo que redujo el escepticismo de aquellos actores desconfiados del papel mexicano, quienes reconocieron la apertura y compromiso mostrado por México desde inicios de 2010. No obstante, emergió una advertencia de la propia delegación mexicana que generó pesimismo sobre los resultados de lo que sería la COP 16: “No existen las condiciones políticas para crear un acuerdo jurídicamente vinculante sobre el clima. Por ello, nos enfocaremos a reconstruir la confianza y veremos si un conjunto de decisiones pueden ser los resultantes de Cancún. Es importante considerar que el tema del cambio climático no se atenderá sólo con un acuerdo, por ello le apostaremos a un conjunto de decisiones”. Convocatorias hechas tanto por el presidente Felipe Calderón, como por la canciller Patricia Espinosa y por diversos miembros de la delegación, dieron pie a encuentros y diálogo con grupos de países africanos, latinoamericanos, asiáticos, pequeñas islas e incluso con diversos sectores de la sociedad. Además de que el tema se llevó a reuniones internacionales como las del Grupo de los 20 y del Foro de las Principales Economías del Mundo. Así llegó México a la COP 16, con altas y bajas. Incluso muchos actores centrales, incluida Christiana Figueres, responsable del Secretariado de Naciones Unidas para Cambio Climático, señalaron que no había mucho que esperar de la Cumbre. La COP 16 plasmó un escenario de incertidumbre y hubo dos factores que generaron un ambiente de enojo y decepción durante la primera semana de negociaciones: Uno, el aspecto logístico, pues los participantes debían invertir más de 30 minutos para trasladarse de los hoteles a la sede de las negociaciones y recorrer más de siete kilómetros para pasar de un edificio a otro (en el Moon- Messe) para dar seguimiento puntual a la discusión. Y dos, posiciones como la de Japón, que desde un inicio advirtió que no apoyaría un segundo periodo de compromisos del Protocolo de Kioto, lo que dificulto el panorama. Sesiones informales sobre el Protocolo de Kioto y el Grupo de Visión de Largo Plazo corrieron la primera semana, generando incertidumbre y tensión por la falta de avances puntuales y claros. La baja respuesta al proceso generó rumores sobre la posible elaboración de un texto “secreto” por parte de la cancillería mexicana, y muchos comenzaron a dudar sobre la transparencia e inclusión; temían una reedición del capítulo Copenhague. Esta sospecha pronto se difuminó porque era claro que el costo político que pagaría México con una acción así sería demasiado alto e inaceptable para el gobierno federal. Negociaciones complejas. Al llegar el fin de semana los textos de Visión de Largo Plazo y del Protocolo de Kioto fueron presentados tras una revisión y “limpieza” por parte del grupo que se integró para reunirse todos los días, incluidos el Secretariado, los presidentes de ambos grupos, y la presidencia mexicana de la COP. Estos textos sirvieron para mostrar a los ministros –que comenzaron a arribar el sábado cuatro de diciembre– el grado de avance y la manera en que éstos podrían integrarse a los trabajos, sin involucrarlos de lleno en el proceso de negociación para evitar retrasos. Se decidió entonces colocar a los ministros a la cabeza de los grupos de discusión, como fue el caso del grupo de financiamiento, que estuvo a cargo de los ministros de Australia y de Bangladesh. Esto generó una discusión más amplia y llevó a la presentación de nuevos textos a mitad de la segunda semana. A partir de este momento, los documentos presentaban diversas opciones, que evidenciaban la complejidad de la generación de acuerdos, por lo que se trabajó en un nuevo texto que –después de discutirse durante dos largas noches– se presentó el viernes 10 de diciembre pasadas las 15:00 horas, con el fin de llevarlo a la sesión plenaria para que los países se suscribieran o no a él. Algunas de las posiciones que establecían barreras en la negociación, fueron:
Presentado el texto y discutido en grupos, se dio la plenaria informal con tres horas de retraso respecto de las 18:00, hora estimada por la canciller Espinosa para concluir este proceso. Bolivia pidió entonces la palabra, para señalar su inconformidad con el texto de trabajo, pues no incluía los puntos que había demandando. Excepto Bolivia todos los países se suscribieron al texto que se había trabajado, y a todos los presentes sorprendió escuchar las posiciones de países como Estados Unidos, China, India, Brasil, Unión Europea, Arabia Saudita y otros tantos que no sólo reconocieron el trabajo de la delegación mexicana, sino que además señalaron que no hay acuerdo perfecto y que el ahí alcanzado representa lo mínimo indispensable para caminar hacia la COP 17. A petición de Venezuela, los países regresaron a los grupos de trabajo y finalmente dieron paso a la plenaria de cierre, que no cambió las posiciones. Bolivia mantuvo su oposición al texto. La presidenta de la COP señaló ante ello que consenso no es igual a unanimidad y dio por terminada la sesión. No hay actor de la COP 16 que haya salido completamente satisfecho con los resultados, pero, dadas las expectativas y la complejidad política, se reconoce no sólo la labor de la delegación mexicana para reencauzar el rumbo de las negociaciones internacionales sobre cambio climático y del propio proceso de Naciones Unidas; también se reconoce que hay una buena oportunidad de que en Durban, Sudáfrica, en la COP 17 se trabaje en un acuerdo jurídicamente vinculante.
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