Los tojolabales y el nosotros

 

Carlos Lenkensdorf  (1926-2010)

 

Los tojolabales viven en Chiapas, al norte y este de Comitán, cerca de la frontera con Guatemala. No se sabe a ciencia cierta de cuántas personas se compone este pueblo. Son entre 50 mil y 80 mil habitantes. Los tojolabales hablan su lengua, viven una cultura propia de la cual son muy conscientes. En años recientes, este pueblo está viviendo un renacimiento cultural que se manifiesta, entre otras cosas, por el hecho de que comunidades completas que perdían su lengua, la están aprendiendo de nuevo. Un dato más, de ninguna manera secundario, es que los tojolabales viven en medio de la zona de conflicto o de resistencia que se formó a partir del primero de enero de 1994. Pertenecen, pues, a los pueblos que no se han plegado a los dictados del centro y que luchan por dignidad y justicia.

Hace casi treinta años llegamos a la región tojolabal con el fin de trabajar con este pueblo, de ponernos al servicio de ellos. Antes de cualquier actividad se nos presentó un problema. Si vamos a vivir en Francia, tenemos que aprender francés, si en Rusia el ruso y así en todas partes. Por consiguiente, si íbamos a vivir en la región tojolabal, nos tocaría aprender el tojolabal. Pero para aprender el idioma no había método ni diccionario ni maestro. Preguntamos a algunos tojolabales si podrían enseñarnos su lengua. Después de consultarlo con la comunidad respondieron que sí. Y con esto comenzó una aventura de experiencias no imaginadas ni soñadas.

La comunidad, que delegaba a algunos comuneros por turnos, decidió que se nos dieran clases por tres semanas. A los pocos días uno de nuestros maestros dijo: “ustedes son los primeros que quieren aprender de noso­tros. Aquí todos llegan a enseñarnos como si no supiéramos nada. Maestros, extensionistas, oficiales de la Reforma Agraria y de otras instancias del gobierno, doctores, padres y tantos más. Pero ustedes no”.

Una novedad de consecuencias profundas. Nos convertimos en alumnos de los tojolabales. Por esta razón cambió de raíz y desde el principio la relación. No representábamos a los que sí sabían frente a los que no, sino que los que sabían eran y siguen siendo los tojolabales. Nosotros no sabíamos lo que ellos sí.

Tal vez hay otra razón. A nosotros, sus primeros alumnos, no nos interesaba aprender cosas sobre los tojolabales como a veces lo hacen etnólogos y antropólogos. Nos motivaba insertarnos en la cultura tojolabal y su lengua nos servía de puerta de entrada. Obviamente los tojolabales así nos entendían, porque en otras ocasiones, cuando algunos antropólogos se acercaban a ellos para estudiar aspectos determinados de su cultura, no los aceptaban.

Desde el primer día ocurrió otro acontecimiento de consecuencias. Nosotros, acostumbrados por años a la educación formal, apuntábamos los asuntos que aprendíamos en los cuadernos y el pizarrón. Tratábamos de transcribir las palabras y frases que nuestros maestros nos enseñaban. Con esto, ellos se dieron cuenta de otra novedad: ¡su idioma se podía escribir! Siempre se les había dicho, el “dialecto” tojolabal no sirve para nada, porque no se puede escribir. Tiene sonidos para los cuales no hay letras. Les decían que el tojolabal no es una lengua ni un idioma como el castellano. Al ver el tojolabal en forma escrita, la relación entre los tojolabales y nosotros recibió una segunda modificación de fondo. Aprendíamos unos de otros. El aprendizaje se hizo mutuo: maestros tojolabales y alumnos hablantes del castellano, nos transformamos. Simultáneamente éramos educadores y educandos.

Con esto se inició el diálogo intercultural, en aquel entonces desconocido por todos los participantes. Todavía no se hablaba de interculturalidad, de diálogo entre las culturas. El castellano era la lengua nacional, de todos los mexicanos; no se hablaba de los pueblos y culturas originarios con derechos y costumbres. Éstos, simplemente, no se reconocían. Nos encontramos entonces los unos con los otros como iguales y, a la vez, diferentes.

El tojolabal, nos abrió la puerta hacia su cultura. Nos enseñó realidades no imaginadas y así nos dio y  nos da la posibilidad de ver su realidad desde la perspectiva tojolabal.

Pronto se establecieron cursos de alfabetización en tojolabal, y en esta y otra clase de contactos vivenciamos la idiosincrasia de esa cultura que empezó a cuestionar la cultura que nos había conformado y a noso­tros mismos.

La experiencia nos proporcionaba una razón particular para platicar y entender lo ocurrido. Les explicaba la manera de pasar exámenes en las escuelas de educación formal: cada alumno debe estar separado de los otros. El que mire lo que escribe el vecino o copie se descalifica a sí mismo. Los tojolabales respondían y daban sus razones por las cuales se habían juntado: “Mira hermano, cuando estamos en nuestras comunidades y se presenta un problema no vamos cada uno a nuestra casa para pensar el asunto y tratar de resolverlo individualmente, sino lo contrario. Nos juntamos para platicarlo, y juntos encontramos la solución. Aquí somos 25 alumnos. Por supuesto vamos a juntarnos para resolver el problema. Porque tenemos 25 cabezas que piensan mejor que una sola. También tenemos 50 ojos que ven mejor que dos. ¿No te parece?”

 

El nosotros representa una gran pluralidad de sujetos que se complementan entre sí. Por el condicionamiento cultural recibido podríamos pensar en una concepción social del nosotros, pero no se trata de esto. La razón de nuestra negación es la siguiente: los sujetos, constituyentes del nosotros pueden ser humanos y animales, plantas y manantiales, nubes y cuevas, cerros y valles, comales y ollas. Todos ellos compañeras y compañeros nuestros, llenos de vida con quienes nos toca convivir, respetar, aprender los unos de los otros. Por ello, un tojolabal quiere confesarse con el cura porque se enojó con la lumbre, maltrató el camino, “chingó” la olla, por coraje tiró el comal al piso, le pegó al perro sin motivo. Todos son delitos no enseñados en los catecismos ni por los religiosos, pero son faltas graves porque el hermano traicionaba la comunidad con estos hermanos y hermanas nuestros.

Fácilmente creemos elevarnos por encima de este comportamiento por considerarlo animista y anacrónico. En la sociedad dominante disponemos de las cosas, producimos montañas de basura y maltratamos a la naturaleza. El aire, la tierra y el agua sufren la contaminación, producto de la sociedad moderna. Los tojolabales, en cambio, viven en el contexto conformado por Nuestra Madre Tierra que nos sostiene y gracias a ella tenemos vida. Nos toca respetarla y darnos cuenta de la comunidad cósmica a la cual pertenecemos y, finalmente, es nuestra madre tierra que nos da aquello que hoy día llamamos conciencia ecológica.

Nuevamente se produce una fricción entre las dos cosmovisiones. De la perspectiva de que la Tierra es nuestra madre que nos ama y respeta, resulta que nosotros la respetemos y amemos. Desde la perspectiva occidental moderna, en cambio, la tierra es una mercancía que, conforme a la ley, podemos comprar y vender. Los propietarios manifiestan su libertad al disponer de la tierra según les dé la gana. Al cambiarse el artículo 27 constitucional en 1992, los tojolabales y muchos campesinos más se asustaron: “¿Cómo podemos vender a nuestra madre? Una mujer que se vende es una prostituta. ¿El gobierno quiere que prostituyamos a nuestra propia madre?” Así no hay ni diálogo ni interculturalidad sino imposición. La justificación que el cambio de la ley hizo a los campesinos propietarios no considera que nadie es propietario de su mamá.

 

ojarasca

De la serie Tenguel, el tamaño el tiempo, 1998-1999. Ecuador. Foto: Lucía Chiriboga