reo que a muchos nos pasó, por distraídos, cuando veíamos o sabíamos de obras de sabor popular –representadas en varios espacios y con diferentes directores, muchas veces en contextos escolares o para jóvenes– escritas por un autor que suponíamos del siglo XIX y que respondía al nombre, con un dejo medieval, de Román Calvo. En 1984 nos ubicamos, cuando Escándalo en el Paraíso ganó un segundo lugar (que siempre nos pareció, a despecho del jurado, que debería haber sido el primero) en un importante concurso y supimos que el autor en realidad era una talentosa y culta mujer que tiene esos dos apellidos de su firma, a los que se antepone el nombre de Norma. Desde entonces, y aquí ya hablo por mí y en singular, he seguido la trayectoria de la dramaturga, tratado a la encantadora dama y conocido sus éxitos académicos. Se acaba de estrenar Un largo interludio de su autoría y fue muy bueno verla en franca recuperación de un mal que la aqueja, en esa función que se convirtió en homenaje para la Norma Román Calvo de tantas querencias.
La autora ubica su obra en Cuernavaca en casa de Mariana, en donde un grupo de antiguos amigos celebra la Nochevieja de 1984 entre recuerdos de su paso por la preparatoria, con datos, como el de los desaparecidos tranvías amarillos, que nos llenan de nostalgia a los contemporáneos de la dramaturga y de sus personajes y que pueden servir a los jóvenes para comparar usos y costumbres de esa época y la actual. Es un texto sencillo y bien construido cuyo tema es la perdurabilidad –o no– del amor y con personajes muy reconocibles aun en estos tiempos tan llenos de sonido y furia que aparecen como muy distantes; esos personajes se distribuyen entre sí los ejemplos y características de varias posibilidades del amor de pareja. En Mariana (María de la Luz Cendejas) la dueña de casa, la viudez sin hijos es compensada por el recuerdo del amor profundo y recíproco que la ató a su marido, la frívola Rosalía (Bárbara Eibenschutz) cambió el sentimiento amoroso por casorios por dinero y divorcios que aumentaron su bolsa, Beatriz (Marta Aura) tuvo un convencional matrimonio como todos
sin pasión pero con cariño e hijos.
Los dos varones invitados, a las que sus compañeras no han visto en 40 años, también ejemplifican posibilidades de pareja. El escritor Enrique (Humberto Yánez), el actante quizás menos dibujado, es el solterón pertinaz que se niega al compromiso, mientras el oftalmólogo Jorge (Felio Eliel) fue víctima de un matrimonio muy desdichado y a él, como a Beatriz, el recuerdo del temprano fracaso amoroso por timidez lo marcó durante esos años del largo intermedio. Las gracejadas e ingeniosidades de situaciones y diálogos complementan los juegos nostálgicos de la comedia que tiene como atractivo adicional mostrar las posibilidades del amor en la edad madura.
En una escenografía que reproduce la estancia de la casa de Mariana debida al director y con iluminación del mismo, Germán Castillo dirige a sus actrices y actores en diferentes ritmos y tiempos, en los que se alternan pasos de baile apenas insinuados, con música en diseño sonoro de Rodrigo Castillo, y largas escenas casi de sentados. En donde se advierte la mano segura del director es, sobre todo, en momentos como el de la cena en que no teme tener a Mariana de espaldas al público en respeto a la cuarta pared y en que los movimientos casi coreografiados de los comensales abrevian los tiempos de una cena completa. También su trazo apoya la tierna comicidad de las situaciones en que Jorge y Beatriz deciden su futuro, con la salida de todos los amigos para dejarlos solos mientras los espían por la ventana del jardín y juega con los movimientos sensuales de Rosalía, cada vez que habla, en contraste con la austeridad de Mariana, aunque ésta también emplea, en algunos momentos, contoneos dancísticos. El vestuario, peinado y maquillaje de Pilar Boliver complementan una escenificación en que la cuidadosa reconstrucción de una época por parte del director sirve de marco para la reconstrucción de otra más lejana en los recuerdos de los personajes.