pocas semanas de nacida, presenté a mi hija en Medellín 33, sede del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), y fortín documental del México bronco. Pepe Álvarez Icaza la miró con atención y emitió dictamen: “Salió mejor que tú, mano…”
Contradecirlo era riesgoso. Ajeno a la total falta de ética y el churrigueresco verbal de la fauna política, Pepe fracasó, felizmente, como político profesional. Tenía clara la diferencia entre cortesía y cortesanismo, decía las cosas de frente, y salir en la foto no era lo suyo. Si fondo y forma no iban juntos, las denunciaba con temeraria autoridad moral.
El Cencos, su obra, surgió en 1964 como un órgano de la Conferencia Episcopal para fortalecer la información de la Iglesia en los medios, ajustándose a los grandes lineamientos del Concilio Vaticano II (1962-65), convocado por el papa Juan XXIII y continuado después de su muerte por Paulo VI.
Por su naturaleza ecuménica y no meramente pastoral, el Vaticano II fue uno de los cinco concilios más importantes en la historia de la Iglesia católica. Allí estuvieron Pepe y su esposa Luz Longoría, integrando el grupo de 12 consejeros laicos nombrados por Juan XXIII.
El estudio acucioso de la encíclica Pacem in Terris (Juan XXIII, 1963), las reflexiones del Vaticano II, la muerte en combate del sacerdote colombiano Camilo Torres (1966) y la encíclica Populorum Progressio (Paulo VI, 1967) fueron hitos en la evolución ideológica del Pepe. Y después de la matanza de Tlatelolco (1968), cuando la Iglesia cerró sus puertas al clamor popular, entendió que su catolicismo devoto y progresista le demandaba reforzar las tuercas de la fe y el compromiso.
Las conclusiones de la Conferencia Episcopal de Medellín (Colombia, 1969), la pedagogía liberadora de Paulo Freire, la experiencia de las comunidades eclesiales de base en Brasil, el Movimiento de sacerdotes del Tercer Mundo de Argentina, el grupo Golconda de Colombia, eran la señal de que sus ideas andaban por buen camino.
Sin adherir al marxismo ni ser un teórico de la teología de la liberación, Pepe llevó a la praxis el mensaje de Medellín: “La salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica… tomar conciencia de la lucha de clases, optando siempre por los pobres”.
Cuando nadie hablaba de comunicación alternativa
y nuevo orden mundial de la información y la comunicación
, el pensamiento crítico de Cencos las puso en práctica. No la cantinela hipócrita de los magnates y su coro de intelectuales cuando invocan la libertad de expresión
. La información y la comunicación como derechos del pueblo sin más.
Junto con el líder sindical Rafael Galván (1919-80) y el periodista Paco Martínez de la Vega (1909-85), Pepe Álvarez Icaza me inició en los laberintos culturales y sicológicos de la política mexicana. Los tres vivieron en un país que posiblemente ya se fue, y que en sus respectivos territorios auscultaron con ojos de águila.
Con precisión oftalmológica, el tuerto Galván radiografiaba el charrismo sindical liderado por Fidel Velázquez y La Güera Rodríguez Alcaine. Y la pícara sonrisa de Paco (cofundador de La Jornada) develaba con rigor intelectual las transas siniestras de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, o el desafio al Estado laico de José López Portillo, quien durante la visita de Juan Pablo II (1979) obligó a que la gira papal se detuviese en Los Pinos, con el fin de que Su Santidad celebrara una misa especial para su mamá.
La indignación y capacidad de vergüenza de Álvarez Icaza se alzó contra todo aquello. Contrastando con la insensibilidad de prelados como Ernesto Corripio Ahumada y otros jerarcas de antes de Cristo, el sentido de la solidaridad que el Pepe respiraba con ecuménica naturalidad, lo llevó a cuidar de los perseguidos por la Brigada Blanca, y a lidiar cara a cara con los torturadores y pistoleros de Miguel Nazar Haro y El Negro Arturo Durazo, jefes de la extinta Dirección Federal de Seguridad.
Medellín 33 fue la iglesia
en el sentido etimológico del latín vulgar y tardío: eclesia (edificio) y ecclesia (congregación de ciudadanos), y del griego ekklesia: asamblea de ciudadanos convocada debidamente. Y Cencos el espacio donde los luchadores sociales recuperaban oxígeno, encontrando resonancia para la difusión de sus denuncias, análisis y conferencias de prensa.
El obituario que mejor retrató al fundador y director de Cencos en días pasados, dice así:
Cuando no había nada, cuando todo era cuesta arriba, marginal e incluso clandestino, cuando la represión era el primer recurso del priísmo, cuando todos éramos amigos, teníamos a Pepe Álvarez Icaza, valiente y generoso como guardián de nuestra voz. Buen viaje, Pepe, hermano mayor de nuestras utopías.
Justísimo. Sin embargo, anoche soñé al Pepe leyendo la esquela suscrita por el Grupo Parlamentario del PRD en la Cámara de Diputados. Sorprendido, decía: ¡Óyelas, tocayo!... ¿Están doblando las campanas por ellos o por mí?