stá por comenzar la Cumbre del Cambio Climático (COP-16) en la ciudad de Cancún, Quintana Roo. Los ojos del mundo estarán puestos sobre México, con una mirada de esperanza. El deseo de todos es que los mandatarios del mundo que se reúnan ahí lleguen a acuerdos llenos de compromiso, para establecer políticas internacionales que lleven a todos los seres humanos a dar a nuestro planeta el cuidado que merece, aplicando las medidas de emergencia para salvar al mundo.
Tuve la oportunidad de participar el año pasado en la Cumbre del Cambio Climático (COP-15), realizada en la ciudad de Copenhague, Dinamarca, como parte de la representación de Cáritas Internacional.
Hubo muchos grupos de los llamados ambientalistas
, miles y miles de hombres y mujeres reunidos para compartir su preocupación por la destrucción de la naturaleza. Muchos grupos tenían su propio stand donde daban a conocer su trabajo, sus materiales y sus acciones para el cuidado del ambiente. Diariamente había salas donde los grupos ofrecían sus conferencias con diversos temas que giraban sobre el asunto central de la inquietud común.
Las manifestaciones, algunas no tan pacíficas, giraban en el mismo lugar de la cumbre, pero algunas iban más allá del auditorio y recorrían las calles de la hermosa urbe europea. El frío del clima contrastaba con el calor de los corazones que se manifestaban en favor del planeta y de la humanidad.
La Iglesia católica, junto con otras iglesias cristianas, también participaba en la cumbre por conducto de Cáritas Internacional, con su stand, sus conferencistas, sus procesiones, e incluso con sus celebraciones.
Hubo un gran fiesta ecuménica, que convocó a todas las iglesias cristianas en la Catedral Luterana, adonde asistió la familia real y una multitud de fieles y obispos, presbíteros y pastores de todas las iglesias.
Algo semejante va a suceder en Cancún en los días próximos. Ojalá que México, como en otras ocasiones y circunstancias, se distinga como buen anfitrión, con su tradicional calidez en el trato a los visitantes. En una frase que impresiona positivamente, los hombres y mujeres de todo el mundo explican la fina atención del pueblo mexicano: Mi casa es tu casa
.
Se espera que ningún extranjero deje de participar, temeroso por las noticias sobre la guerra contra el crimen organizado que se libra en muchos lugares de nuestra patria.
También ahora en Cancún, todos los cristianos ahí presentes, de las diferentes Iglesias participantes, tendremos una gran celebración ecuménica el 4 de diciembre, y al día siguiente los católicos tendremos una celebración eucarística.
A muchos les puede extrañar que la Iglesia se interese por este tema. Pero todo lo que es auténticamente humano, es al mismo tiempo auténticamente cristiano. El desarrollo sustentable es auténticamente humano. Nuestra fe nos dice, desde el relato bíblico del Génesis, que el Creador puso al ser humano al frente de toda la obra de la creación con el mandato de dominarla.
Desde mediados del siglo XVIII, con la llegada de la carrera de la industrialización, el ser humano se ha comportado, muchas veces y de muchas formas, agresivo con la naturaleza, al abusar de ella y explotarla en forma irresponsable, con el único propósito y criterio del enriquecimiento individual.
La fe nos dice a los cristianos que el ser humano no es dueño de la creación, sino su administrador, y tiene que rendirle cuentas al único Dueño.
El precepto que resume todos los mandamientos cristianos es el del amor. Quien se enriquece dañando la tierra y el mar, que son patrimonio de todos, no está amando a su prójimo. Cuidar el medio ambiente debe traducirse para quien cree, en una forma concreta de amar a todos los habitantes de la casa común, así como a las futuras generaciones.
Hoy más que nunca cobran sentido las palabras del apóstol San Pablo: La creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto
(Romanos 8: 22).
Así pues, los cristianos estamos unidos con los ambientalistas, pero con los pacíficos, y nuestro acercamiento a este tema candente no es de un enfoque geocéntrico o naturalista, sino antropocéntrico, pues nuestro interés está puesto en el ser humano, para que en el mundo se dé un desarrollo auténtico; es decir, integral, que sea de todo el hombre y de todos los hombres.
Por otra parte, aunque los desastres climatológicos que estamos ya viviendo a causa del trastorno que nosotros mismos hemos generado alcanzan a todos los humanos sin distinción; son los pobres, en gran mayoría, los más afectados, las naciones pobres y las regiones más pobres de cada país.
Las emergencias cilmatológicas, cada vez más frecuentes, van dejando en la sociedad y también en las iglesias una experiencia que nos debe enseñar para responder pronta, oportuna y eficazmente en favor de los damnificados, lo cual no puede dejar indiferentes a los cristianos.
Todos tenemos un granito de arena que aportar en la lucha por el cuidado el planeta.
*Obispo de Nuevo Laredo y presidente de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social