n día antes del centenario de la Revolución Mexicana se reinauguró, restaurado y requipado, el Palacio de Bellas Artes. Es ésta, sin duda, una de las edificaciones emblemáticas por excelencia de nuestra metrópoli. De ella expresó la célebre Terry’s Guide to Mexico, en su edición londinense de 1935, es decir un año después de la inauguración de Bellas Artes, que es tal vez la más bella edificación de su género en el continente
. Y, al describirla con pormenor, registra que ahí confluyen elementos del arte clásico griego con otros de las culturas indígenas de México. Ponderando su belleza, recuerda que en su edificación y elementos ornamentales participaron, además del arquitecto italiano Adamo Boari, que concibió la obra, dos escultores italianos, uno español y otro húngaro, así como el gran pintor Gerardo Murillo, Doctor Atl. Diseñó él la preciosa cortina de cristal en la que se representa un panorama del Valle de México con el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl y que, con atinados cambios de luces, puede reflejar el amanecer, el mediodía, el atardecer o la noche.
En las varias páginas que esta guía dedica al Palacio de Bellas Artes destaca que en su construcción se emplearon nuevas técnicas arquitectónicas y para el funcionamiento escenográfico. Habla, asimismo, de la belleza de sus mármoles, unos de Carrara y otros de México, en particular de Puebla, a la vez que de sus maderas preciosas, procedentes de los bosques mexicanos. Y nota que, al lado de técnicos de nuestro país, participaron también varios estadunidenses y alemanes. Cito todo esto aquí como muestra de la admiración que conlleva la Terry’s Guide acerca de lo que considera maravillosa muestra de arquitectura en la ciudad de México.
Ahora bien, tal vez puedan preguntarme quienes lean estas líneas, a qué viene toda esta recordación, si ya los medios de comunicación han descrito además las recientes innovaciones introducidas en el palacio, por las que se han erogado cerca de 700 millones de pesos o, para que suene tal vez más impresionante, cerca de 50 millones de dólares.
Pues esto viene a cuento porque muy cerca de tanta maravilla hay algo que debe calificarse de vergüenza urbana. Recorramos con la mente el entorno de este palacio: hacia el sur, frente a su portada principal, hay una amplia explanada que termina en la avenida Juárez y tiene enfrente varios edificios modernos, como el de La Nacional y, en su contraesquina, la Torre Latinoamericana. Continuando hacia el poniente, vemos que se yerguen las dignas y bellas edificaciones del Banco de México y el Palacio de Correos, en tanto que al oriente se contempla la sonriente Alameda Central.
La vergüenza urbana aparece al norte, en la avenida Hidalgo, esquina con el Eje Central. En ese lugar hay un horrible gran corralón cercado con una descuidada barda, a lo largo de la cual hay varios tenderetes. Ese solar, situado justo en lo que fue el Puente de la Mariscada, estuvo la residencia de don Vicente Riva Palacio, nieto del gran insurgente, consumador, con Iturbide, de la Independencia de México. Años después se dijo que ahí se pensaba construir una nueva Cámara de Senadores, cosa que no se llevó a cabo ¿Y hoy? Pues ahí está el enorme corralón, propiedad de no sé quién, pero que se presenta a la vista como lastimosa ofensa urbana al esplendente Palacio de Bellas Artes.
Y las autoridades de la ciudad, no sólo las de ahora, sino las que ha habido a lo largo de varios periodos, ¿qué han hecho al respecto? ¿No les importa éste que calificaré de bofetón urbano?
He escrito estas líneas movido por el amor a nuestra ciudad. Si puede ufanarse ella de su Palacio de Bellas Artes –del que la Terry’s Guide of Mexico sostiene que quizá es el más bello de su género en el continente americano
– ¿puede tolerarse que a sus espaldas perdure ese horrible corralón? Ojalá que el actual Gobierno del Distrito Federal, al que debemos nuevas vialidades y la expansión del sistema de Metrobuses, tome al fin cartas en el asunto y podamos ver y decir que Bellas Artes y su entorno son de veras uno de los conjuntos más majestuosos de esta metrópoli, heredera de la gran Tenochtitlan que tanto asombró a Hernán Cortés y a sus hombres. Esta gran ciudad –como muchas veces se ha calificado– ha estado presente en la conciencia de muchos desde el siglo XVI. La cartografía europea de maestros tan notables como Gerardo Mercator y Abraham Ortelio, la representó como una de las más grandes y célebres del mundo. Obligación nuestra es que siga siendo verdad lo que expresó el historiador Chimalpain: En tanto que dure el mundo, no terminará, no desaparecerá la gloria, la fama de México-Tenochtitlan
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