Tiempo de revolución
n México, hoy es tiempo de Revolución; incruenta y democrática desde luego, pero que cambie la actual trayectoria destructiva del país, por crecimiento, desarrollo social, estabilidad y seguridad.
Hace un siglo, el porfirismo festejaba con opulenta complacencia el centenario de la Independencia y el haber instalado a México en la ruta de la modernidad bajo la mano dura del líder y la iluminada directriz de los científicos. Pero a la modernización porfirista se le había olvidado un detalle: el pueblo, que cuando se dio cuenta que era colado en fiesta ajena y objeto de burla en los comicios dijo ¡hasta aquí!
Y el festejo se acabó. El imbatible se fue al exilio y Madero fue electo presidente en 1911. Sólo que al antirreleccionista también se le olvidó un detalle: cumplirle al pueblo las promesas, en especial las de reforma agraria. Enemistado así con las fuerzas populares que lo encumbraron y con la oligarquía porfirista que desplazó, Madero se refugió en Victoriano Huerta, quien lo asesinó y tomó el poder en 1913 con el respaldo estadunidense. Duró dos años; Zapata, Villa y Carranza lo combatierón y en 1915 renunció y huyó del país. Los tres líderes muerieron asesinados en los siguientes cinco años que duró la lucha armada, hasta la consolidación de Obregón en la Presidencia en 1920.
El legado principal de aquella convulsa década y del millón de hombres y mujeres que murieron en la gesta (7% de la población), fue la Constitución de 1917, magistral síntesis de los anhelos revolucionarios, del Proyecto de Nación y del Pacto Social que darían unidad, coherencia y rumbo al México post revolucionario.
Así, la Revolución Mexicana se definió en la segunda década del siglo pasado, inició su consolidación en los años 20, alcanzó sus máximos logros en los 30, se estabilizó y volvió civil en los 40's, se modernizó en los 50, se volvió pendular en los 60, chocó de frente con la globalización neoliberal en los 70, y murió traicionada en los años 80.
Nada extraño es pues que para los jóvenes de hoy la palabra Revolución carezca de sentido, o sea a lo más una remembranza romántica, un viejo corrido folclorista, una camiseta de Zapata, o un monigote en el Zócalo. No conocieron ni su filosofía, ni su vitalidad, ni sus aciertos; de ella sólo han escuchado alabanzas falsas y menciones vacuas de los políticos que la sepultaron, pero que ante el pueblo tienen que cumplir cada año con el ritual conmemorativo.
Claro que el México de hoy dista mucho del de 1910. La población de entonces era de 15 millones y hoy es de 110. La economía era esencialmente primaria y hoy es terciaria (la industrialización la tiramos por la borda porque es más cómodo ser maquiladora extranjera). Pero lo inacabado persiste, y el espíritu de la Revolución, sus causas, siguen vivas en un pueblo aún inmerso en enormes carencias (más mexicanos incluso que en 1910) viviendo en condiciones de miseria y sobreviviendo del subsidio público, la caridad privada, las remesas familiares y la Virgen de Guadalupe.
Con la Revolución se creó el Banco de México y el país pudo tener un sistema monetario e imprimir su propio dinero; se creó Nacional Financiera, que llegó a ser el banco de desarrollo más importante de América Latina y tal vez del tercer mundo (ahora convertida en apoya-pymes de segundo piso); se crearon el IMSS y el ISSSTE; se construyó una enorme red de apoyo comercial al campo y al consumo básico (Conasupo);... se nacionalizaron las petroleras y se constituyó Pemex, abastecedor eficiente de todos los hidrocarburos que sustentaron la expansión del país por décadas (Gráfico 1). De ello, parte ya no existe y parte está en punto de quiebra.
Hace medio siglo, la economía del país era calificada en el mundo como "el milagro mexicano", ahora de milagro tenemos país.
Dos décadas antes de que Keynes sorprendiera al mundo, mexicanos de gran visión concibieron en 1917 la estructura clave del modelo de economía mixta que, tomando lo mejor de la economía de mercado y del socialismo, impulsó el mayor periodo de crecimiento económico y progreso social en la historia de México; modelo que a partir de los años 30 sería la base del capitalismo social y la economía del bienestar por cerca de cinco décadas.
Ese modelo mixto (que la contrarrevolución neoliberal literalmente aplastó) es hoy día el modelo que, reconfigurado para un mundo global, es la base del éxito de China y está resurgiendo paso a paso en América Latina y en muchos países, incluso avanzados.
El modelo neoliberal —que nulifica económicamente al estado (la representación social) y privilegia al capital corporativo monopolista— ha sido sin duda exitoso para las élites que en el mundo concentran el ingreso y la riqueza en forma descomunal; pero para las sociedades su disfuncionalidad es palmaria y objeto de creciente repudio global.
Lo que queremos millones de mexicanos es tener un gobierno que reordene la economía del país con sensatez, eficiencia, honestidad y austeridad; comprometido con la sociedad y la defensa de los intereses nacionales. Queremos un Estado que haga buenas leyes para el bien común, las respete y las haga respetar; que sea un eficaz rector de la economía e incluso participe directamente tanto —ni más ni menos— como sea necesario para garantizar la estabilidad y el desarrollo, así como la preservación y buen uso de los recursos de la nación. Un Estado que impulse toda actividad productiva de empresas privadas no monopolistas, de particulares y de empresas sociales, y que a la vez controle a los monopolios, cobre con equidad los impuestos, redistribuya con tino los beneficios del desarrollo, y preserve el medio ambiente. Un Estado que, en síntesis, deje de ser una sanguijuela para la sociedad y pase a ser baluarte de una democracia avanzada en lo político, lo económico y lo social.
México tiene ya una tradición de ajuste por centuria, de modo que ¡ya toca!
(Saúl Herrera Aguilar)
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