ay posiciones divergentes en relación a las posibles contribuciones de la migración internacional al desarrollo, tanto para los países de origen como para los de destino. No hay duda de que los conceptos de migración, globalización y desarrollo son complejos, multidimensionales y variados, como señala la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), pero no estoy de acuerdo con su propuesta en el sentido de que la migración puede contribuir al desarrollo sostenible y a la reducción de la pobreza, y que migración y desarrollo son proceso que pueden influirse uno al otro.
Desde mi punto de vista, la migración ha sido hasta cierto punto natural
en la historia de la humanidad, pero no lo es cuando hablamos de aquella que empieza a desplegarse con la consolidación del capitalismo porque responde a las exigencias impuestas por el sistema que requiere una fuerza de trabajo en condiciones de subordinación y vulnerabilidad y por lo tanto precaria. Simplemente recordemos las famosas Migraciones Clásicas de finales del siglo XIX y principio del XX, que respondieron a los requerimientos de los países europeos industrializados del momento que buscaban la ampliación de la frontera agrícola con el objetivo de reducir el costo de los bienes salarios. Sus poblaciones se dirigieron a los nuevos países que ofrecían tierras de enorme fertilidad y prácticamente deshabitadas, entre ellos Estados Unidos, Canadá, Argentina. Se puede situar un segundo desplazamiento muy importante entre los años 1945-1970 y que de nueva cuenta respondió a las necesidades de los países desarrollados en el marco de los nacientes procesos de trabajo bajo el fordismo-taylorismo, además de que se les requería para apoyar la reconstrucción de los países europeos implicados en la gran conflagración mundial. Los flujos de migración actuales, cuyo contexto es la globalización y el neoliberalismo, tienen como características trabajadores tanto de baja calificación, pero fundamentalmente de muy alta calificación, y responden a este nuevo momento del capitalismo bajo la economía del conocimiento.
Lo que llama la atención es la enorme significación que están teniendo ahora los flujos migratorios, al punto que ya en septiembre de 2006 el secretario general de Naciones Unidas en la Asamblea General señalaba que hace tan sólo algunos años, muchos no pensaban que fuera posible hablar de la migración en Naciones Unidas
. Lo que significa que, aun cuando los flujos actuales sólo corresponden al 3 por ciento de la población mundial, su percepción en el mundo se ha hecho sentir. La pregunta es ¿por qué? Y mi respuesta sería precisamente por el hecho de que la migración no ha generado desarrollo, y de allí una cierta preocupación y sentido de alerta.
Los trabajadores migrantes son expulsados de sus países de origen porque no ven satisfechas sus necesidades y expectativas de vida, y por ello tienen que migrar como una estrategia de subsistencia, es decir, se trata de una migración forzada. Pero por el otro lado, los países receptores requieren a trabajadores con diversos niveles de calificación para continuar con sus procesos productivos y de innovaciones tecnológicas, no sólo porque enfrentan conflictos demográficos, sino por la necesidad imperiosa de incrementar sus niveles de productividad ante una competencia por demás salvaje del capitalismo. Y aquí entra la funcionalidad de la migración pues se trata de trabajadores con un costo laboral unitario menor que el de los nativos, aun cuando tengan los mismos niveles de calificación.
Esta migración no puede generar desarrollo, ni es un posible sustituto, si por desarrollo entendemos un proceso que implica crecimiento, avance y progreso cuyo objetivo sea aumentar las capacidades humanas, agrandar el alcance de la opciones de los seres humanos y crear un ambiente confiable y seguro donde los ciudadanos puedan vivir con dignidad e igualdad
como señala la OIM.
Tampoco las remesas, que alcanzan un monto realmente extraordinario en México, 23 mil millones de dólares y a las que muchos autores otorgan la posibilidad de cambiar las condiciones de pobreza de las familias que las reciben, la realidad es que lo único que se logra es reproducir a una fuerza de trabajo que ante la falta de proyectos productivos que creen empleos dignos estará lista para migrar. La marginación no se ha superado y se está produciendo un muy preocupante despoblamiento de muchas comunidades.
El desarrollo de un país depende de una decisión política que ponga ese objetivo en el centro de su proyecto nacional. Por cierto claramente contrario a las condiciones en las que se presentó el presupuesto para el año 2011, con un claro beneficio para la alta burocracia y para los partidos, y que mantiene la inequidad y la desigualdad para la gran mayoría de la población.
El peor enemigo de la migración no es el crimen organizado
, como señaló Felipe Calderón en el Foro Mundial Sobre Migración, al recordar y de alguna manera justificar la inaceptable masacre sufrida por los 72 migrantes en San Fernando, sino sus gobiernos que la utilizan como válvula de escape y por lo tanto no se plantean revertir la tendencia a través del desarrollo del país. La migración en un país desarrollado se convierte en voluntaria
y por lo tanto la vulnerabilidad, precariedad y sobrexplotación de esos trabajadores se eliminaría, pues ya no sería producto de una urgencia económica sino de una decisión personal.
Y no puedo cerrar este artículo sin antes mencionar la tragedia que están pasando los trabajadores braceros, aquellos que fueron a Estados Unidos entre 1942-1964 y a los que el gobierno mexicano les dedujo 10 por ciento del salario para entregárselos a su regreso. Después de 46 años, es el momento que no se les entrega el dinero que en justicia les corresponde. Decir que la migración nos duele
son sólo palabras huecas, señor comisionado del Instituto Nacional de Migración.