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A cien años de la Revolución
El Teatro de Bellas Artes estrena modelo acústico
 
Periódico La Jornada
Domingo 21 de noviembre de 2010, p. 4

Novedad de la patria: a 76 años de inaugurado, el Teatro de Bellas Artes estrenó, la noche del viernes 19 de noviembre de 2010, un modelo acústico que permite matices como el siguiente: enmedio de la brillantez extrema de alientos-metales, surge límpida la voz gangosa del fagot, en una minucia genial que significa todo un descubrimiento en una obra que todos creían conocer completa.

La remodelación del foro por antonomasia de la cultura nacional significó cambios profundos en lo sustancial y remozamiento de acabados en cuanto a lo ornamental.

En los primeros, la mecánica teatral, la isóptica y la acústica, fundamentos necesarios y suficientes para propiciar las artes, significan logro histórico. En lo segundo, el comportamiento del gobierno con este logro genera una sensación inevitable de síndrome de señora rica que remodela su casota y esta utilización del capital político generado se enreda con los aciertos en lo funcional.

En ambos casos, el tiempo dirá la última palabra, especialmente en el sentido acústico, porque toda sala de conciertos es un instrumento musical y todo instrumento musical necesita de un proceso de afinación que no se reduce a tensar o destensar cuerdas, sino a una evolución orgánica.

La primera impresión (first cut is the deepest, según el poeta) es que se trata de una acústica inventada, creada, de cierta manera artificial, cuya eficacia se enfrenta a las leyes de la física, por un lado, y a la naturaleza profunda de la música, del otro.

El Teatro de Bellas Artes nunca había tenido buena acústica. Ahora ya la tiene. Su diseño original es para un teatro, para representaciones escénicas y su adecuación como sala de concierto siguió la tradición antigua del modelo conocido como caja de zapatos: un rectángulo que en este caso presenta remates abovedados.

Quienes conformamos el público habitual a los conciertos en Bellas Artes, en cuya cotidianeidad de varias décadas sumamos decenas, unos cuantos gatos fieles a los conciertos, mientras en las ocasiones de relumbrón se llenan las butacas del turisteo melómano, llegamos a amar la acústica cubista del tercer piso a las orillas, con efectos acústicos en equis, o el rebote del piano en el segundo piso, o las permutaciones sónicas indescifrables a veces en distintas butacas de luneta.

A los varios (pocos) parches que se hicieron en décadas anteriores, el más importante de los cuales consistió en una concha acústica que sólo era biombo blanco que impulsaba aún más la fuga de sonidos hacia arriba y hacia los lados, se suma ahora el Gran Parche: la nueva acústica de Bellas Artes ofrece un modelo sumamente interesante. El detalle puesto a manera de ejemplo en el primer párrafo de este texto es apenas un primer atisbo.

El principio es elemental: convertir el escenario en un gran cajón de madera cuya pared al proscenio está abierta y proyecta resonancia monumental hacia el patio de butacas, donde se practicaron otros parchecillos: tapar los huecos de los balcones laterales, cambiar las pesadas y absorbentes cortinas de terciopelo rojo laterales por sólidas puertas de nogal y también retirar otras esponjas de sonido: los antiguos sillones rojos que fungían a manera de butacas y en su lugar asientos ergonométricos que ni aspiren ni expiren el sonido.

Las percusiones quedan entonces en primer plano, justo en los lóbulos de las orejas del público, los alientos-metales adquieren un brillo por momentos enceguecedor (válgase el término, puesto que el oído está casado con la vista, piensése si no en los sonidos de colores que pintó Olivier Messiaen, el gran maestro de la sinestesia sinfónico-monumental), los alientos-maderas presentan fenómenos acústicos los más interesantes: tienen hondura al mismo tiempo que relieve, se van hacia el fondo pero al mismo tiempo flotan, poseen textura, tersura y rasposidad inauditas, y las cuerdas, esa piedra filosofal de todo sonido de orquesta, encuentran su justa dimensión: al frente y arriba y abajo y enmedio y a los lados. Ubicuidad sin cubismo, omniprescencia sin aplastar. Esplendor.

Es de celebrarse entonces la flamante acústica del Teatro de Bellas Artes.

Gran logro, histórico logro, que sin embargo no parece aún ser valorado por el gobierno que lo prohijó, pues durante la ceremonia de reinauguración era evidente el contento de Calderón porque se encontró en el camino con un juguetito inesperado, mejor que su capricho nacido de ver la tele y de querer emular a Jack Bauer: la remodelación del Teatro de Bellas Artes ofrece un capital político a quien parecía naufragar en el descrédito por la evidencia del despilfarro y sinsentido de los festejos del bicentenario y ahora quiere presentar la recuperación del máximo foro cultural del país como el festejo del centenario de la Revolución.

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Carlos Miguel Prieto, director de la Orquesta Sinfónica Nacional, durante el concierto con que se reinauguró el Teatro de Palacio de Bellas ArtesFoto José Antonio López

Nada de eso. El proyecto original, y así lo reconoció en público el presidente en su discurso, data de la administración de Sergio Vela y no se concibió como una celebración del centenario, sino como una necesidad imperiosa frente a un peligro real, latente y delicado de enunciar públicamente sin antes tomar medidas de remedio: las instalaciones eléctricas de Bellas Artes databan de tanto tiempo que era de esperarse en cualquier momento una tragedia, o por lo menos algo así como lo que está sucediendo con las mufas en el Centro Histórico de la ciudad de México.

Los cuatro discursos oficiales de la noche de la reinauguración insistían en esa notoria ansiedad de convencer al pueblo de que sí les interesa la cultura y que por eso se invirtieron 700 millones de nuestros impuestos en esta remodelación. Es leído como un reconocimiento tácito de que lo del bicentenario fue un despilfarro, una manera de tirar al caño y a destinos todavía no aclarados contratos millonarios, pero que ahora sí lo hicieron correctamente: en infraestructura cultural.

La previa al centenario de la Revolución fue una noche de muchos contrastes: un gobierno que ha emprendido una guerra, pero que escucha música, que es emblema de paz, enmedio de un virtual estado de sitio expandido en amplio perímetro por razones de seguridad. País ensangrentado, inquietud social. Remodelación del máximo foro cultural. Altos contrastes.

Una vez que, como dirían los clásicos, retornen las aguas a sus niveles, veremos y escucharemos y disfrutaremos mejor la recuperación de esta segunda casa para muchos melómanos, esta meca cultural que pertenece al pueblo, pero se la adueñan sucesivamente, este emblema cultural de México, esta joya arquitectónica tan variopinta que ha recibido bautizos de adopción plena: palacio de marmomerengue (Octavio Paz dixit), Teatro Blanquito (José Antonio Alcaraz dixit), Palacio de las Bellas Toses (por las manifestaciones esnobistas que allí ocurren), y sus derivados: soy totalmente Palacio... de Bellas Artes.

Quedan por lo pronto los cornos destemplados por los efectos no calculados de la tecnología: el sistema de aire acondicionado suelta un viento frío y oloroso a químicos de aparatos nuevos y produjeron efectos parecidos a la desafinación en los instrumentos de metal, fenómenos que los integrantes de la Academia Sueca denominan gallos, falsetes involuntarios en la parte más delicada del concierto.

También, el horrísono continuo, ronroneo, ostinato, moto perpetuo, basso continuo, o vulgar ruido que suelta el proyector de los subtítulos. Mucha tecnología, poca imaginación. Se lanzan imágenes y subtítulos mediante un proyector que hace mucho ruido, en una sala que es para escuchar música, sin ruidos ni interferencias.

Quedan también asuntos polémicos como la selección de obras a interpretar en el programa solemne. El único acierto: el estreno mundial de una obra de Federico Ibarra. La gran, notable ausencia, que se presta a interpretaciones que aluden a ese gran mito de una supuesta pugna ideológica entre chavistas y revueltianos: el compositor por excelencia mexicano, Silvestre Revueltas, fue relegado, al igual que Zapata y Villa, de los festejos oficiales.

Y quedan también los resultados lastimeros en la interpretación, en especial en la Sinfonía India y en el Wagner. Fuera de tiempo, descontrol en las batutas. Otro alto contraste: las grandes capacidades de los músicos de las dos orquestas que viven en Bellas Artes, la Sinfónica Nacional y la Orquesta de la Ópera, están todavía por recuperarse.

Lo que sí hemos recuperado los mexicanos por lo pronto y pese a todo, es nuestro máximo recinto cultural y en esplendor. Albricias.