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El recuerdo de la ritualidad agrícola Alejandro Robles García Resulta difícil imaginar que las zonas de cultivos que rodean a la Ciudad de México no solamente contienen productos alimenticios, también son espacio de tradiciones y ritos agrícolas, algunos todavía en práctica y otros que están en el recuerdo. Para entender las tradiciones relacionadas con el campo, debemos ubicarlas en la relación hombre-naturaleza. De este binomio surge la agricultura, actividad que tiene que ver con la interacción entre la tierra y la atmósfera a lo largo de las estaciones del año. Esto da lugar a una serie de pasos y cuidados en la labor de la tierra que dependen y varían según el clima, cultivo y región, dando lugar a un conjunto de fechas significativas. El ciclo agrícola va ligado a una serie de festividades o rituales destinados a propiciar la fertilidad de la tierra, la lluvia y la abundancia de cosechas. En México existen varios días importantes dentro de este ciclo. Comenzamos con el 2 de febrero, Día de la Candelaria; en general relacionamos esta fecha con el Niño Dios y con los tamales del Día de Reyes, pero tiene otro significado dirigido a la fertilidad; se acostumbra ese día llevar a bendecir las semillas que se van a sembrar. Le sigue el 3 de mayo, Día de la Santa Cruz, que comúnmente se asocia con el día de los albañiles, pero detrás de esta celebración está la fiesta de la petición de lluvia y fertilidad que se hacía en la época prehispánica. En muchas partes de México, incluyendo los pueblos que rodean a la capital del país, ese día se llevan cruces a la iglesia a bendecir y a “que oigan misa”, adornadas de llamativos papeles de colores. Después varias de esas cruces se ponen en las construcciones y otras en las milpas. En septiembre (el día depende de la zona), se llevan los primeros productos de la cosecha o primicias a ofrecer a la iglesia. Siguiendo el ciclo agrícola y sus festividades, tenemos el Día de Muertos. detrás de esa fecha está el final de la fertilidad de la tierra, se muere lo verde de los cultivos, comienza la época seca del ciclo. Se despiden los muertos que, por estar asociados a la tierra, ayudaron a la fertilidad. Mixquic es un claro ejemplo. Otros rituales agrícolas, poco conocidos, pero igualmente importantes se realizaban en los pueblos campesinos del Distrito Federal. Por ejemplo en San Miguel Topilejo, delegación de Tlalpan, en las cuevas se dejaban ofrendas conocidas como ixtlahuis, para que “los aires” o seres en forma de pequeños remolinos, llamados Quiahuixtecos, se alimentaran del olor de la ofrenda consistente en frutas y comidas, y a cambio “los aires” ayudaban a acarrear las nubes cargadas de lluvia desde el mar hasta las milpas, propiciando una buena cosecha. Una zona tradicionalmente agrícola del Distrito Federal vecina a Topilejo es el Ajusco. Aquí hay un ejemplo muy interesante que ilustra la serie de prácticas rituales vinculadas al ciclo agrícola, que van desde la época prehispánica hasta hace algunas décadas. En muchas culturas las montañas están asociadas a la fertilidad de la tierra y petición de lluvia, y la montaña del Ajusco (tres mil 930 metros sobre el nivel del mar) no es la excepción: a unos metros de la cima, se realizaba un ritual en una roca con forma de granero conocida como “la troje”, donde según relatos de los pobladores, una diosa hizo brotar el maíz en la sierra del Ajusco. Arriba de esta roca se encontraba un cubo de piedra llamado “el cuartillo”, y sobre éste había un objeto, las versiones hablan de que era una cajita, casita, o choza miniatura, otros dicen que era un rasero (pieza de madera, para medir exactamente la cantidad de maíz en un cuartillo). Resulta interesante que en cada una de sus cuatro caras está labrada una mazorca de maíz con sus jilotes. Antes de la temporada de siembra subían de varios pueblos del sur y suroeste del Distrito Federal, inclusive de municipios cercanos al Ajusco; llegaban a la roca en forma de troje. Al iniciar el año el primer pueblo que subía tenía la oportunidad de orientar la troje hacia su pueblo, propiciando así buenas cosechas. Este cubo de piedra fue bajado por los pobladores del Ajusco y actualmente se encuentra en el atrio de la iglesia de Santo Tomás. A esta roca se le dejaba una ofrenda llamada Tlacahulli, consistente en frutas y comidas para que “los aires” se alimentaran de su olor.
Es interesante ver que en este ritual hay instrumentos estrechamente vinculados al trabajo agrícola: la troje, el cuartillo y el rasero. Existen otros cubos de piedra como el cuartillo, uno en el Museo Nacional de Antropología e Historia y otro en Berlín. El ejemplo de la montaña del Ajusco y el cuartillo ilustra la relación entre el hombre y la naturaleza, la ritualidad agrícola y el culto al maíz tan importante en nuestra cultura desde la época prehispánica. Los ejemplos expuestos aquí combinan arqueología, etnografía, tradición, ciclo agrícola y pertenencia a la comunidad y a la tierra; muestran la riqueza cultural que aún sobrevive en el recuerdo que guardan los pueblos originarios sobre ritos agrícolas vinculados al campo que rodea a una de las ciudades más grandes del mundo. IEMS. Posgrado ENAH |