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La diversidad de los pueblos de la Ciudad de México Lucía Álvarez Enríquez La Ciudad de México, con sus casi nueve millones de habitantes (cerca de 19 millones en la perspectiva metropolitana) y con una extensión de unos mil 500 kilómetros cuadrados, ha sido históricamente la metrópoli concentradora de población, el centro político y el pilar del desarrollo económico nacional. En estas condiciones es también una ciudad diversa por excelencia. La diversidad social y cultural de la ciudad proviene de numerosas raíces y del legado de distintas etapas históricas anidadas en este territorio; implica desde la presencia de los pueblos originarios, de la población mestiza y de inmigrantes de distinto origen étnico, hasta la de diversos grupos identitarios anclados en las diferencias de clase, género, religión, etcétera. El prominente desarrollo de la urbe –que ha atraído a numerosas corrientes migratorias de todo el país– y, al mismo tiempo, el crecimiento de la mancha urbana, que se expande hacia distintas latitudes devorando tierras, aguas, bosques y otros recursos naturales originalmente pertenecientes a los pueblos que la circundaban, son parte del porqué de la gran diversidad. Una de las raíces más notables de la diversidad cultural capitalina la constituyen los llamados pueblos originarios, descendientes en su mayor parte de las sociedades de las culturas antiguas. Se caracterizan por ser comunidades históricas, con una base territorial y con identidades culturales diferenciadas. Los más identificados se localizan en las delegaciones del sur y occidente del Distrito Federal (DF): Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco, Tlalpan, Magdalena Contreras y Cuajimalpa, pero existe un número también importante asentado en el resto de las delegaciones. La persistencia de estos pueblos ha obedecido a que han permanecido sobre sus territorios originarios y conservan buena parte de su estructura originaria en lo espacial y en su organización interna, así como diversas modalidades de autorregulación: prácticas culturales, económicas, territoriales y políticas (autoridades propias, formas de representación y mecanismos de toma de decisiones), de ahí que estén en permanente tensión con las tendencias urbanizadoras y en una situación marginal en relación a las prácticas y procesos urbanos hegemónicos. De acuerdo con diferentes autores, estos pueblos han sido definidos principalmente a partir de criterios culturales tales como: tienen un origen prehispánico reconocido; conservan el nombre que les fue asignado durante la Colonia, compuesto por el nombre de un santo o santa patrona y un nombre en náhuatl, aunque hay algunos casos en que sólo preservan ya sea el nombre en náhuatl o el español; mantienen un vínculo con la tierra y el control sobre sus territorios y los recursos naturales; reproducen un sistema festivo centrado en las fiestas patronales y organizado a partir del sistema de cargo; mantienen estructuras de parentesco consolidadas; cuentan con un panteón sobre el cual conservan control administrativo, y reproducen un patrón de asentamiento urbano particular caracterizado por un centro marcado por una plaza a la que rodean, principalmente, la iglesia, edificios administrativos y comercios. Otro autor, Iván Gomezcésar (2010) ha puesto énfasis también en otro tipo de características, que nos llevan a distinguir cuatro aspectos definitorios de los pueblos originarios:
1.- Tienen como base un conjunto de familias autoidentificadas como originarias; esto se expresa en la predominancia de algunos apellidos que son claramente identificables. Esto permea la organización territorial (ya que generalmente los originarios ocupan las partes centrales del pueblo). Esta es una diferencia fundamental frente a otros espacios urbanos. 2.- Poseen un territorio en el que se distinguen espacios de uso comunitario y para desarrollar la vida ritual. Una parte de los pueblos poseen terrenos agrícolas o forestales en forma de ejidos, propiedad privada o comunidad agraria y por tanto su noción de territorio es clara. Pero incluso en aquellos pueblos que han perdido sus terrenos y han quedado reducidos a medios urbanos, existe una idea de espacio originario, en el que se identifica un centro y otros espacios comunitarios, entre los que se cuenta las más de las veces la iglesia o capilla, la plaza, el mercado y el panteón. 3.- Su continuidad está basada en formas de organización comunitaria y un sistema festivo, que tiene como elemento central un santo o santa patrona y en el que pueden apreciarse elementos culturales de origen mesoamericano, colonial y una permanente capacidad de adaptación a las nuevas influencias culturales de su entorno, que no se reducen a los elementos religiosos. 4.- Las festividades religiosas y cívicas cumplen la función de generar liderazgos en torno a los nombrados para ejercer los cargos, y para el colectivo es el medio para refrendar la pertenencia al pueblo, contribuyendo a la continuidad de las identidades locales. El santo patrón y otras deidades son la base a partir de las cual se establecen nexos duraderos con otros pueblos. A lo anterior hay que agregar que en los pueblos existe una noción y un manejo del tiempo y el espacio peculiares, basados frecuentemente en sus ciclos agrícolas y festivos, que se distinguen notablemente de la dinámica urbana. A pesar de la existencia de notables rasgos en común, hay diferencias significativas entre los pueblos: a) No todos tienen un origen netamente prehispánico. Muchos de ellos fueron creados durante el periodo colonial y casi todos fueron refundados después de la Revolución de 1910. b) Aun los pueblos de origen prehispánico sufrieron fuertes transformaciones durante el periodo colonial y adquirieron estructuras institucionales y simbólicas diferentes a lo que se pudiera considerar como “original”, es decir, han soportado procesos de hibridación y sincretismo que los han llevado a incorporar prácticas y elementos mestizos, transformando así su carácter clásicamente indígena. c) Muchos pueblos han perdido control sobre su territorio y sobre todo de sus recursos naturales (agua, tierra, etcétera), lo cual los ha despojado de uno de sus principales elementos constitutivos. d) Es muy diferente la experiencia histórica de los pueblos del norte de la ciudad, que de manera muy pronta se incorporaron a procesos industriales y urbanos, respecto de los del sur, sur-oriente y sur-poniente, que conservan una estructura agraria que en ocasiones todavía opera y cuyos procesos de urbanización son sumamente tardíos. De acuerdo con Gomezcésar, actualmente se pueden distinguir al menos tres tipos de pueblos, que corresponden a tres regiones del DF: 1. Los pueblos rurales y semirurales, ubicados en la zona sur y sur-poniente del DF, que poseen la superficie de bosques y zona de chinampas todavía en producción. Son cerca de 50 pueblos distribuidos en Milpa Alta, Xochimilco y Tláhuac, así como partes de Tlalpan, Magdalena Contreras, Álvaro Obregón y Cuajimalpa. De ellos, son seis los pueblos chinamperos que subsisten: San Pedro Tláhuac y San Andrés Mixquic, en Tláhuac, y San Luis Tlaxialtemalco, Santa María Nativitas, Santa Cruz Acalpixca y San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco. Pese al crecimiento urbano, estos pueblos continúan siendo abastecedores de legumbres y flores para la ciudad y constituyen una valiosa herencia de las culturas prehispánicas Estos pueblos se caracterizan porque al menos parte de su subsistencia depende de la tierra (agropecuaria, silvícola o recientemente turismo ecológico) y poseen formas de representación civil (enlaces territoriales, subdelegados y otras figuras). Dentro de los pueblos originarios, se trata de los actores más organizados y con la vida comunitaria más completa. Poseen un complejo calendario ritual apoyado en un sistema de cargos que funciona con una gran eficacia y poseen un considerable grado de autonomía en muchas de sus decisiones. 2. Pueblos urbanos con un pasado rural reciente. Son muy semejantes a los caracterizados en el punto uno, pero que perdieron su carácter rural y agrícola en las cuatro o cinco décadas pasadas. Son más de 30 pueblos ubicados en Iztapalapa, Coyoacán, Iztacalco, Benito Juárez, Venustiano Carranza y parte de las delegaciones mencionadas antes.
Su transformación a entidades urbanas se debe a la venta de la tierra por la presión del crecimiento urbano y sobre todo a las expropiaciones presidenciales aplicadas las más de las veces arbitrariamente y con el uso de la fuerza. Al perder la tierra, estos pueblos perdieron también, en su mayoría, formas de representación cívicas y sólo poseen los sistemas de cargos tradicionales basados en las mayordomías, las fiscalías y otras, así como, en algunos casos, una representación agraria muy limitada. En otros casos han aprovechado dar cierta continuidad a su representación cívica mediante los nombramientos de representantes vecinales. Aunque varían mucho los casos, en general se trata de pueblos con una importante y en ocasiones vigorosa vida comunitaria, especialmente en sus celebraciones. Y pese a que sin duda fueron gravemente afectados por la desaparición de su antigua forma de vida, muchos pueblos de este tipo muestran un proceso de fortalecimiento. 3. Pueblos urbanos con una vida comunitaria limitada. Se trata de más de una treintena de pueblos ubicados en el centro y norte del DF, en las delegaciones Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Gustavo A. Madero y Azcapotzalco, cuya existencia como comunidades era más precaria desde hace más de un siglo. Muchos de estos pueblos fueron revitalizados por los repartos agrarios, pero las prontas expropiaciones y otros factores no les permitieron consolidar una vida comunitaria más amplia. No obstante, se observa una gran diversidad de estrategias de subsistencia, así como la voluntad en muchos de ellos de continuar existiendo. Mantienen algunas festividades fundamentales y con frecuencia participan también de peregrinaciones hacia otros pueblos. Pese a que son evidentes la diferencias entre pueblos rurales, pueblos urbanos con fuerte vida comunitaria y pueblos que carecen de esto último, es claro que comparten las tres características que los definen como pueblos originarios, a saber: todos cuentan con un claro origen prehispánico o colonial; están constituidos por grupos de familias que poseen una noción de territorio originario y tienen su núcleo alrededor de una o varias organizaciones comunitarias que garantizan la continuidad de sus principales celebraciones. 4. Pueblos de otros orígenes que se han asimilado a formas de organización de los pueblos originarios. Además de los originarios de la Ciudad de México, existen otros pueblos: a) los pueblos producto de desplazamientos antiguos de otras entidades y que, pese a no tener su raíz más antigua en el DF, están establecidos allí desde hace más de un siglo. Es el caso de San Juan Aragón, en la Gustavo A. Madero, que es un pueblo trasladado de otra entidad. Salvo este dato, comparten el resto de las características de los pueblos originarios, por lo que no pareciera haber motivos para diferenciarlos del resto. b) Los pueblos conformados por asentamientos mucho más recientes y de una población que no constituía anteriormente ni pueblo ni comunidad. Tal es el caso de Tepepan en Xochimilco, cuyos integrantes, que tienen orígenes muy diversos, se han asimilado por decisión propia a la forma de organización de los pueblos originarios que son vecinos suyos. c) Los pueblos recientes, que también han asimilado formas de organización de los originarios pero que, a diferencia de los anteriores, están conformados por población campesina e indígena que emigró a la ciudad, ya sea de una o de varias etnias y comparten por tanto muchas características culturales y comunitarias. Investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CIICH) de la UNAM [email protected] Este artículo parte de la ponencia “Acerca de la diversidad de los Pueblos Urbanos de la Ciudad de México”, presentada por la autora en el Primer Coloquio Historia y Cultura de los Pueblos Originarios de la Ciudad de México, en el Museo de Antropología e Historia, septiembre de 2010. |