|
||||||
Milpa Alta, los campesinos de la capital Iván Gomezcésar Hernández De las 16 delegaciones políticas que conforman el Distrito Federal, sin duda Milpa Alta es la que conserva mayormente un perfil campesino. Sus cien mil habitantes representan una pequeña fracción de los casi nueve millones de la capital y su economía está sustentada en las actividades agropecuarias, forestales y agroindustriales, con la producción y comercialización del nopalverdura y el mole como las más importantes. No acaban allí sus particularidades: es sin duda la región con menor desigualdad social, pese a que es evidente la prosperidad de algunos. La producción del nopal no está concentrada: son negocios familiares basados en terrenos ejidales o comunales pequeños. Es notorio que no existe en la mayor parte de los pueblos la mendicidad; que los viejos y discapacitados son protegidos por sus familias, y que hasta ahora han tenido éxito en evitar, salvo el caso del pueblo de Tecómitl, el más urbanizado, la presencia de las grandes cadenas comerciales que pululan en la ciudad. Lo interesante es que atrás de esa realidad está la decisión de la mayoría de los milpaltenses de asumir su propio perfil y su propia vía de desarrollo. Milpa Alta, como toda la zona de influencia zapatista durante la Revolución, quedó diezmada en sus habitantes y sus poblados y campos prácticamente devastados. Lograron recuperarse con lentitud, pero no pudieron evitar que sus bases económicas quedaran expuestas a una competencia injusta y a políticas depredadoras, como la persecución fiscal y supuestamente sanitaria contra el pulque, la depreciación del precio del maíz y, a partir de la concesión de sus bosques comunales a una compañía papelera, se les impidió hacer uso de los recursos forestales. Todo ello puso en crisis el perfil campesino y la manera de ser tradicional de los pueblos. Fueron obligados a migrar muchos de ellos, y la perspectiva de ser arrollados por el crecimiento urbano se presentó como un comensal no deseado en la mesa de los campesinos. Pero la misma cercanía de la ciudad convertida en gran mercado y la capacidad que mostraron de convertir recursos culturales que siempre habían estado presentes en los pueblos, en un medio de subsistencia primero y luego en una vía propia, cambió las cosas. A partir de los años 40s y 50s del siglo XX, la producción del nopal-verdura con fines comerciales, gracias al éxito que tuvieron los primeros productores, se fue expandiendo. Así, sin apoyo de programas de fomento gubernamentales, sin crédito, casi sin maquinaria agrícola, con tecnologías propias, con el uso extensivo de abono orgánico, el nopal conquistó la capital y permitió que muchos milpaltenses que vivían ya en la ciudad, se regresaran en un caso de recampesinización único en la cuenca de México. Milpa Alta llegó a ser el principal productor nacional del nopal-verdura y sólo en últimas fechas ha sido rebasado por el vecino estado de Morelos, que ha seguido su huella. Otro tanto sucedió con el mole. Fueron los buenos resultados que tuvieron los pioneros que retomaron un bien, el mole, que es parte de la tradición festiva de muchísimos pueblos de México, lo que llevó a conformar una cooperativa y más adelante a los numerosos negocios privados que hoy existen y que dan vida a medio centenar de restaurantes y a una producción que cubre más allá de la ciudad de México. Un detalle que no deja de llamar la atención: de los 16 ingredientes que requiere el mole, ninguno es producido por la región, que se ha especializado en la molienda, la comercialización directa, el establecimiento de restaurantes y la ya famosa feria del mole de San Pedro Atocpan, único pueblo que se dedica a esta labor. Al encontrar un camino propio, los pueblos de Milpa Alta estuvieron en condiciones de realizar otra importante hazaña: enfrentaron, sobre todo a partir de 1974, a la compañía papelera Loreto y Peña Pobre, que con apoyo gubernamental y aprovechando una disputa intercomunal, había establecido un poder incluso armado sobre los bosques comunales. El detonador fue el inicio de un gran proyecto de urbanización de lujo en la zona boscosa, que amenazaba con convertirse en un riesgo para el futuro del patrimonio comunal que les habían heredado los antiguos, como dicen sus títulos primordiales. Los campesinos milpaltenses se unieron, retomaron antiguas figuras de representación indígena, y lograron, en una lucha que duró cerca de ocho años, derrotar a la papelera y sus aliados. Finalmente, la fuerza que encabezó esa lucha se tornó en la representación comunal, ahora colectiva, integrada por representantes de cada uno de los pueblos con propiedad comunal. Paralelamente se desató un proceso de resignificación cultural y política de corte indígena que tuvo como epicentro a Milpa Alta. El náhuatl, que había sido casi desterrado en la mayor parte de los pueblos, comenzó a enseñarse de nuevo, y en especial en Tlacotenco ha encontrado espacio y desarrollo. No es de extrañar que la visita de los mil 111 integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1997 encontrara en esta región una gran acogida. El término pueblos originarios, que encierra una propuesta organizativa y política, y que hoy ha sido retomado por muchos pueblos del Distrito Federal, se generó en Milpa Alta y en el Primer Encuentro de Pueblos de la Ciudad de México, realizado en 1998, ya era un referente importante. Con todo y lo logrado, no son pocas las dificultades que se enfrentan hoy. El crecimiento poblacional se ha disparado en las dos décadas recientes. La ampliación de la frontera del nopal, convertido en muchos lugares en monocultivo, puede poner en riesgo el equilibro ecológico. No ha sido resuelto claramente el relevo generacional de la vieja guardia que encabezó la lucha por los bosques, y la dinámica impuesta por la vida política partidaria no ha logrado engarzarse del todo con la antigua raíz de sus prácticas comunales. Las nuevas generaciones de los campesinos milpalteses, entre los que la formación universitaria es cada vez más frecuente, tienen ahora la palabra.
Milpa Alta Conflictos agrarios Guadalupe Espinoza Sauceda En el DF hay alrededor de 100 núcleos agrarios entre ejidos y comunidades, pero muchos sólo existen jurídicamente; no tienen tierras porque se las ha tragado la mancha urbana. Los núcleos agrarios están situados sobre todo en el sur, en las delegaciones de Tláhuac, Milpa Alta, Xochimilco, Cuajimalpa, Tlalpan y Álvaro Obregón. Milpa Alta es uno de los principales pulmones de la Ciudad de México que confiere viabilidad ambiental a esta gran metrópoli. Ubicada al sur de la ciudad, es una comunidad agraria grande y una de las 16 delegaciones políticas que componen al Distrito Federal. En la actualidad, la delegación de Milpa Alta se divide en 12 poblados, que son: San Agustín Ohtenco, San Francisco Tecoxpa, San Jerónimo Miacatlán, Santa Ana Tlacotenco, San Antonio Tecómitl, San Lorenzo Tlacoyucan, San Pedro Atocpan, San Salvador Cuauhtenco, San Pablo Oztotepec, San Juan Tepenáhuac, San Bartolomé Xicomulco y Villa Milpa Alta, esta última cabecera de la delegación. En lo relacionado con la tenencia de la tierra, de las 28 mil 841 hectáreas que integran la delegación, 24 mil 857 han sido solicitadas como bienes comunales por las comunidades indígenas de Milpa Alta y sus ocho anexos, todos de origen chichimeca, así como por el pueblo de San Salvador Cuauhtenco, de origen xochimilca. Complementan la propiedad social cinco ejidos, que ocupan un área de mil 790 hectáreas. El resto de la superficie lo integra la propiedad privada y el área para equipamiento urbano y rural. En cuanto a núcleos agrarios en la delegación de Milpa Alta existen cinco, los cuales fueron dotados de tierras como resultado de la reforma agraria. Éstos son: Santa Ana Tlacotenco, San Francisco Tecoxpa, San Jerónimo Miacatlán, San Juan Tepenáhuac y San Antonio Tecómitl. El principal problema que tiene Milpa Alta es el conflicto agrario que enfrenta con San Salvador Cuauhtenco. La indefinición jurídica de la propiedad sólo favorece el desarrollo de mercados informales de tierras, que castigan los precios de los ejidatarios y comuneros, pudiendo politizar los conflictos de tenencia de la tierra. Actualmente existe una franca urbanización con base en la venta ilegal de tierras comunales y ejidales, y a las autoridades agrarias no les ha interesado resolver el problema. Según la comunidad de Milpa Alta, este conflicto tiene más de 250 años y no hay visos de una solución. Los lugareños dicen que un convenio extrajudicial es difícil, por ello piden que se retome el expediente de reconocimiento y titulación de bienes comunales. En dado caso que se realizara una propuesta de solución, tendría que consultarse a todos los pueblos integrantes de Milpa Alta. Hay que tomar en cuenta que estamos hablando de aproximadamente 27 mil hectáreas. Tendría que verificarse un diálogo profundo y un acercamiento entre ambas comunidades. En esta situación, entre tanto, siguen siendo comunidades de hecho, lo cual les impide defenderse mejor de sus enemigos externos; se fomenta por ello en la práctica la venta de lotes pues sigue reinando una inseguridad jurídica en la tenencia de la tierra. Y el expansionismo urbano se aprovecha del conflicto agrario poniendo en peligro a Milpa Alta y San Salvador Cuauhtenco. A dicha situación se suma el perjuicio ambiental y ecológico que le causa al área metropolitana de la Ciudad de México. Ahora bien, ¿quién tiene la razón o la verdad histórica? Esto es algo difícil de responder pues ambas comunidades presentan documentos y títulos que amparan sus tierras, los cuales han sido declarados por los peritos en la materia como auténticos. Lo que sí está claro es que es un problema muy viejo que se ha venido heredando de generación en generación, y es inviable una pronta solución, sobre todo por la enemistad manifiesta entre ambas comunidades. Desde que se instauró la reforma agraria en México –ya vamos para nueve décadas–, el gobierno no ha podido o no ha querido resolver el problema. Obviamente no es fácil, pero debería haber más voluntad política. Desde mi perspectiva, se ha hecho cada vez más difícil encontrar una solución, pues día a día los intereses sobre la tierra crecen y se entretejen más los conflictos y a muchos actores sociales no les interesa que haya una resolución. A esta indefinición jurídica de la propiedad social contribuyó la reforma al artículo 27 constitucional de 1992, porque abrió la posibilidad de venta de la tierra de propiedad social. A pesar de que el Programa de Certificación de Derechos Ejidales (Procede) no se ha aplicado en Milpa Alta, la mera posibilidad de compra-venta, propició la venta de tierra comunal y ejidal, y no para la agricultura sino para construir casas. Por otro lado en la zona rural del Distrito Federal se da constantemente una grave violación en la venta de tierras del derecho agrario, el ambiental y el de los pueblos indígenas, y tal pareciera que nadie se da cuenta, pero ésta es una práctica política deliberada del Estado mexicano, tendiente a vulnerar la propiedad social en esta mega urbe.
|