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Milpa Alta La lucha de lo urbano vs lo rural
Lourdes Edith Rudiño Milpa Alta, la delegación más rural de la Ciudad de México, y la más despoblada –con apenas poco más de 115 mil habitantes dispersos en 228 kilómetros cuadrados, según el censo 2005– navega entre dos fuerzas que jalan en sentido contrario. El estar circunscrita al centro político, económico y demográfico más importante del país le da a Milpa Alta el beneficio de acceder con facilidad a la comercialización de sus productos agrícolas, con el nopal como el predominante, pero a la vez la infraestructura con que se armó la delegación a lo largo del siglo XX en cuanto a electricidad, abasto de agua potable y vías de comunicación representa un gran atractivo para que la gente no originaria busque asentarse allí propiciando presiones para el avance de la mancha urbana. En esa lucha de fuerzas también juega por un lado el que la gente mayor –muy respetada aquí, pues prevalece un sentimiento indígena y provincial– quiera seguir siendo rural, sienta amor por la tierra y se preocupe por la seguridad del abasto alimentario familiar. Y por otro que las nuevas generaciones tengan intereses muy apartados del campo y se extienda la percepción de que la agricultura es cada vez menos rentable. Ya suman seis décadas desde que la gente redujo sustancialmente su producción de maíz y legumbres, para pasar al nopal en forma masiva, pero ahora las ganancias que éste deja están siendo cuestionadas. Y se pone en tela de juicio la posibilidad de que Milpa Alta pueda seguir subsistiendo a base de la agricultura fundamentalmente. En entrevistas, varios campesinos describen la situación. Don Cecilio Jiménez Zamora, nacido en el barrio de La Concepción, con 70 años de edad dice: “Los que hemos tenido terrenos sembrábamos antes maíz, haba, frijol y hasta alberjón de chícharo (cuando yo era niño) y lo almacenábamos. Siempre había lo básico, teníamos comida y alcanzaba para comprar vestido, y ahora ya no. Hay que ir al mercado y está caro y a veces escaso. Yo soy productor desde que tenía 15 años. Me empeñé en varios trabajos, fui productor de aguamiel, pero el mercado del pulque cayó; fui pequeño ganadero, a partir de 1970 tuve vacas lecheras, y vendía muy bien, la gente hasta hacía fila para comprar, pero surgió la competencia de la leche de cartón y el negocio decayó. Y ahora estamos en el nopal porque, ¿a qué otra cosa nos podríamos dedicar? En eso tenemos experiencia y allí nos vamos defendiendo. Tengo tres hectáreas, eso me da para comer, pagar trabajadores y resolver los problemas más urgentes y nada más. Antes al nopal se le llamaba el oro verde, porque nos daba para comer y otras cosas, ahora ya sólo le quedó lo verde, porque ya hay mucha competencia. Antes de aquí enviábamos a otros estados, a Querétaro, Jalisco, Ahora ellos también producen; vinieron por planta acá y ahora tienen su propios nopales, por eso ya no hay mucha demanda (...) Mis hijos ya no se dedican al campo, uno está en el negocio de la grasa de los cerdos y otro estudió ciencias políticas y trabaja en la delegación. Les voy a heredar la tierra a ellos pero con la condición de que la trabajen; si no quieren, la voy a vender”.
Doña Celia Ramírez, de 65 años: “Hace muchísimos años, como 60 o más, mis familiares sembraron maíz y chícharo. Hoy ya se siembra muy poquito de eso, en las orillitas de los nopales, nada más para comernos unos elotitos. Aunque hay algunos que siembran más maíz como en (Santa Ana) Tlacotenco. El nopal es nuestro sostén, pero cuando llueve, hay mucho, y de repente hay heladas, como actualmente, y se acaba, y los precios suben y bajan. En tiempos de la baratura cae hasta cinco pesos el ciento. En la mejor época se vende hasta en 60 o 70 pesos, pero no hay mucho, todo tiene su contrapeso, la planta deja de dar a veces, pues descansa. Ahorita lo estamos vendiendo a 30 o 40 pesos”, Las entrevistas con los productores ocurren en el centro de acopio del nopal, en Villa Milpa Alta. Es un espacio que tiene de fondo el Volcán Teuhtli, del cual son orgullosos los pobladores de esta cabecera delegacional y mantiene su independencia de la serranía Ajusco-Chihinahuatzin presente en Milpa Alta. El lugar presenta una gran actividad: los campesinos, en su mayoría de edad avanzada, llegan, ocupan cualquier espacio disponible y venden pronto su mercancía a intermediarios (que luego colocan en nopal en tianguis, mercados o centros comerciales), para ceder el espacio a otro, y luego éste le cede el lugar a otro, y así. Don Genaro Loza Meza, de 62 años, dice: “Todo el pueblo se ha dedicado a sembrar nopal. De marzo a junio hay muchísima producción y se satura el mercado y bajan los precios. O sea que la economía nada más es en temporadas, pero a quien trabaja le va bien. Quien abandona su parcela sufre, todo tiene su precio. El nopal exige mucho trabajo. Si se descuida el campo, se empenca, se enyerba (...) Aquí a los terrenos de mil metros les llamamos yunta. Yo tengo menos de una yunta, pero hay productores grandes, que tienen cinco o seis yuntas. Antes yo no tenía tierra, fui jornalero y trabajé en el negocio de la carne (...) Ha habido varios intentos fallidos de organización (para captar valor agregado del nopal). Hubo un tiempo que se le surtió envasado a Clemente Jaques, pero no dio resultado (...) aquí la tierra es comunal y es difícil que alguien venga y adquiera una gran porción de terreno, pero no es imposible. Puede haber alguien que le enseñen el billete verdecito y decida vender. Es algo que preocupa”. Juan Carlos Loza Jurado, un joven que no rebasa los 35 años se ha dedicado en la década reciente a documentar la historia y las riquezas culturales y biológicas de Milpa Alta. Lo hace con amigos y vecinos en el Grupo Cultural Altotecayotl (en náhuatl, Hacia la sabiduría). Él explica que el hecho de que los 12 pueblos de esta delegación, al igual que sus vecinos de Tláhuac y Xochimilco, de la Ciudad de México, así como de los Morelos, sean pueblos originarios con una raíz en el campo, en el territorio, existentes desde antes de la llegada de los españoles, permite que la delegación se mantenga rural. Y también contribuye el hecho de que permanece casi intacto el perímetro de tierras agrícolas, que son de carácter comunal, con ciertas excepciones, porque sí ha habido gente que ha fraccionado y vendido tierra. La condición de tierra comunal ha impedido que grandes cadenas comerciales busquen establecerse en Milpa Alta, porque tendrían incertidumbre en la tenencia, y eso es bueno pues los pobladores de esta delegación combinan su ingreso agrícola con el que les deja el pequeño comercio. Una cadena comercial aquí estrangularía toda la economía local. Dice que es un hecho que hay la tendencia en gente joven a pensar que el campo no es rentable y lo más fácil e inmediato sería fraccionar sus tierras. Sobre todo, ahora que el mercado del nopal está en un predicamento, pues está llegando producto de Morelos, Hidalgo, Querétaro e incluso Oaxaca que compite con el milpaltense en el mercado del Distrito Federal. La situación presiona a la mayoría de los 12 pueblos. La excepción está en San Pedro Atocpan, que se dedica más a la producción y comercialización del mole y San Pablo Oztotepec y San Salvador Cuauhtenco, que todavía producen algo de maíz, avena y frijol. Pero, agrega optimista, ya en el pasado la gente enfrentó retos. Cuando hace décadas los granos y los magueyes sufrieron caída de precios y de mercado, la gente tomó la alternativa del nopal y lo hizo sin apoyo de institución alguna. Ahora hay un nuevo reto, hay que buscar alternativas e incipientemente está surgiendo la comercialización del nopal procesado, en mermelada, en salmuera, en polvo, incorporado en tortillas, etcétera, y hay quienes están explorando el cultivo de árboles de Navidad. “La mayoría de los milpaltenses piensa que en la medida que se produzca y se dé de comer a la Ciudad de México, nuestra delegación va a tener muchas posibilidades. Mi esperanza es que los jóvenes tomen conciencia y mantengan las tierrras, y no sólo las agrícolas, sino las boscosas en la parte alta, éstas regulan el clima, infiltran los mantos freáticos, dan paisaje, capturan bióxido de carbono y son refugio de fauna silvestre (...) Si crece la urbanización en Milpa Alta, ¿quién va a dar de comer a la gente? Las posibilidades de los milpaltenses están en el campo, sólo que hay que hacerlo más rentable”. Un factor que destaca Juan Carlos Loza y que da sustento a su optimismo es que el sistema de cargo –mayordomía, básicamente– que prevalece en Milpa Alta y que hace confluir tradiciones, fiestas, rituales y agricultura en torno al territorio, fortalece la vocación rural de la delegación y además hay una identidad de pueblo, una gran cooperación para cosas importantes (por ejemplo toda la colaboración que se requiere para la peregrinación tradicional a Chalma, que implica varias actividades a lo largo del año).
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