20 de noviembre de 2010     Número 38

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Milpa Alta

La lucha de lo urbano vs lo rural

  • El nopal, antaño oro verde, ahora en predicamento

Lourdes Edith Rudiño

Milpa Alta, la delegación más rural de la Ciudad de México, y la más despoblada –con apenas poco más de 115 mil habitantes dispersos en 228 kilómetros cuadrados, según el censo 2005– navega entre dos fuerzas que jalan en sentido contrario.

El estar circunscrita al centro político, económico y demográfico más importante del país le da a Milpa Alta el beneficio de acceder con facilidad a la comercialización de sus productos agrícolas, con el nopal como el predominante, pero a la vez la infraestructura con que se armó la delegación a lo largo del siglo XX en cuanto a electricidad, abasto de agua potable y vías de comunicación representa un gran atractivo para que la gente no originaria busque asentarse allí propiciando presiones para el avance de la mancha urbana.

En esa lucha de fuerzas también juega por un lado el que la gente mayor –muy respetada aquí, pues prevalece un sentimiento indígena y provincial– quiera seguir siendo rural, sienta amor por la tierra y se preocupe por la seguridad del abasto alimentario familiar. Y por otro que las nuevas generaciones tengan intereses muy apartados del campo y se extienda la percepción de que la agricultura es cada vez menos rentable.

Ya suman seis décadas desde que la gente redujo sustancialmente su producción de maíz y legumbres, para pasar al nopal en forma masiva, pero ahora las ganancias que éste deja están siendo cuestionadas. Y se pone en tela de juicio la posibilidad de que Milpa Alta pueda seguir subsistiendo a base de la agricultura fundamentalmente.

En entrevistas, varios campesinos describen la situación.

Don Cecilio Jiménez Zamora, nacido en el barrio de La Concepción, con 70 años de edad dice: “Los que hemos tenido terrenos sembrábamos antes maíz, haba, frijol y hasta alberjón de chícharo (cuando yo era niño) y lo almacenábamos. Siempre había lo básico, teníamos comida y alcanzaba para comprar vestido, y ahora ya no. Hay que ir al mercado y está caro y a veces escaso. Yo soy productor desde que tenía 15 años. Me empeñé en varios trabajos, fui productor de aguamiel, pero el mercado del pulque cayó; fui pequeño ganadero, a partir de 1970 tuve vacas lecheras, y vendía muy bien, la gente hasta hacía fila para comprar, pero surgió la competencia de la leche de cartón y el negocio decayó. Y ahora estamos en el nopal porque, ¿a qué otra cosa nos podríamos dedicar? En eso tenemos experiencia y allí nos vamos defendiendo. Tengo tres hectáreas, eso me da para comer, pagar trabajadores y resolver los problemas más urgentes y nada más. Antes al nopal se le llamaba el oro verde, porque nos daba para comer y otras cosas, ahora ya sólo le quedó lo verde, porque ya hay mucha competencia. Antes de aquí enviábamos a otros estados, a Querétaro, Jalisco, Ahora ellos también producen; vinieron por planta acá y ahora tienen su propios nopales, por eso ya no hay mucha demanda (...) Mis hijos ya no se dedican al campo, uno está en el negocio de la grasa de los cerdos y otro estudió ciencias políticas y trabaja en la delegación. Les voy a heredar la tierra a ellos pero con la condición de que la trabajen; si no quieren, la voy a vender”.


FOTOS: Lourdes E. Rudiño

Doña Celia Ramírez, de 65 años: “Hace muchísimos años, como 60 o más, mis familiares sembraron maíz y chícharo. Hoy ya se siembra muy poquito de eso, en las orillitas de los nopales, nada más para comernos unos elotitos. Aunque hay algunos que siembran más maíz como en (Santa Ana) Tlacotenco. El nopal es nuestro sostén, pero cuando llueve, hay mucho, y de repente hay heladas, como actualmente, y se acaba, y los precios suben y bajan. En tiempos de la baratura cae hasta cinco pesos el ciento. En la mejor época se vende hasta en 60 o 70 pesos, pero no hay mucho, todo tiene su contrapeso, la planta deja de dar a veces, pues descansa. Ahorita lo estamos vendiendo a 30 o 40 pesos”,

Las entrevistas con los productores ocurren en el centro de acopio del nopal, en Villa Milpa Alta. Es un espacio que tiene de fondo el Volcán Teuhtli, del cual son orgullosos los pobladores de esta cabecera delegacional y mantiene su independencia de la serranía Ajusco-Chihinahuatzin presente en Milpa Alta. El lugar presenta una gran actividad: los campesinos, en su mayoría de edad avanzada, llegan, ocupan cualquier espacio disponible y venden pronto su mercancía a intermediarios (que luego colocan en nopal en tianguis, mercados o centros comerciales), para ceder el espacio a otro, y luego éste le cede el lugar a otro, y así.

Don Genaro Loza Meza, de 62 años, dice: “Todo el pueblo se ha dedicado a sembrar nopal. De marzo a junio hay muchísima producción y se satura el mercado y bajan los precios. O sea que la economía nada más es en temporadas, pero a quien trabaja le va bien. Quien abandona su parcela sufre, todo tiene su precio. El nopal exige mucho trabajo. Si se descuida el campo, se empenca, se enyerba (...) Aquí a los terrenos de mil metros les llamamos yunta. Yo tengo menos de una yunta, pero hay productores grandes, que tienen cinco o seis yuntas. Antes yo no tenía tierra, fui jornalero y trabajé en el negocio de la carne (...) Ha habido varios intentos fallidos de organización (para captar valor agregado del nopal). Hubo un tiempo que se le surtió envasado a Clemente Jaques, pero no dio resultado (...) aquí la tierra es comunal y es difícil que alguien venga y adquiera una gran porción de terreno, pero no es imposible. Puede haber alguien que le enseñen el billete verdecito y decida vender. Es algo que preocupa”.

Juan Carlos Loza Jurado, un joven que no rebasa los 35 años se ha dedicado en la década reciente a documentar la historia y las riquezas culturales y biológicas de Milpa Alta. Lo hace con amigos y vecinos en el Grupo Cultural Altotecayotl (en náhuatl, Hacia la sabiduría). Él explica que el hecho de que los 12 pueblos de esta delegación, al igual que sus vecinos de Tláhuac y Xochimilco, de la Ciudad de México, así como de los Morelos, sean pueblos originarios con una raíz en el campo, en el territorio, existentes desde antes de la llegada de los españoles, permite que la delegación se mantenga rural.

Y también contribuye el hecho de que permanece casi intacto el perímetro de tierras agrícolas, que son de carácter comunal, con ciertas excepciones, porque sí ha habido gente que ha fraccionado y vendido tierra. La condición de tierra comunal ha impedido que grandes cadenas comerciales busquen establecerse en Milpa Alta, porque tendrían incertidumbre en la tenencia, y eso es bueno pues los pobladores de esta delegación combinan su ingreso agrícola con el que les deja el pequeño comercio. Una cadena comercial aquí estrangularía toda la economía local.

Dice que es un hecho que hay la tendencia en gente joven a pensar que el campo no es rentable y lo más fácil e inmediato sería fraccionar sus tierras. Sobre todo, ahora que el mercado del nopal está en un predicamento, pues está llegando producto de Morelos, Hidalgo, Querétaro e incluso Oaxaca que compite con el milpaltense en el mercado del Distrito Federal. La situación presiona a la mayoría de los 12 pueblos. La excepción está en San Pedro Atocpan, que se dedica más a la producción y comercialización del mole y San Pablo Oztotepec y San Salvador Cuauhtenco, que todavía producen algo de maíz, avena y frijol.

Pero, agrega optimista, ya en el pasado la gente enfrentó retos. Cuando hace décadas los granos y los magueyes sufrieron caída de precios y de mercado, la gente tomó la alternativa del nopal y lo hizo sin apoyo de institución alguna. Ahora hay un nuevo reto, hay que buscar alternativas e incipientemente está surgiendo la comercialización del nopal procesado, en mermelada, en salmuera, en polvo, incorporado en tortillas, etcétera, y hay quienes están explorando el cultivo de árboles de Navidad.

“La mayoría de los milpaltenses piensa que en la medida que se produzca y se dé de comer a la Ciudad de México, nuestra delegación va a tener muchas posibilidades. Mi esperanza es que los jóvenes tomen conciencia y mantengan las tierrras, y no sólo las agrícolas, sino las boscosas en la parte alta, éstas regulan el clima, infiltran los mantos freáticos, dan paisaje, capturan bióxido de carbono y son refugio de fauna silvestre (...) Si crece la urbanización en Milpa Alta, ¿quién va a dar de comer a la gente? Las posibilidades de los milpaltenses están en el campo, sólo que hay que hacerlo más rentable”.

Un factor que destaca Juan Carlos Loza y que da sustento a su optimismo es que el sistema de cargo –mayordomía, básicamente– que prevalece en Milpa Alta y que hace confluir tradiciones, fiestas, rituales y agricultura en torno al territorio, fortalece la vocación rural de la delegación y además hay una identidad de pueblo, una gran cooperación para cosas importantes (por ejemplo toda la colaboración que se requiere para la peregrinación tradicional a Chalma, que implica varias actividades a lo largo del año).


FOTO: Roberto García Ortiz / La Jornada

Milpa Alta

¿Maíz o nopal?

Javier Galicia Silva

La antigua Malacachtepec Momoxco, hoy la delegación de Milpa Alta, es una región de pueblos originarios de estirpe náhuatl, conformada por 12 comunidades. Cuenta con una superficie total de 28 mil 780.79 hectáreas, de las cuales nueve mil 600 se dedican al uso agrícola (maíz, amaranto, chícharo, haba, frijol y nopal, entre otros). El nopal y el maíz son de los productos más cultivados; el primero es muy rentable: se logra producir 284 mil 961 toneladas anuales en un área de cuatro mil 327 hectáreas, con un valor promedio mil 683 pesos por tonelada. Mientras, de maíz se producen 12 mil 71 toneladas anuales, cultivadas en dos mil 973 hectáreas, con un valor promedio de tres mil pesos por tonelada aproximadamente.

Si el nopal es un producto agrícola muy rentable y más provechoso que el maíz en términos económicos, ¿por qué seguir cultivando maíz en un basto territorio? Exploremos algunos acercamientos.

La existencia del milpaltense se basa en ciclos largos y cortos que están entrelazados. Al transcurrir un ciclo agrícola, ocurre también un ciclo ritual religioso indígena-cristiano, los dos entretejidos con rituales sociales tanto familiares como comunitarios. El ciclo agrícola comienza en los últimos días de diciembre y se prolonga en enero, coincidiendo con la feria del recibimiento del Año Nuevo en Tlacotenco, Tecoxpa y Miacatlan, y con la procesión al Santuario del Señor de Chalma, el 3 de enero en los demás pueblos de Milpa Alta.

La primera labor agrícola, el barbecho, consiste en preparar Totlaltonantzin, “nuestra madre tierra” para ser fecundada por la semilla. La sagrada semilla es concebida como un ser infante al cual debemos ofrecer a la naturaleza. El maíz es nuestro hermano menor, porque es in Tonacayotl, “nuestra carne”.

Antes de comenzar la siembra, la semilla es llevada a bendecir a la iglesia, el 2 de febrero, Día de la Candelaria, junto con todas las representaciones del “Niño Dios”. Ya en el día de la siembra, en la milpa, algunos campesinos lanzan una plegaria al iniciar el nuevo ciclo. Se pide ser bien abrigada la semilla, en el seno de nuestra madre tierra.

El hombre dialoga con la naturaleza. Escucha a los pájaros: Mezutechitl, Cenzontle, Huerecoch. Ha leído la iconografía en el rastro del cruzamiento de una serpiente en el camino; la tierra húmeda dejada por las tusas y xalpitz en las milpas y en los bordos de las veredas; el brillar de las hojas de los árboles (encinos y tepozanes), y el olor a humedad en el aire; Se dice que in yehecamalacac Atlehcahuia, “los remolinos de aire suben la humedad”. Todos ellos son el anuncio del arribo de las lluvias.

Una creencia extendida entre los abuelos dice que los seres que habitan los cerros son los causantes del buen o mal tiempo, de las lluvias, granizo o helada. A estos seres se les conoce con diversos nombres: Ahmo Cualli Tlacatl, Nahuatoton, “el no bueno, el maligno, el pingo o el compadre”. Las personas al comer o beber junto una barranca, un cerro, una roca, una cueva o en la milpa acostumbran tirar un poco de alimentos, agua y pulque a los seres que habitan ese lugar. A ellos antes se les pedía enviaran buen temporal.

Los primeros elotes, los de candela, se van a dejar a la virgen de la Asunción, en agradecimiento por su bondad, al enviarnos “buen año”.

En el día de la cosecha, en el último surco los trabajadores se persignan y el dueño del terreno expresa un agradecimiento a la milpa y a la tierra, que nos han permitido recolectar nuestro alimento para este año. En el ritual de la cosecha, en el lugar elegido para poner el zincolote, “‘el granero”, se sahúma, orando y agradeciendo por “regalarnos” in Tonacayotl, “nuestro alimento”. En estos actos de recibimiento del maíz, se concibe a la mazorca como un ser humano al que se respeta y se le cuida. Se pepena a todo grano de maíz tirado, pues se piensa que dejarlo en el suelo es abandonarlo como huérfano.

En la actualidad el cultivo del nopal es una fuente de ingresos constante, sólo se mengua en la temporada de frío y aun así permite obtener ganancias pertinentes para la familia.

Seguir cultivando el maíz a pesar de que el nopal genera más ingresos se explica por la mentalidad ancestral de ver en el maíz a nuestro alimento primogénito y primordial. Ejemplo de esto es la conversación del señor Margarito Nápoles, a quien sus hijos le pedían que sus terrenos se sembraran sólo de nopal. Él les contestaba: “Si no sembramos el maicito ¿qué vamos a comer?”. Su pensamiento no está en la lógica del mercado, que la ganancia del nopal es bastante para comprar maíz durante el año. Lo anterior nos muestra la importancia del grano y sus derivados gastronómicos (tortillas, tamales, atoles, tlacoyos etcétera), como nuestro alimento primordial. Esta es una forma de ver lo que hemos sido y lo que somos.

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