escubrí –no sé si es la palabra adecuada– a Ricardo Flores Magón a través de sus artículos y cuentos publicados en unos cuadernillos adquiridos en alguna de las librerías de viejo de la calle Hidalgo. Me sorprendió el lenguaje, esa prosa directa y combativa que, de alguna forma, proseguía la tradición de los liberales de la Reforma para renombrar sus circunstancias con frases exactas, a pesar del utopismo libertario o la retórica de la época. Aunque a los magonistas se les reconoce con letras de oro su papel como precursores
, en otros sentidos todavía hoy forman parte de esa historia que cabalga entre el olvido y el culto burocrático y, por lo mismo, no acaba de entenderse y asimilarse . El Programa del Partido Liberal Mexicano, expedido en 1906, es la verdadera fuente programática de la revolución social que muy pocos presentían bajo la inquietud política que por entonces cimbraba al gobierno de hierro de Porfirio Díaz; reivindica para la nación el proyecto democrático contenido en el respeto a la Constitución de 1857, pero, además, se adelanta a su tiempo exigiendo plena ciudadanía para las mayorías trabajadoras, indefensas ante el paso arrollador de la modernización emprendida por los científicos
. El programa liberal es el resultado de años de esforzado sacrificio militante, de cárcel y persecución, de acuerdos puntuales entre facciones discrepantes, no el fruto escolar de un lúcido gabinete de expertos o la obra de un caudillo ilustrado. Allí está la experiencia viva del pueblo carente de derechos, la lucha por la tierra y la comunidad reinterpretada por Flores Magón, mediante una síntesis práctica y conceptual cuya vigencia trascenderá al estallido de la revuelta armada.
Para lograr sus objetivos crearon clubes liberales por todo el país; editaron Regeneración, el gran periódico clandestino que articuló la protesta dispersa en las profundidades de un país enorme, analfabeto y mal comunicado. Los liberales dirigieron huelgas, se convirtieron en organizadores y tribunos, pero sobre todo se volcaron en la tarea de educar a sus seguidores en el sentido que les dictaban sus profundas convicciones libertarias. Fueron ellos, los magonistas, los primeros en llevar a la rebelión rural la consigna de ¡Tierra y libertad!
, pauta para el gran cambio social que se gestaba tras las bambalinas de la sucesión presidencial. Por eso, acierta Armando Bartra al reconocer al magonismo como la corriente más radical, cuya influencia en la formación de la cultura de izquierda, progresista, está presente pese a los prejuicios. Los textos capitales magonistas resuenan vivos, pese a la caducidad de las ideologías, allí donde estalla, espontánea, la protesta popular y la comunidad hace un ejercicio de sobrevivencia frente al impulso modernizador que la despoja no de la miseria pero sí de los lazos y valores que le han permitido resistir.
Apenas un día antes del comienzo oficial de la Revolución, Flores Magón advierte: “Es oportuno ahora volver a decir lo que tanto hemos dicho: hay que hacer que este movimiento, causado por la desesperación, no sea el movimiento ciego del que hace un esfuerzo para librarse del peso de un enorme fardo, movimiento en que el instinto domina casi por completo a la razón (…) De no hacerlo así, que se levanta no serviría más que para sustituir un presidente por otro presidente, o lo que es lo mismo, un amo por otro amo. Debemos tener presente que lo que se necesita es que el pueblo tenga pan, tenga albergue, tenga tierra que cultivar; debemos tener presente que ningún gobierno, por honrado que sea, puede decretar la abolición de la miseria”.
Años después, ya en plena decadencia del nacionalismo revolucionario oficialista, durante un acto de homenaje al libertario Flores Mágón realizado en el lugar donde se veló el cuerpo de Francisco Villa, en Parral, Chihuahua, me tocó presenciar la ira de los mineros de Santa Bárbara contra el líder charro local al oír que el pago del séptimo día, razón de la dura lucha que llevaban a cabo, ya era una demanda del Partido Liberal Mexicano en 1906 y seguía sin aplicarse. Programa incumplido o apunte inagotable hacia el futuro, la población se identificaba de nuevo con sus primigenios protagonistas. Y en las normales rurales de los terribles años 70, entre los universitarios que vivieron la represión del Estado, las palabras incendiarias de Ricardo en Regeneración se escuchan por muchos jóvenes que ya no estaban dispuestos a esperar. Va a estallar de un momento a otro. Los que por tantos años hemos estado atentos a todos los incidentes de la vida social y política del pueblo mexicano, no podemos engañarnos. Los síntomas del formidable cataclismo no dejan lugar a la duda de que algo está por surgir y algo por derrumbarse, de que algo va a levantarse y algo está por caer
(Regeneración, 19 de noviembre de 1910).
El magonismo cursa conforme a sus principios e ideales anarquistas, pero el discurso trasciende el doctrinarismo y se convierte en lengua franca de los rebeldes mexicanos que instintivamente, si vale decirlo así, desconfían de los políticos para rendirle culto al pueblo como sujeto del único cambio capaz de resolver los problemas de la sociedad. Expresa como nadie la impaciencia revolucionaria, matriz de su gran utopía.
“Los partidos conservadores y burgueses os hablan de libertad, de justicia, de ley, de gobierno honrado, y os dicen que, cambiando el pueblo los hombres que están en el poder por otros, tendréis libertad, tendréis justicia, tendréis ley, tendréis gobierno honrado. No os dejéis embaucar. Lo que necesitáis es que se os asegure el bienestar de vuestras familias y el pan de cada día; el bienestar de las familias no podrá dároslo ningún gobierno. Sois vosotros los que tenéis que conquistar esas ventajas, tomando desde luego posesión de la tierra, que es la fuente primordial de la riqueza, y la tierra no os la podrá dar ningún gobierno…”
Hoy que se celebra el centenario de la Revolución, entre tantos fastos y luces resulta aleccionador saber hasta qué punto los precursores son también nuestros contemporáneos.