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Fernández de Lizardi, precursor de la libertad de cultos
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osé Joaquín Fernández de Lizardi fue un enjundioso precursor de la libertad de cultos en México. Hay que recordarlo cuando se acerca el cumplimiento de un aniversario olvidado en el calendario festivo del bicentenario. En el gobierno federal no les interesa recordar, y menos celebrar, los ciento cincuenta años de la Ley de Libertad de Cultos juarista, promulgada el 4 de diciembre de 1860.

Entre 1813 y 1827 (el año de su muerte) José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano, escribe en distintos momentos sus críticas al autoritarismo católico. Hace una defensa de la tolerancia religiosa, fue el más activo partidario de [esa] libertad. En torno a sus folletos se desarrollaron las principales polémicas sobre la cuestión. Hizo que estuviese presente en los impresos de su época, apunta Gustavo Santillán (La secularización de las creencias. Discusiones sobre la tolerancia religiosa en México, en libro coordinado por Álvaro Matute, Iglesia, Estado y sociedad en México, siglo XIX).

En La nueva revolución que se espera en la nación, escrito de 1823, Fernández de Lizardi aboga por la instauración de un gobierno sin ataduras al monolitismo religioso de la Colonia. Subraya que bajo el sistema republicano la religión [católica] del país debe ser no la única sino la dominante, sin exclusión de ninguna otra. Comenta que ante lo que llama el tolerantismo religioso “sólo en México se espantan de él, lo mismo que de los masones. Pero ¿quiénes se espantan? Los muy ignorantes, los fanáticos, que afectan mucho celo por su religión que ni observan ni conocen, los supersticiosos y los hipócritas de costumbres más relajadas […] ningún eclesiástico, clérigo o fraile, si es sabio y no alucinado, si es liberal y no maromero, si es virtuoso y no hipócrita, no aborrece la república, el tolerantismo ni las reformas eclesiásticas”.

Al año siguiente de las anteriores palabras de Fernández de Lizardi es aprobada la Constitución que en su artículo tercero establece: La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra.

José Joaquín Fernández de Lizardi enfrenta la intolerancia religiosa en el terreno de las ideas, pero también deja constancia de que en el México posterior a la Independencia se logran colar unos pocos protestantes, que representan la posibilidad de una muy incipiente diversificación religiosa que se anida gracias a la tolerancia disimulada de una parte de la sociedad. Repetidamente insta a sus lectores para que acepten el hecho de que en el país es necesario aprender a relacionarse cotidianamente con protestantes y francmasones que ya forman parte de la población mexicana.

En un escrito de abril de 1825, que forma parte de sus interesantes diálogos entre el payo y el sacristán (conversaciones en que se pasa revista a los acontecimientos públicos), El Pensador Mexicano refiere el caso de un protestante ultimado y sus repercusiones: Cuando un asesino intolerante mató al pobre inglés en las Escalerillas, a pretexto de que no se quiso hincar en la puerta para adorar el Sacramento del Altar, todos los sensatos abominaron el hecho y al hechor.

El episodio tiene lugar en agosto de 1824, y se trata del homicidio de “un protestante estadunidense [no inglés, como afirmó Fernández de Lizardi] que se había instalado en calidad de zapatero: cuando… estaba sentado delante de la puerta de su tienda, durante una procesión católica, un mexicano fanático le exigió que se arrodillara; al negarse él a hacer tal cosa, aquél lo atravesó con su espada”, acota Hans-Jürgen Prien, acucioso historiador alemán. Por su parte Carlos Monsiváis afirma que la denuncia de Fernández de Lizardi es el “primer escrito que [localiza] en México a propósito de un hecho fundamental, aunque advertido marginalmente, en los casi dos siglos de la nación independiente. […] Muy influido por Voltaire y su notable defensa del hugonote Jean Calas, José Joaquín Fernández de Lizardi criticó lo acontecido y se pronunció por la tolerancia”.

Decidido crítico de los abusos y despropósitos del clero católico, Fernández de Lizardi era, de acuerdo con María Rosa Palazón, experta y difusora de su obra, lector incansable de la Biblia y de los padres de la Iglesia. En su Testamento y despedida de El Pensador Mexicano, fechado el 27 de abril de 1827, el autor sabiendo que la terrible enfermedad que le tiene postrado no va a tardar mucho en cobrarle la vida, reitera ser católico, apostólico y romano pero sin creer “que el Papa es rey de los obispos, aunque sea su hermano mayor por el primado que ejerce en la Iglesia universal. Tampoco creo que es infalible sin el concilio general, pues la historia de todos los obispos de Roma me hace ver que son errables como todos, y que de hecho han sido engañados y han enseñado errores contra le fe, pro cáthedra”.

Dos días después del Testamento... de Lizardi desembarca en Veracruz James Thomson. El enviado de la organización de raigambre protestante Sociedad Bíblica Británica y Extranjera llega a la ciudad de México el 17 de mayo, con la encomienda de difundir un libro prohibido durante la Colonia: la Biblia. Fernández de Lizardi muere en la misma urbe en la que recién se ha instalado Thomson, consumido por la tisis a las cinco y media de la mañana del 21 de junio. Ya no alcanzó a escribir sus crónicas y artículos sobre la aventura de un escocés, Thomson, y la decidida oposición que en su contra levantó el poder clerical, tan denostado por Fernández de Lizardi en tantos escritos en pro de la libertad de conciencia y de cultos.