n una entrevista publicada el sábado pasado en el diario The Washington Post, el presidente de Afganistán, Hamid Karzai, señaló que la Casa Blanca y el Pentágono deben reducir la visibilidad e intensidad de sus acciones militares en Afganistán y poner fin a las redadas nocturnas de sus Fuerzas de Operaciones Espaciales, pues éstas agravian a los afganos e incitan a la insurgencia del talibán. A renglón seguido, el gobernante manifestó su intención de remover a las tropas estadunidenses de las carreteras y de las casas particulares, para reducir la intromisión (estadunidense) en nuestras vidas diarias
, y sostuvo que la presencia a largo plazo de las fuerzas extranjeras sólo empeorará la guerra.
Tales señalamientos generaron irritación en los círculos diplomáticos y militares de Washington: ayer, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijo que el gobierno estadunidense es muy sensible a las preocupaciones
manifestadas por Karzai, pero defendió las acciones militares de su país en territorio afgano, las cuales se realizan en total cooperación
con el gobierno de Kabul. Por su parte, el jefe de las fuerzas de la OTAN en la nación centroasiática, David Petraeus, expresó su sorpresa y decepción
ante lo expresado por el presidente afgano.
Las respuestas de ambos funcionarios se inscriben en un clima de crecientes tensiones declarativas entre los gobiernos de Wa-shington y de Kabul, a sólo unos días de que los integrantes de la Alianza Atlántica realicen, en Lisboa, una cumbre en la que se definirá el futuro de la ocupación en territorio afgano. Significativamente, y de acuerdo con información publicada la víspera en The New York Times, la administración Obama planea presentar, en ese encuentro, una hoja de ruta que contempla la transferencia de las misiones de combate a las fuerzas afganas en algunas zonas del país en los próximos 18 a 24 meses, así como la culminación de las operaciones militares de Washington y sus aliados en Afganistán, en diciembre de 2014.
Sin embargo, la insubordinación del régimen que encabeza Hamid Karzai –cuya permanencia en el poder no se explica sin el respaldo de Washington, y quien ha sido considerado títere de la Casa Blanca–, pone en perspectiva las nulas posibilidades de éxito para una aventura bélica que se ha vuelto más violenta e insostenible con el paso del tiempo, como lo demuestra la muerte de más de mil 200 civiles tan sólo en el primer semestre de 2010, casi 25 por ciento más con respecto al mismo periodo del año anterior. Esto hace evidente que Estados Unidos ha debido pagar un costo muy alto por el respaldo otorgado a Karzai, y hoy no sólo enfrenta el descrédito internacional por la convalidación de un régimen impresentable –fraudulento, corrupto y violador sistemático de la legalidad–, sino también la hostilidad y la insubordinación del gobernante afgano.
Como puede inferirse, esperar hasta diciembre de 2014 para emprender el retiro de las tropas ocupantes redundaría en cuotas adicionales de devastación y muerte –ya sea por la acción de grupos insurgentes o a consecuencia de errores
de las fuerzas invasoras–, y en una mayor desgaste político, diplomático y moral de la de por sí debilitada administración Obama. Por el bien de la población afgana, y hasta para restañar en alguna medida la credibilidad del actual gobierno estadunidense ante la opinión pública nacional e internacional, es preciso que el mandatario del vecino país reconozca la pertinencia de concluir, cuanto antes, la desastrosa agresión bélica al país centroasiático.