uando declinaba la luz de la tarde en México, Miguel Ángel Perera daba triunfal vuelta al ruedo, como remate a una faena de antología, en la que hizo vibrar a los aficionados, con un toreo clásico, pureza certificada, lleno de hondura y altivez, para el que escribe sobraron los ribetes tremendistas del torero de Badajoz. Ya Perera había hecho trepidar el coso en su primer enemigo desde que se abrió de capa con unas verónicas en las que cargó la suerte y remató con media verónica chipen para proseguir con unas gaoneras en las que los pitones rozaron los alamares de su taleguilla verde y oro. Lances que permitían ejemplificar la identidad entre lo inesperado y la muerte. Cortando una oreja luego de pasaportar a su enemigo con pinchazo en lo alto.
Lástima que los toros de Los Encinos, gordos salían por la puerta de toriles y arrodillarse tocan. Los novillotes no sostenían su peso. Los toros de Perera los pasó sin picar. Sólo un teatrito como si se hubieran picado, dificultando la lidia que permitió ver el oficio y la maestría del torero. Por la que dejó entrar para siempre la noche a su espíritu y el toreo a su circular braceo. Que se encuentra en el arco vacío y si de verdad se tiene, hay que sentirlo para comprenderlo. Lleno como está de aspiración melancólica y vaga, aire mental que sopla con insolencia sobre la cabeza de los toreros muertos en el ruedo. Ese sentimiento que transmitía al atendido Perera.
El toreo de Miguel Ángel, burla con arte las cornadas y no es el toreo momificado que se practica en México con novillos acondicionados genéticamente, descastados, que en su andar semejan el caminar de los bueyes de la yunta. El treo como la muerte y el amor como la magia ¿te acuerdas morena? Son cercanía con lo misterioso, lo fantástico, los sorpresivo; con lo que se quiere y no se tiene, opuesto a lo mecánico, lo repetitivo, lo robotizado. Son desconocimiento y miedo, atracción por el peligro, búsqueda de lo no encontrable, depósito de lo interno en el toro y esa morena electrizante. El amor y el toreo, vueltos poesía, son desdoblamientos en el otro, contactos momentáneos, ritmo y melodía sin pensamiento.
No encontró competencia el torero de Badajoz, en un veterano Manolo Mejía que se veía aburrido y un José Mauricio al que le falta mucho oficio, pese a su valor y ser el consentido de mi amigo Froylán López Narváez. Salimos del coso inspirados, llenos de rasgueo interior expresado en el cuerpo que me transmitía con la morena que era yo mismo.