o sabe un estudiante del primer semestre de derecho: el artículo 27 de nuestra Constitución establece que los recursos naturales pertenecen a la nación. Y de manera muy clara, desde el 18 de marzo de 1938, todo lo relativo al petróleo.
Quizás porque es fácil pescar a río revuelto, la Gulf Petroleum imaginó que podría explorar y explotar hidrocarburos en las 200 millas mar adentro que conforman la zona económica exclusiva del país. Para ello solicitó el permiso correspondiente a la Secretaría de Energía, alegando que constitucionalmente no se precisa la propiedad de la nación sobre la riqueza petrolera existente en dicha zona. Le fue negado. La trasnacional se amparó. El litigio llegó hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación que paró en seco el intento de la trasnacional.
Por sorpresas no paramos: Petróleos Mexicanos (Pemex) asignó cinco áreas de 10 mil kilómetros cuadrados al norte de Veracruz a cinco empresas estadunidenses a fin de que desempeñen tareas de investigación y desarrollo de campos productores de petróleo considerados muy complejos
.
Por medio de estos trabajos la paraestatal espera mejorar los sistemas de exploración y explotación en dichos campos, algo urgente y necesario pues, como se sabe, las reservas probadas de petróleo se agotan día a día y es necesario restituirlas lo más pronto.
En un sexenio donde los asuntos de gobierno van de la mano de los intereses empresariales, no debe extrañar que sean trasnacionales las que se encarguen de tal labor (cuestionada legalmente), cuando debía estar a cargo de quienes trabajan en la propia Pemex o en el Instituto Mexicano del Petróleo. Tampoco, que no se guarden ni siquiera las formas: entre las empresas que efectuarán esas tareas en campos petroleros muy complejos
figuran dos que tienen problemas en Estados Unidos: Halliburton (la dirigió por años el halcón Dick Cheney, anterior vicepresidente del vecino país) y Transocean, implicadas en el accidente del pozo Macondo, de la British Petroleum, en abril pasado. Se derramaron casi 800 millones de litros de hidrocarburo. Ambas trasnacionales tienen un historial nada recomendable y son investigadas por las autoridades del vecino país.
En previsión de posibles accidentes
, Pemex coordina con la Secretaría de Marina un plan para enfrentar con prontitud y eficiencia los problemas que pueda traer un derrame de hidrocarburo en aguas marinas, y muy especialmente en las profundas.
En este plan interviene también Estados Unidos, con el que compartimos la mayor parte de la riqueza petrolera existente en aguas del Golfo de México. El otro es Cuba. Nada mejor que la cooperación internacional para evitar allí otra tragedia. Y mucho más si nos atenemos a las revelaciones que hizo la administradora de la Agencia Ambiental de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés), Lisa P. Jackson, durante la última sesión del Consejo de la Comisión de Cooperación Ambiental, del que hacen parte los secretarios del medio ambiente de México y Canadá.
De la tragedia reciente estamos preparados para aprender
, expresó la señora Jackson, al referirse al derrame del pozo Macondo y a que se desconoce la totalidad de las emisiones contaminantes generadas por la industria petrolera en los tres países integrantes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. En Estados Unidos y Canadá las petroleras no están obligadas a reportarlas en actividades de exploración. Tampoco rinden cuentas al gobierno sobre la materia. Una de las grandes tareas de la administración Obama se dirige precisamente a obligarlas a que lo hagan, tarea nada fácil luego de la reciente derrota legislativa de los demócratas.
Pero las trasnacionales buscan utilidades donde sea y con quien sea. Como en Rusia, donde la British Petroleum mandó a quien la dirigía cuando la tragedia del pozo Macondo en el Golfo de México: Tony Hayward, ya participa en nombre de la empresa angloestadunidense en los planes de exploración y explotación de petróleo y gas de los gigantes rusos TNK y la paraestatal Rosneft. Tiene la bendición del señor Vladimir Putin y su camarilla. Su proyecto más ambicioso y peligroso: explotar el Ártico. ¡Lo que nos espera!