Opinión
Ver día anteriorDomingo 14 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De indefensiones
A

todos nos ha sucedido, atormentarnos por algo durante un largo tiempo hasta que de pronto nos damos cuenta de que no tenía por qué atormentarnos. Cuando esto sucede, algunos se ríen, olvidan el asunto y pasan a otra cosa. Son los afortunados. Porque hay otros, entre los que me cuento, que entonces pasamos a atormentarnos por habernos atormentado por algo por lo que no debíamos habernos atormentado nunca para empezar. Es horrible. Aparte de que tanto tormento desgasta, encorva, porque pesa.

Me sucedió, por ejemplo, con una experiencia editorial en la que me vi envuelta hace 10 años. Tuvo lugar en Madrid, en la presentación de un libro mío que se reditaba ahí y que está escrito a la manera de Cartas al Director del semanario neoyorquino Time. Los editores invitaron a presentarlo al Defensor del Lector del diario El País, y el acto se desarrolló en Casa de América, un foro para temas iberoamericanos que se estrenaba y que era de lo más vistoso en aquellos momentos.

A pesar de que todo apuntaba a que el suceso resultara bien, a mí me dejó tan mala impresión que desde entonces hasta ahora no ha dejado de atormentarme, sobre todo porque en mi tormento el Defensor del Lector se me presentaba en el recuerdo como un perseguidor obstinado en no dejarme en paz. Me había preparado para el encuentro. Cuando el libro se publicó por primera vez, en México, otros 10 años atrás, lo envié a la revista Time, que me lo devolvió sin leer y el encuentro en Casa de América con el Defensor del Lector de El País me pareció ideal para que él, en su papel de Defensor, intercediera por mí, en mi papel de lectora de Time, aunque fuera ante el supuesto tribunal que era el lector hipotético de mi libro, el público asistente a la presentación.

Pero el Defensor del Lector no respondió. Se limitó a salir del paso y apenas la mesa se levantó, él fue el primero en bajar del estrado y, tras detenerse a saludar a un reconocido escritor, que había presenciado en primera fila el espectáculo que habremos dado, yo proponiendo el diálogo y el Defensor esquivándolo, el Defensor desapareció de Casa de América, si no de mis tormentos.

Aparecía y reaparecía en ellos, y de forma invariable me señalaba a mí, como a una autora que había sido incapaz de incitar su curiosidad y todavía menos su interés. Para él yo era alguien, pensaba yo, que no únicamente lo había hecho perder el tiempo sino que se había creído graciosa, como con derecho a hacer- lo perder el tiempo. La autocrítica que esto me provocaba era todo un flagelo. Me asaltaba el recuerdo del Defensor del Lector y ¡quería desaparecer!

Tuvo que pasar todo este tiempo para que de pronto me diera cuenta de que quizás el Defensor del Lector no era el responsable de mi malestar, pues la culpable era mi ignorancia del verdadero significado de las funciones de dicho Defensor, acepción que apenas ayer aclaré. Hasta ese momento, yo creía que el Defensor del Lector era como el supuesto Director al que un lector de una publicación determinada dirige una carta, como el Director hipotético de Time al que yo había dirigido las supuestas cartas en el libro que el Defensor del Lector de El País presentaría en Casa de América.

Si esto hubiera sido así, yo habría tenido razón en atormentarme al no haber sido capaz de despertar en el Defensor del Lector simpatía hacia una lectora de Time que, como autora del libro en cuestión, tampoco había sido capaz de lograr que el director hipotético de las Cartas al Director de Time hubiera leído un libro de cartas dirigidas a él.

Pero, como el Defensor del Lector no era lo que yo creí que era, sino lo que él era, en todos estos años en que él hipotéticamente me persiguió, sus apariciones en mi memoria ¡no tenían por qué haberme atormentado!

El Defensor del Lector de El País defiende a los lectores de El País, y los defiende exclusivamente en el sentido de que se encarga de que el departamento responsable de El País de atender sus quejas específicas, los atienda.

El Defensor del Lector de El País no tiene por qué defender a ningún lector de la revista Time, ni mucho menos cuando ese lector es un autor que no pretende aprobar, reprobar ni aclarar nada de ningún departamento del semanario neoyorquino Time, ni menos del diario madrileño El País, sino sólo jugar amistosamente con las dos publicaciones y los respectivos defensores del lector que se dejen.