la matanza de 73 inmigrantes, pese a tener características de genocidio, tanto el gobierno como los medios la han mezclado deliberadamente con la violencia generalizada, con el fin de trivializar, silenciar, que se olvide que somos los guardarrayas de la frontera sur y que la influencia antinmigrante de Arizona empieza desde Chiapas y el Suchiate.
Sobre estas ejecuciones no hubo subidas al YouTube ni aparecen investigaciones específicas. Se ha informado de la detención de algunos delincuentes como los ejecutores directos, pero nada de la mecánica, del tiempo de la matanza; si fueron días o un solo acto; de cómo integraron la lista de inmigrantes, de cómo los ultimaron uno a uno. La investigación en especial de los inmigrantes se la ha llevado el viento y ha pasado al olvido por la noticia de otras matanzas, como las de Ciudad Juárez, Tijuana y de los 18 michoacanos en Acapulco.
Hay en la matanza de inmigrantes un rasgo oscuro de sospecha de colaboracionismo del accionar paramilitar en favor de las leyes racistas. México como defensor
de inmigrantes y sus derechos humanos desapareció ante el genocidio de inmigrantes, ahora denunciado con desapariciones desde Honduras por familiares que perdieron toda información de sus parientes cuando pasaron por México.
Es extraño que en un país donde la lucha contra las desapariciones fue una denuncia sistemática, que se constituyó en parte de la transición y hoy ocupa encargos legislativos del más alto nivel, permanezca en silencio ante la barbarie contra inmigrantes y la acción concreta de las familias hondureñas que reclaman información y respuestas por el paradero de sus familiares. Si bien la práctica de las desapariciones se intensificó en este periodo de guerra contra el crimen organizado
utilizando métodos de contrainsurgencia, como los que se aplicaron a la oposición progresista y las guerrillas mexicanas, también se globalizó y hoy México es para los latinoamericanos el traspatio violento, enmascarado de los rangers y el racismo.
La verdad oficial dice que fueron ejecutados por no colaborar y ser reclutados. ¿Cuál fue el verdadero móvil? ¿Por qué no hubo reconstrucción de los hechos? ¿Por qué a los sobrevivientes en Ecuador y Honduras, ya asegurados y protegidos, no se les ha levantado testimonio desde México y por organismos internacionales para conocer el fondo de las motivaciones de este genocidio?
Ya la jurisprudencia internacional tiene definido que un genocidio se comete cuando un acto de extrema violencia y odio está dirigido contra un grupo específico; en este caso, ser inmigrantes ilegales los hizo ser motivo de odio y ejecución sumaria. Una matanza así sólo es posible con un alto nivel de organización de los genocidas y, por tanto, de complicidades. A esto se suma el silencio de las instancias de los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo, encargados de velar no sólo por los actos en concreto, sino por mantener en conjunto el estado de derecho.
Por éstas y muchas otras razones la posición de México ha variado respecto a Latinoamérica y el resto del mundo; constituye el costo de haber anclado la sustentabilidad económica, e incluso la llamada transición pactada
con la partidocracia que padecemos, a los términos de la crisis estadunidense, que nos ha hecho hacer el papel de terroristas contra la inmigración, cuando millones de mexicanos se debaten en la misma frontera o dentro de Estados Unidos en busca de empleo y futuro económico.
En este contexto, la caravana hondureña ha encontrado un México desentendido con sus propias luchas y tradiciones antirrepresivas. En el Congreso, en el gobierno y a su paso se les atiende peor que si nuestros inmigrantes estuvieran pasando por Arizona o Texas reclamando respeto a los derechos humanos.
Este ambiente no es nuevo; se respiró durante el Mundial en Sudáfrica contra Argentina en particular, creyendo que los espots de las televisoras nos harían más fuertes en la cancha. Los rasgos de xenofobia y patrioterismo del entusiasmo futbolero han rayado en franca intolerancia, que nos han permitido medir los niveles de conservadurismo en la misma sociedad, inmutable frente a la caravana hondureña.
Éste es un México desconocido a lo que fue el respeto y la relación fraterna con el resto de Latinoamérica. Es un México desconocido, pues prácticamente todas las fuerzas políticas que se desgarran en insultos y se dicen abanderados de la izquierda, la derecha o el centro, mantienen fidelidad a las políticas económicas, la integración brutal y abyecta a los dictados de Washington.
Esto significa que las visiones conservadoras venden la idea de que renunciar a principios es buen negocio y además es la única salida al caos presente. La posición antinmigrante en México no sólo viene del gobierno y un dictado externo, sino que ahora alcanza a todos los partidos y es parte de nuestra crisis de identidad. La intolerancia al migrante es rasgo de los imperios; en el subdesarrollo, es síntoma de fascismo y una contradicción con nuestra historia.
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