T
e has dejado en el silencio lo que más importa de cualquier vida, personal o transpersonal: el sacrificio
. Así hablaba la espléndida escritora española María Zambrano cuando se refería a España, país solar con su corona de brumas: por su mar cercano, el mediterráneo que de sacrificio tan abismáticamente sabe; que con su voz llamó irresistiblemente hacia el sacrificio, el doble sacrificio –las dos orillas– que hubo de cumplirse más allá y por encima de toda voluntad y poderío. Es el momento en que un soberano ofreció sobre el ara construida en el centro, el sacrificio de toda historia habida y por haber a quien creyó que se lo pedía:
Pues sí, así es, si me he dejado el toro. El todo, el que está ahí desde siempre, el toro que une en su forma concreta, el maravilloso animal que lleva sol y luna entre sus astas, sacrifican todavía, todavía, los españoles, en un doble sacrificio también: el del torero que lo sacrifica sacrificándose, arriesgando la muerte además, para formar con él el jeroglífico toro pájaro. Más cuanto tarda, cuánto y cómo en ser descifrado este jeroglífico, o en ser al menos desprendido de su pronta ejecución. Cuánto tarda esta figura en ser liberada del cerco de la muerte para presentarse ante la luz, en la luz, en todo su misterio. Cuánto tarda este toro de España en hacerse con las alas de quien por un instante las tiene, dejándolo libre; cuánto tarda esta transfiguración en reposarse. Y cuánto tarda el alado torero en sentir que le nacen o le podrían nacer las alas de otro modo. Pues ello ha de ser la más clara razón del toreo, quedan las oscuras, claro. Más sigue siendo cierto que aquí en este escrito, no aparece el toro y que quien lo ha escrito no quería dejar para siempre de escribir sin abordarlo, por objetivas razones y personales sentires
.
Si esto sucede en España, según el sentir de María Zambrano, los mexicanos heredamos aparte del sacrificio que nos viene del otro lado del Atlántico, la herencia azteca en que seguimos sacrificándole jóvenes fuertes al dios Tonatiuh. No hay más que aceptar que suceda así y permitir que las corridas de toros se prosigan por sí mismas como una espiral que se abre. Esta visión, en lo que tiene de dinámica, cede y se desase y se resuelve en la contemplación. La contemplación, algo que actualmente no gusta. Lástima porque en la medida de que no es contemplada, no puede ser vivida. Esa cercanía con la muerte que es cercanía a su vez con la vida. Esa que viviremos a partir de este domingo próximo, en la inauguración de la temporada mexicana de corridas de toros.