intetizo algunos de los señalamientos que formulé ayer en el foro La política económica para el crecimiento de México, celebrado en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM, en el que me correspondió discutir el entorno internacional que rodea a nuestro país.
Frágil
y desigual
fueron los calificativos usados por los ministros del G-20, en una ciudad coreana de nombre más o menos impronunciable (Gyeongju), para caracterizar la reactivación de la economía mundial al iniciarse, desde el punto de vista del horario, el invierno del hemisferio norte. La metáfora estacional es apta desde otro punto de vista: parece que por el momento la posibilidad de que la reactivación se afirme y fortalezca es mayor en las economías emergentes del sur, hemisferio al que retorna la calidez del verano, en contraste con la mayor parte de las avanzadas del norte, situada ante una perspectiva más bien fría, ante un invierno inclemente.
Aún son insuficientes los indicadores sobre el desempeño de las grandes economías nacionales en el periodo julio-septiembre. Se dispone de algunos: China registró una desaceleración menor de la esperada, tras la insostenible velocidad de su avance en los tres meses precedentes. Sin embargo, sigue en la cabeza con una tasa real anual de 9.6 por ciento, apenas inferior a la de 10.3 por ciento observada en abril-junio. Un repunte inflacionario ligero excedió en medio punto el objetivo anual, al llegar a 3.6 por ciento.
En la primera economía del mundo –de la que la mexicana depende estructuralmente– la actualización al 20 de octubre del Beige Book de la Junta de la Reserva Federal apunta a una actividad en alza en extremo modesta, aun en el sector de manufacturas, y de continuada debilidad en el consumo y en el sector de la vivienda. De hecho, en septiembre la industria manufacturera se contrajo por primera vez en los pasados 12 meses. Se espera, por tanto, un debilitamiento de la actividad en el cierre del año, que bien puede extenderse al próximo.
Hacia la misma fecha se informó en Bruselas que, según indicadores recientes, la reactivación económica en la zona del euro pierde impulso, si bien el continuado crecimiento en Alemania y Francia disimula, en el promedio, una contracción de la producción en el resto del bloque monetario, que revierte lo ocurrido en la primera mitad del año. En la eurozona y más allá, las acciones precipitadas de ajuste afectarán la recuperación y frenarán la caída del desempleo.
En suma, dos años después del pico de la crisis financiera, la economía mundial marcha en dos vías: gran parte del mundo en desarrollo, como China y Brasil, crece velozmente, mientras las economías avanzadas de Estados Unidos, Japón y la mayor parte de Europa se desaceleran y pueden volver a caer en la recesión. El impulso que provenga de las contadas economías emergentes dinámicas difícilmente actuará como locomotora de una expansión global sostenida. El quinquenio 2010-2014 seguirá marcado por las secuelas de la Gran Recesión.
Al establecerse los criterios de política económica para 2011 se dio por supuesto que la demanda externa de nuestro país registrará un incremento elevado, aunque más moderado que el de 2010, llevando a que continúe la expansión en la producción manufacturera y en los servicios relacionados con el comercio exterior
. Parece indispensable revisar este supuesto. El impulso externo será claramente inferior al contemplado hace apenas unas semanas.
Además, al mantenerse débil la demanda de consumo en Estados Unidos, se debilitarán los ingresos por turismo, al tiempo que el desempleo –y las reacciones de rechazo a los trabajadores inmigrados que provoca– no dejarán de afectar los montos de las remesas. El shock inicial de la crisis, en 2008, se dejó sentir en exportaciones, turismo y remesas. Dos años después, no se descarta un nuevo impacto negativo sobre los mismos.
Ante la crisis, nunca ha habido respuestas coordinadas del G-8 o del G-20, a pesar de la multiplicidad de reuniones en la cumbre y a otros niveles. Hubo, sí, unidad de propósitos y acciones nacionales convergentes, de rescate financiero y de estímulo fiscal, hasta que la actividad comenzó a recuperarse y las grandes financieras privadas reanudaron sus ataques especulativos en la periferia europea. Se rompió el consenso favorable a la reactivación y el empleo, mediante políticas deliberadas, y no pocas naciones han decidido dar prioridad a la consolidación financiera más que a impulsar el dinamismo y la oferta de trabajo. Como se sabe, México nunca se sumó a ese consenso. En los trimestres álgidos de la crisis y en los de la incierta reactivación ha privilegiado estabilidad y equilibrios financieros. Por eso la economía se desplomó en 2009 y apunta a una recuperación anémica en los dos años siguientes. Por eso el desempleo sigue elevado: 5.7 por ciento en septiembre, apenas 0.7 porcentuales menos que un año antes.
Para 2011 se requiere, ante todo, mantener y reforzar el esfuerzo anticíclico. Así lo están haciendo, al menos, dos de los principales socios comerciales de México: Estados Unidos y Japón. México no. Ha decidido conformarse con un desempeño mediocre y una pérdida creciente de relevancia internacional.
Este fin de semana se publicó una útil recopilación estadística sobre el crecimiento de las economías nacionales en el primer decenio del siglo, con datos para 180 países. Ordenados por la cifra de crecimiento real acumulado en la década, a México corresponde un sitio nada airoso: 150. Entre las 20 mayores economías, se encuentra nuestro país, que perdió cuatro posiciones, al caer del décimo puesto en 2000 al décimo cuarto en 2010. Sólo otra nación de este conjunto, Argentina, experimentó una caída más estrepitosa. Resulta claro que a lo largo del decenio de la alternancia, como diría López Velarde, México no atina ni en lo pequeño ni en lo grande.