espués de casi treinta años de aplicar el modelo surgido del Acuerdo de Washington, las consecuencias en casi todos los órdenes de la vida organizada del país están a la vista. Lo primero que resalta es el flagelo de la pobreza y la exclusión que afectan a una capa enorme de la sociedad. Lo segundo, causal directa de la anterior, es el nulo crecimiento económico durante dicho periodo. En tercer lugar habría que situar a la incapacidad de la elite gobernante para movilizar, con efectividad y justicia, los vastos recursos con que cuenta México. Además, dicha elite, no ha podido, en todo este crucial periodo, diseñar el modo propio y benéfico de inserción en un mundo globalizado. Ha aceptado, sin retobos, el rol subordinado y dependiente que se le asignó junto con el resto de los países centro y sudamericanos.
Es harto conocida y analizada la incapacidad de la economía para crecer: PIB de 2.1 por ciento en promedio de 1983 a 2009 Esto ocasiona, al considerar la población, un PIB per cápita de 0.4 por ciento anual. La inversión bruta fija, el aliento básico del empuje económico, ha aumentado a un ritmo de 1.9 por ciento anual, a pesar de los beneficios otorgados al capital. Los salarios mínimos, en cambio, perdieron más de 70 por ciento de su poder de compra en ese mismo lapso. No es necesario citar más números. Con lo dicho se ejemplifica la catástrofe que se observa en muchos de los demás órdenes. Apenas ayer, un banquero español del Grupo Santander confesaba que el crédito en México es casi inexistente. Pero la historia no termina ahí. El poco crecimiento habido se reparte de manera por completo inequitativa. Eso ocasiona que aquellos mexicanos que componen la abrumadora mayoría, 80 por ciento, se debata entre una sobrevivencia frágil, a duras penas digna, y la más triste y lacerante pobreza.
¿Cómo relanzar el crecimiento? ¿Sobre qué bases y condiciones puede recomenzar el desarrollo en México? Algunos ya han visualizado la ruta que proponen desde las posiciones de derecha. Han descubierto, en las clases medias, la masa crítica para salir del estancamiento y hasta de la decadencia actual. Sostienen que tal estamento es derivado cierto del modelo neoliberal aplicado. Lo integran aquellos que se han enchufado al aparato exportador y a la burocracia de medio y alto nivel de la Federación o los estados. Se suman los gerentes y cuadros medios de las industrias medianas y grandes, del comercio o los servicios, como el turismo. Afirman entonces que son, en efecto, las mayorías y son, también, las que dan al país sus rasgos de modernidad y futuro. Los que son beneficiados menores del sistema imperante: educados, sanos, con patrimonio, el 10 por ciento del total. Pero también agregan a sus cálculos a esa otra masa que baja hasta, digamos, los 5 mil pesos mensuales de ingreso. Tal grupo, afirman, cuyos integrantes piensan y actúan como clasemedieros. Logran, de esta manera, juntar a la mitad de los mexicanos y, a partir de ellos, hacer sus predicciones, cálculos y valoraciones.
Otros piensan, desde la izquierda, que lo primordial es trabajar con y para los de abajo. Es decir, con y para esa inmensa capa de mexicanos que ingresan 9 mil pesos mensuales o menos. Piensan que el avance del desarrollo se finca en la equidad y no en las exclusiones. Quieren trabajar con esas mayorías. Ello significa ayudar para que decidan, con libertad, sobre su futuro, sin manipulaciones que disloquen la democracia electoral. Y trabajar para ellas implica volcar, sobre ellas y desde un gobierno bien financiado, la mayor tajada del progreso.
Ello implicará levantar las estrictas restricciones que aquejan y atan al desarrollo de la fábrica nacional completa. Reformar al fisco para que pueda financiar su crecimiento e integración. Asegurar, desde el gobierno y con los recursos necesarios, el bienestar colectivo con equidad y, de manera simultánea, empujar el crecimiento. Integrar a los sectores productivos rezagados o que han sido golpeados por el entreguismo y la inserción subordinada a la globalidad, en especial el campo. No sólo definir a la educación como el agente redistribuidor por excelencia sino, en efecto, dotarle con los recursos indispensables. Definir las palancas que soportarán el desarrollo propio, independiente y equilibrado, en especial la minería, que incluye al petróleo. Dar el impulso al empleo vía las micro y pequeñas empresas que buscan, de forma desesperada, su continuidad y mejoramiento.
Hoy se presentan ante el electorado estas dos posturas arriba deslindadas. Son ellas visiones del país opuestas, maneras de hacer política por completo divergentes. Una que siempre ve hacia arriba y pone, al servicio de la elite, todos los instrumentos, recursos y leyes. La que habla de pluralidad, apertura o participación pero, en el fondo, se aferra al autoritarismo cupular. Otra que ve hacia abajo, en busca de justicia distributiva, mercado interno propio y real fundamento democrático. Son estas opciones las que se tendrán que dirimir en las urnas de 2012 para evitar adjuntarle a la violencia del crimen que ahora atosiga y ensombrece el panorama, la posibilidad de una insurgencia amarga y destructiva desde el resto mayoritario de la sociedad.