Opinión
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Arte contemporáneo 2010
C

ircula Las artes de la ciudad: ensayos sobre la cultura visual en la capital (Fondo de Cultura Económica, Colección Popular, 2010), de Rubén Gallo. El libro fue publicado en inglés: con un título más ambicioso. New Tendencies in Mexican Art: The 1990s, denominación que no corresponde a su contenido, presentado en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo Arco, de Madrid provocando polémica.

Las polémicas son bienvenidas, lo que no es idóneo por parte del autor es la glosa de lo que otras personas han dicho al respecto, sea o no que se trate de críticos y curadores renombrados.

Se reseñan en él, de modo muy breve, fragmentos de la trayectoria de cinco artistas y se mencionan varios más. Los antologados son Francis Alÿs, Minerva Cuevas, Santiago Sierra, Teresa Margolles y Jonathan Hernández, además del capítulo dedicado a la fotógrafa Daniela Rossell: las ricas de la ciudad, en el que se identifican algunas de las modelos.

El autor, profesor en Princeton de literatura latinoamericana, es buen narrador y se celebra que hoy día se dedique a otros temas que con toda probabilidad le son más afines.

Reitero, los debates son bienvenidos, pero no las inclusiones aleatorias de cuestiones que tienen que ver con lo que el autor llama caudillismo cultural, máxime con lo que vierte respecto de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Es inadmisible en una publicación que salió a la luz hará tres meses, una frase como la siguiente: Hoy la UNAM es sinónimo de paros laborales y huelgas estudiantiles y los títulos de esta institución han perdido el prestigio que tuvieron alguna vez, añadiendo que la máxima casa de estudios se ha convertido en una pesadilla distópica.

Sucede que la traducción al español, por parte del propio Rubén Gallo y de Steven McCutcheon Rubio, no especifica con claridad que la mayor parte de los contenidos datan de más de 15 años atrás, ya que Gallo afirma que su primer encuentro con el arte llamado experimental fue en 1993.

Además, para abordar ese tema, eran indispensables referencias a lo sucedido un poco antes. El capítulo titulado Breve historia del orientalismo mexicano es inoperante, porque en todos lados han existido venas orientalistas que no pueden tratarse ni ilustrarse mediante unas cuantas imágenes tomadas al azar en las que aparecen geishas o se menciona a Felipe de Jesús, el primer mártir mexicano, incluyendo el secuestro de un empresario japonés (1996) en Tijuana.

Si se habla de orientalismos, habría que mencionar que Germán Venegas, permeado de conceptos budistas y con exposiciones que han girado en torno al dibujo, plasmó procedimientos orientales, no sólo iconográficos, sino sobre todo en cuanto a técnica dibujística.

Se abordan los museos emergentes, como fueron el Museo Salinas o el denominado Museo del Prado, espacio instaurado por Gustavo Prado, acentuando que allí se exhibió el ataúd de su alter ego, Aurora Boreal, identidad inspirada en un personaje de Enrique Jardiel Poncela, dramaturgo español de quien ni siquiera quedó anotado su nombre propio.

El mejor capítulo está referido a la radiofonía independiente, el protagonista es Taniel Morales, pero llama la atención que sólo allí se mencione El Faro de Oriente, centro cultural del que no se proporciona noticia alguna, salvo que Morales colaboró en él.

En cambio, las exposiciones del llamado Grupo Temístocles fueron una especie de festín de ideas, imágenes y conceptos, tuvo breve vida y así se cerró uno de los capítulos más afortunados de la historia del arte contemporáneo en México.

Si el autor así lo concibió, debió dedicar mayor investigación a Temístocles y a otros ámbitos o acciones, como la ya legendaria Toma del Balmori, convocada por Aldo Flores, que reunió a tirios y troyanos de aquel entonces.

Algunas secciones del libro están atravesadas por la presencia del entonces muy joven Rodrigo Aldana. Los textos que éste escribió sobre sus padres y hermanos son de una irreverencia impresionante.

Bueno y santo, pero su padre, Miguel Aldana, abrió el primer Centro de Arte Moderno que existió como museo contemporáneo en Guadalajara, donde tuvo lugar la postrer exhibición del Salón Independiente. Rodrigo de allí abrevó con creces, aunque se haya dedicado a la performática nudista, quizá porque la esencia de su arte es inmaterial.

El texto tiene buenas puntadas, a más de algunas anotaciones críticas, lo que objeto es su condición de boutade, cuando que pudo ser introducción a un tema en el que pudieran abrevar estudiantes y lectores interesados.

La publicación no difunde, más bien confunde. La editorial, al menos, debió solicitar un epílogo puesto al día.