ste viernes pasado dejó de existir Alí Chumacero, espléndido poeta y gran aficionado a la fiesta brava. Nunca lo traté, me quedé con el deseo de hacerlo. Compartí con él tres mesas redondas en las que me centró la gran sensibilidad en que podía verbalizar sobre diferentes temas. Además de poeta, ensayista, traductor y corrector de libros fue un gran crítico literario. Había nacido en Acaponeta, Nayarit en 1918; 22 años después estaba ya en la ciudad de México. En las biografías sobre él se destacan sus libros de poesía: Imágenes desterradas 1948, Palabras en reposo 1956 y Páramo de sueños 1994. Al que esto escribe le gusta por diversos motivos amorosos y académicos el poema De tiempo a espacio:
Naciste desde el fondo de la noche, / del sueño donde el tiempo comienza a ser raíz / y la mirada sólo tibio aire, / cuándo aún no era ojo, sino apenas un viento suave, / un aroma erigido sin mano que lo toque.
Eras la flor ahogada flotando sobre el cuerpo / en nuestro amanecer hacia la luz; / destrozabas la noche con tus ojos, / hundida en mi desnudo / tal un vivo rumor de brisa que al oído / volcara la virtud de su marea, / y mi aliento en tu savia navegaba, / y tu voz en mi pulso se moría / como sombra de ave agonizante, / transformando mi cuerpo en sueño tuyo, / en vivo espejo abandonado / o silencio que cruza los espacios.
Entre feroz y tierno, Alí Chumacero recreaba esa parte que como seres humanos se nos escapa. Su poesía que es el paisaje de México proviene de que al mismo tiempo de que se manifiesta se oculta. El tiempo, el espacio, al igual que ofrece una manifestación que da la cara, guarda y reserva una posibilidad inagotable de manifestaciones. Lo que implicaba la temporalización del espacio y la espacialidad del tiempo. Y la búsqueda freudiana del tiempo puro. En última instancia su poesía es de todos y la utiliza quien la necesita, como diría El cartero, la ópera recién estrenada.
Alí Chumacero encontró en su vida la lucha del amor con la muerte. Como diría María Zambrano, algo precioso: el aplacamiento del demonio del amor, el apaciguamiento de la furia erótica que ha encontrado el alma que buscaba: la dulzura de la mujer. Esa fiera dulzura que matiza la obra de Chumacero. Es poesía que ha alcanzado la quietud en movimiento, integrado en el alma, espejo que ofrece la imagen desterrada. El ritmo de su poesía que en última instancia es el ritmo del toreo que tanto le apasionó.