stuve un mes en Europa, en París y Bellinzona. Meses de huelgas generales en Francia, me tocaron varias, una el 23 de septiembre en que tenía que viajar a Milán para dirigirme en coche a la Suiza italiana, donde me esperaban para asistir a un congreso sobre traducción en el que participaban Juan Villoro, Mario Bellatin, Paco Ignacio Taibo II, Cristina Rivera Garza, Fabio Morábito y Guillermo Arriaga, además de varios traductores.
Es un congreso anual, lo organiza un grupo de jóvenes de esa zona con gran inteligencia y eficacia, bajo la dirección de Vanni Bi; hay además varias editoriales importantes surgidas allí y colaboran con las italianas, aunque sean independientes y de gran tradición.
Un bello lugar rodeado de montañas, con tres castillos medievales en su haber, muy pocos habitantes –prósperos–, algunos restoranes con buena comida, un mercado los sábados con gran afluencia popular, una cantina pública al pie del castillo principal y comida gratis, nos la distribuían como en los cuarteles en un plato de papel y contenía un riquísimo rissotto: nos sentamos al pie de la muralla a disfrutarlo como campesinos o como gorrones.
La plaza principal posee un bello teatro como los de las grandes ciudades italianas donde se cantaban las óperas de Verdi, en tiempos de la opresión austriaca, varios cines y ¡oh sorpresa!, en medio de tanta afabilidad y bienestar, una enorme tienda de armas de todo tipo, cuernos de chivo, pistolas, ametralladoras exhibidas en las vitrinas como se exhibe la ropa de diseñador, los relojes o los quesos.
En París estuve más tiempo contemplando museos, yendo al cine, viendo cómo se desarrrollaban las huelgas y trabajando sobre el poeta Paul Celan, quien se suicidó en abril de 1970, tirándose al Sena desde el puente Mirabeau. Curioso, leyendo las cartas que le dirigió a su esposa, Gisele Lestrange, me encuentro que también estuvo en Bellinzona, que le gustaron los castillos y la gente, aunque su visita se debió a otras circunstancias y sucedió antes: se reunió allí con varios amigos y, claro, una de sus ocupaciones principales fue la traducción: me interesan y me dan placer las coincidencias.
¿No decía acaso Proust en su obra magna que “.. en su sentido más literal, todo libro esencial, el único verdadero, no tiene que inventarlo un escritor…, el libro ya vive dentro de nosotros, el artista apenas debe traducirlo. El deber y la tarea de quien escribe son simplemente los de un traductor”.
Las huelgas en Francia están muy bien organizadas, el 21 de septiembre me dediqué a ver pasar a los manifestantes en el boulevard Saint Michel, gritaban consignas, llevaban carteles, carros con altoparlantes, niños, mujeres, viejos, jóvenes, hippies –pero con zapatos y chamarras contra el frío (que ya empezaba), con marca de diseñador–; protestaban contra el gobierno de Sarkozy, cada vez más malo y estúpido –como el nuestro y el de otros presidentes europeos, de quienes un ejemplo flagrante sería Berlusconi.
La huelga me hizo perder aviones, caminar mucho, pues había escasez de transporte público, sobre todo el Metro y los ferrocarriles; además, en otro día de paro, cerraron las gasolineras y se hacían filas enormes en las pocas que aún estaban abiertas, tragedia que me sucedió el día de mi salida, el 19, en que 50 por ciento de los vuelos estaban cancelados en el aeropuerto de Orly y 30 en el Charles de Gaulle.
En Francia las huelgas se organizan con eficacia para no permitir que se abolan las conquistas sindicales –comparemos solamente: Luz y Fuerza, Mexicana de Aviación–. No aceptan de ninguna manera que se aumente la edad de los retiros, 60 años, que se pretende aplazar hasta los 62, cosa que perjudicaría a todos, pero sobre todo a las mujeres. El miércoles 13 de octubre hubo además de la huelga general del 12, una huelga de estudiantes de liceo, los jóvenes de 16 años protestaban porque no quieren que a sus 60 tengan que trabajar dos años suplementarios, así me lo dijeron cándidamente cuando se los pregunté.