gradezco profundamente a la señora Carmen Lira Saade, directora de este prestigiado diario, La Jornada, el concedernos este espacio para que un obispo de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) pueda compartir los puntos de vista personales, pero ante todo del episcopado, sobre temas de interés nacional. Agradezco igualmente la mediación en este asunto de monseñor Felipe Arizmendi, y su ejemplo de participación en un espacio de comunicación tan cualificado como éste, en el que escribo.
Ha terminado el mes de septiembre, el llamado mes de la patria
. Ahora se trató de un excepcional septiembre, porque celebramos el bicentenario de nuestra Independencia. Hubo series de televisión y de radio dedicadas a este tema, y artículos periodísticos que igualmente nos ayudaron a preparar una celebración digna de semejante acontecimiento.
Pero, ¿hicimos una celebración a la altura del significado de este aniversario? Algunos acusaron el festejo realizado en el Zócalo de la ciudad de México por lo que juzgaron fue un despilfarro. Yo pienso que, a pesar de los altos niveles de pobreza y todos los problemas de violencia e inseguridad que privan en la nación, las futuras generaciones nos condenarían más bien si hubiéramos descuidado o minimizado esta celebración del bicentenario.
Hubo enormes contrastes en el modo e intensidad de las celebraciones, desde las estupendas fiestas del Zócalo capitalino hasta la ceremonia del Grito en Ciudad Juárez, con la asistencia tan sólo de un pequeño grupo de militares. En muchas de las plazas a lo largo y ancho de la República hubo una notoria baja en la cantidad de personas que participaron en la noche en que recordamos el Grito de Dolores. La principal razón, la inseguridad. Por prudencia y precaución, mucha gente evitó salir esa noche, como muchas otras. Las costumbres de gran cantidad de mexicanos han cambiado en los últimos meses, pues intimidados por los frecuentes hechos de violencia, procuran evitar andar fuera de casa por la noche si no es indispensable. Tal vez algunos hayan faltado a esta celebración convencidos, más bien, por la idea de que no hay nada que festejar, dado todo lo que estamos padeciendo.
Decía un servidor en la homilía del domingo 12 de septiembre: “Con todo el ambiente sombrío que nos rodea, ‘secuestrados’ como estamos por el crimen organizado, con los retenes, las balaceras, las desapariciones, las extorsiones, toda la corrupción e impunidad, etcétera, son muchos los que piensan que no hay nada que celebrar en México, que no hay motivo de fiesta.
“Pero, como creyentes en Cristo, creemos que la fiesta de la fe y de la esperanza no puede terminar nunca. Tenemos que celebrar a nuestros antepasados que nos dieron patria y libertad; tenemos que celebrar a todas las generaciones de mexicanos y mexicanas que, inspirados en esos antepasados, han sabido heredarnos valores en los que creemos firmemente; tenemos que celebrar que debajo de esta suciedad que está en la superficie, hay agua limpia, potable y abundante brotando de una fuente constante e interminable. Esta ‘agua limpia y potable’ es la inmensa mayoría de nuestra población; gente buena, de bien, trabajadora, solidaria, amigable, íntegra y amante de la paz. Debemos celebrar de antemano que esta época sombría de México tendrá que pasar, no para volver a ser los mismos de antes, sino para aprender de lo malo y crecer en el bien, la honradez y el respeto a la dignidad humana, para una nación más justa, igualitaria y llena de paz, llena de Dios en cada corazón y en el corazón de la patria.”
Esta homilía fue predicada por todos mis sacerdotes de la diócesis de Nuevo Laredo, que se extiende por el norte de los estados de Nuevo León y Tamaulipas, región que de todos es sabido, ha sido altamente afectada por la violencia del crimen organizado desde hace ya algunos años. Los sacerdotes me han dicho que esta homilía, que es mucho más larga, por supuesto, impactó bien en el ánimo de nuestros fieles, tan golpeados por lo que ahora, lamentablemente, es una realidad que lastima a todos los mexicanos.
Los obispos de la CEM, con motivo del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, emitimos una carta pastoral titulada Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra patria. Es un título por demás sugestivo del contenido de este mensaje, que les recomiendo leer en la página www.cem.org.mx La idea central de este documento se contiene también en una parte de la oración que diariamente estamos haciendo los católicos de México: “…que como discípulos misioneros tuyos, ciudadanos responsables, sepamos ser promotores de justicia y de paz, para que en Ti, nuestro pueblo tenga vida digna…”.
La fiesta del bicentenario debe continuar, y aún nos falta el festejo del centenario de nuestra Revolución, que ojalá lo celebremos intensamente y bajo mejores condiciones de seguridad.
* Obispo de Nuevo Laredo y presidente de la
Comisión Episcopal para la Pastoral Social