ombatidas en todo momento por el pensamiento conservador, las tecnologías de reproducción asistida reciben este año un respaldo muy importante de los medios científicos y la comunidad internacional, gracias a la decisión tomada por la Academia Sueca de otorgar el Premio Nobel de Fisiología y Medicina 2010 al británico Robert Geoffrey Edwards, uno de los creadores de la fertilización in vitro (FIV). Se trata de un procedimiento que ha revolucionado nuestras concepciones sobre la reproducción humana, el cual, junto con los conocimientos y técnicas a las que ha dado lugar, tiene enorme impacto sobre el presente y seguramente lo tendrá en el futuro reproductivo de nuestra especie.
El surgimiento de un nuevo ser humano es el resultado de eventos muy complejos, los cuales, expresados en sus rasgos más generales, van desde la maduración de las células sexuales (óvulos y espermatozoides), su fusión y el intercambio de material genético, la implantación del embrión resultante en el útero materno y su desarrollo hasta el nacimiento. Desde el primer tercio del siglo XX, con el surgimiento de la primera tecnología reproductiva, la inseminación artificial, se iniciaba una nueva etapa en la que era posible la eliminación del contacto entre los cuerpos (el coito) y la intervención de un complejo técnico-científico capaz de sustituir en el laboratorio procesos biológicos esenciales para la reproducción humana.
Robert Edwards empezó su trabajo en este campo estudiando –desde finales de los años 50 del siglo pasado– los procesos fisiológicos de maduración de las células ováricas en diferentes especies animales, incluida la humana. En la década de los años 60 pudo determinar con precisión, además de los cambios preovulatorios que ocurrían en los folículos del ovario, el tiempo de maduración de las células sexuales y el momento exacto en el que éstas pueden ser colectadas para su cultivo en preparaciones aisladas. Además, hizo posible el control de estos procesos mediante la administración previa de hormonas, lo que constituye un antecedente de gran importancia en el desarrollo de la FIV.
El nombre de Robert G. Edwards no puede separase del de otro gran genio que hizo posible el desarrollo de la FIV y la llevó, junto con él, a su culminación exitosa: Patrick Christopher Steptoe, quien, sin duda, de no haber fallecido en 1988 estaría recibiendo junto con su connacional el máximo galardón científico. Steptoe había desarrollado la técnica de la laparascopía dentro del campo de la ginecología, que consiste en la introducción de un delgado tubo en la cavidad abdominal, lo que permite la visualización y el estudio del desarrollo de los folículos ováricos in vivo y, especialmente, la obtención de óvulos maduros con este procedimiento, lo que hacía posible la eliminación de los complicados procedimientos quirúrgicos utilizados anteriormente.
Trabajando juntos, Edwards y Steptoe tuvieron varios éxitos, pero también fracasos. Publicaron en los años 60 y 70 numerosos trabajos sobre la fisiología y el cultivo de óvulos y reportaron sus primeras observaciones sobre la fertilización in vitro, al incluir espermatozoides cuyas condiciones también fueron cuidadosamente diseñadas. Incluyendo los métodos de microscopía de esa época, demostraron cómo se producía la penetración de la célula masculina y su fusión con los óvulos cultivados, así como la formación de embriones en medios artificiales.
El paso siguiente era inevitablemente la implantación de estos embriones en el útero. Para 1974, en un trabajo publicado en los Proceedings de la Sociedad Real de Medicina, reconocen que de 14 reimplantaciones intentadas, ninguna había tenido éxito. Los fracasos no los hicieron desistir. En la discusión de sus artículos realizaban una exploración minuciosa de las posibles fallas. En 1976 lograron la primera implantación, pero ésta ocurrió en un lugar equivocado: las trompas de Falopio, por lo que el embarazo tubario tuvo que ser interrumpido en la semana 13 de la gestación. Nuevamente había que revisar y perfeccionar los procedimientos… pero jamás detenerse.
Finalmente, en 1978, en una muy breve pero histórica comunicación al editor de la revista Lancet, titulada Nacimiento consecutivo a la reimplantación de un embrión humano
, Steptoe y Edwards (en ese orden) dan cuenta del suceso que cambiaría para siempre nuestro conocimiento sobre la reproducción humana, al mostrar que varios de los procesos biológicos esenciales, incluidas la fertilización y la formación del embrión, pueden ocurrir fuera del cuerpo y dar lugar al nacimiento de seres humanos perfectamente sanos. Ante ese acontecimiento, paradójicamente, los defensores de la vida
montaban en cólera.
Pero lo que había sucedido era algo prodigioso: el 25 de julio de ese año nació una niña; su nombre: Louise Brown.