l asunto principal es que en 518 años no hemos podido encontrarnos nosotros mismos.
Vistos como cruces de sefarditas, españoles, indígenas, negros y sus mezclas, nuestra pureza nacional viene de lo impuro y, en consecuencia, lo cultural se reflejó por lo que aportó cada uno de estos afluentes a lo que hoy somos. Es por ello que el racismo aquí no se expresa como en otras partes, pues nadie tiene un fundamento para esgrimir pureza de raza. Para los colonizadores, la raza es una justificación de dominio; para los colonizados, es una resistencia.
En Estados Unidos por ejemplo, aún clasifican en los documentos oficiales como caucásico
, latino
, asiático
, afroamericano
. Aquí sólo durante la Colonia hubo el ladino
, el saltapatrás
o el tentempié
, pues un ideal del liberalismo fue que todos éramos iguales ante la ley con sus ventajas y desventajas.
Hace 18 años, en 1992, hubo un ambiente semejante al de ahora. En aquel entonces se conmemoraba, rememoraba, maldecía y homenajeaba a Cristóbal Colón y sus hazañas. El colombiano Germán Arciniegas, en su Biografía del Caribe, afirmaba que ese momento en realidad fue el encuentro entre el Mediterráneo y el Caribe, no de los continentes, que vino mucho después.
Previamente hubo entre los originales un primer mestizaje largo, cultural, religioso y profundo entre naciones mesoamericanas. El gran imperio nahua se extendió hasta Centroamérica y, según estas versiones, hay vestigios lingüísticos y culturales de los incas del Perú en la cultura tarasca en lo que hoy es Michoacán, que prueban las migraciones desde aquella era precolombina. En aquel universo hubo guerras, luchas entre dioses, influencias y mezclas que hoy todavía se proyectan.
Son más antiguos los mazahuas que los mayas y, cuando la fundación de Tenochtitlán, Teotihuacán ya era ruinas y un misterio para los mismos aztecas.
Si extendemos el tiempo y no lo compactamos, hoy nuestra misma historia contemporánea de estos 200 años es reciente, parte del caos y ánimos de una juventud nacional, pues si los comparamos con los 300 años de la Colonia, somos todavía un proyecto doloroso, pero proyecto; lo cual no significa que lo que sucede ahora no sea una raíz de nuestro futuro.
Al entrar en lo contemporáneo, reivindicando la raza
que constituye el lema de la Universidad Nacional como centro de la elaboración del pensamiento científico y cultural mexicano, se requiere reconstruir nuestra noción histórica real, pues estamos en medio de una etapa en que predominó un régimen basado en las formas despóticas y que dijo ser, hasta hoy, la esencia de lo nacional. Un régimen que adoptó los símbolos patrios como los de su partido y, en la base, una historia contada a su manera y al servicio de su visión e intereses. Ese régimen en su decadencia regresa, ofreciendo estabilidad y paz frente al caos que ellos mismos han causado. Su insurgencia se basa en el fracaso y que no necesitamos la democracia.
No estamos en un parteaguas histórico, sino en la decadencia de un periodo, en un toma y daca entre muchos vacíos que se hicieron y no fueron llenados. Los viejos poderes económicos y políticos se renovaron, simulando la democracia, inventando una política sustentada en la desesperación por la pobreza de millones, el miedo y el terror de otros tantos y todos desubicados frente al mundo, con fronteras sólo para los parias y, a cambio, entregados a otros que nos exprimen.
Hace 518 años unos marineros vieron tierra, iniciaron en etapas las expediciones de científicos, clérigos, militares y pobladores en busca de fortuna. Desde la Conquista ya venía el sentimiento de independencia y hasta el mismo Cortés tuvo la tentación de emprenderla ante la visión torpe de Carlos III. Una vez lograda, luego de 300 años de subordinación a la corona española, hemos estado inmersos hasta hoy, creyendo arrebatar el futuro, pero renunciando a construirlo. Nuestra democracia se convirtió en un mal espectáculo. La decadencia es un estado de ánimo general, la violencia una alternativa y la traición es costumbrismo.
Hace 18 años, el debate sobre quién descubrió a quién, el derribamiento de estatuas, el juicio a Colón y las reivindicaciones de las resistencias, marcaron la agenda de los 500 años. Hoy, debido a que la agenda y las celebraciones son arbitrarias y no siempre conectan con el estado de ánimo real, el 12 de octubre es una celebración, más que secundaria, irrelevante. No hubo nada, pese a que en el país no cesan los conflictos como los que viven, por ejemplo, los triquis en Oaxaca, o lo que existe en Chiapas tras la insurrección de 1994.
Marcado como Día de la Raza, el tema pareciera ya irrelevante frente a la magnitud de la globalización, donde lo que se descubrió hace 518 años hoy se incendia, se erosiona, se inunda, tras la agresión de las formas de vida que surgieron entonces y que no le hicieron bien a la naturaleza. Lo que se pensó como un gran destino nacional es un lugar de paso, un peligroso mal paso, donde aplicamos el racismo sin fundamento alguno contra otros. ¿Viva la Raza?
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