finales de septiembre el Partido Laborista británico se reunió para renovar su dirigencia y definir su futuro rumbo. Tras la derrota electoral en mayo Gordon Brown se refugió en su natal Escocia y el partido tuvo que escoger entre cinco candidatos, dos de ellos hermanos, David y Ed Miliband.
Al final la lucha fue entre los dos hermanos, hijos de los mismos padres pero con padrinos políticos de dos tendencias rivales dentro del mismo partido. Su padre había huido de Bélgica en 1940 y está enterrado en Londres junto a la tumba de Karl Marx. Su madre, que nació en Polonia y de pequeña emigró con sus padres al Reino Unido, aún milita en el Partido Laborista.
David, el mayor, se identificó con el exitoso primer ministro Tony Blair y su New Labour, la izquierda pragmática inspirada en el modelo de Bill Clinton y dispuesta a abandonar a los sindicatos en su afán modernizador; Ed, cinco años menor, siguió a Gordon Brown y logró el apoyo de los sindicatos. Algunos periodistas describieron la contienda fratricida en términos de Caín y Abel. El vencedor fue Ed Miliband.
El Partido Laborista británico inicia ahora un nuevo capítulo en su ya muy accidentada historia del último medio siglo. La apuesta de Ed Miliband y el ala izquierda del partido es que el actual gobierno de coalición encabezado por el conservador David Cameron no durará mucho y que el electorado buscará una alternativa a la política que representó Blair. Su cálculo es que en las siguientes elecciones los británicos harán a un lado a los conservadores y desecharán también el legado de Tony Blair.
Y ese legado es lo que muchos británicos han venido discutiendo desde hace algunos años. ¿Qué tan importante y duradera fue la transformación del Partido Laborista bajo Tony Blair? El propio Blair ha participado en esa discusión con la publicación de sus memorias, que causó revuelo entre los laboristas. Una primera respuesta a Blair de su propio partido fue la elección de Ed Miliband. Al parecer un importante sector del partido, incluyendo a Gordon Brown, ha rechazado la herencia de Blair.
En sus memorias Blair narra y defiende su rompimiento con los postulados tradicionales y socialistas del Partido Laborista y, tras sus primeros encuentros con el presidente Bill Clinton, define el rumbo como third-way progessives: un tercer camino, ni derecha ni izquierda, más bien una ruta intermedia de supuestos progresistas.
Al igual que Bill (y Hillary) Clinton, Blair recibió un jugoso contrato para escribir sus memorias. El libro se ha vendido bien y Blair ha sido objeto de críticas feroces por su papel en la invasión de Irak. Avergonzado, Blair decidió donar parte de sus ganancias a la Royal British Legion. Veremos si lo mismo ocurre en noviembre cuando aparezca el libro de George W. Bush Decision points.
¿Por qué escriben sus memorias? El dinero es un motivo. Pero más importante es su legado y no pocos políticos quieren dejarnos su versión de los hechos. ¿Cómo seré recordado? La respuesta es: mejor lo platico yo. He ahí la motivación de Blair.
En un texto bien escrito, Blair nos describe su lucha por llegar a la dirigencia del Partido Laborista, su visión por redefinirlo y sus 10 años como primer ministro. Su relación con Estados Unidos acapara buena parte del texto y nos ofrece varias ventanas para apreciar su gestión al frente del gobierno británico. Es un admirador de los estadunidenses y de Clinton. También nos dice admirar a George W. Bush, aunque dedica varias páginas para tratar de convencer al lector de que Bush no es ningún tonto.
Donde Blair se muestra incómodo es en las muchas páginas que le dedica a su decisión de acompañar a Bush en su aventura en Irak en 2003. Qui s’excuse s’accuse. He ahí su pecado. Por mucho que quiera justificar su triste papel en la invasión de Irak, no puede superar la renuncia de su canciller, Robin Cook, quien inició su gestión proclamando que el Reino Unido anclaría su política exterior en la ética y el derecho internacional. Blair apenas menciona esa renuncia. Ahora hay voces que lo acusan de crímenes de guerra.
Hace poco salió a la venta otro libro de memorias. Se trata del diario que Jimmy Carter escribió durante sus cuatro años en la Casa Blanca. Su aparición nos sirve para aquilatar el valor de las reflexiones de dirigentes políticos.
En 1982 Carter publicó sus memorias, un texto honesto, inteligente y repleto de sentido común. Su diario tampoco tergiversa la verdad e incluye comentarios que aclaran y matizan lo que escribió cuando fue presidente. Nos dice exactamente lo que piensa. Describe sus logros y sus errores, y su autocrítica es sincera. Aparece como un hombre decente y hasta sabio.
A diferencia de Blair, Carter no disimula las divergencias que tuvo con sus colaboradores y sus competidores dentro de su Partido Demócrata. Por ejemplo, cuenta los pleitos que tuvo con su secretario de Estado, Cyrus Vance, y platica lo difícil que fue aceptarle la renuncia a Andrew Young, su embajador ante Naciones Unidas, que mintió a Vance acerca de una entrevista que tuvo con los representantes de la OLP.
A las personas con quienes difiere Carter les da su lugar y, al hacerlo, se da el suyo también. Su lugar en la historia y su legado están asegurados. Blair, en cambio, disimula, y si bien no miente tampoco dice toda la verdad. Cree que es capaz de convencer al lector de lo correcto de su papel en el caso de Irak como convenció a los electores británicos de la bondad de sus posiciones en las elecciones de 1997. Pero no logra su cometido. Los historiadores tampoco se la van a creer.