veces amanezco y hasta mi alma esta húmeda. Suena y resuena el mar lejos. En este punto, hasta aquí, te amo…”
En el corazón de la ciudad de Los Ángeles, California, esa urbe encantada que se volvió hogar de millones de mexicanos, parecía palpitar con ritmos latinoamericanos en el Teatro Central la voz del tenor Plácido Domingo cantando al amor, al exilio, a la patria perdida, en la presentación de la ópera Il Postino (El cartero), de Daniel Catán; la historia de un gran afecto entre Pablo Neruda y su cartero, basada en la novela Ardiente paciencia, de Antonio Skármeta, y su versión cinematográfica titulada El cartero.
Historia que parecía dormir un eterno sueño. El drama de millones de exiliados españoles y latinoamericanos expulsados de sus países por crueles dictaduras. La voz envidiable de Plácido Domingo, la escuchaba más clara, más diáfana, más bella cuando emocionado hasta las lágrimas cantaba la poesía del cuerpo lacerado, que no se rendía y expresaba la ternura contenida en la relación con el cartero, su cartero. No soy un experto en el tema, pero las sensaciones que provocaban en mé eran una mezcla de sentimientos no conocidos.
Embrujador encanto el de Plácido Domingo que enloqueció a los angelinos. El alma del exilio aprisionada en la voz del tenor mexicano y el compositor mexicano Daniel Catán. El recuerdo del lugar donde se nació, se vivió, con sus calles arcaicas serpenteantes, era la isla
que aparece en la ópera con calles, bares, parques y ojos de mujer que perfilaban resplandores que hacían surgir las noches del exilio. Medrosos contornos fantasmales en plazas quietas y solitarias evocadores de escenas amorosas, duelos a muerte que el tiempo y la fantasía fueron envolviendo en hechizados ropajes de encanto y tradición. Amores forjados de leyenda y evocación. Magia heredada y vuelta ópera gracias al talento de Daniel Catán.
El correr de los tiempos fue tejiendo la historia de los exiliados con los hilos encantados de la leyenda. Testigos mudos de lances de misterio y tragedia que viven en los pueblos y ciudades. En ellos el tiempo se ha detenido y todo se ve dormido, silenciosamente. Entre Plácido y Daniel despertaron el hechizado cuerpo que palpita en estos lugares: la Isla
, Madrid o Buenos Aires, Montevideo o Santiago, o los países centroamericanos y del Caribe, en sus piedras seculares, rejas esmaltadas de flores.
El encanto de los años luminosos aún viven en sus recodos embrujados. El alma del exilio renació en todo su esplendor y poesía en el teatro de la ciudad de Los Ángeles en la voz de ese tenor llamado Plácido Domingo que a los 70 años mostró ser un fenómeno del canto y la actuación. Sensibilidad aparte.