Cambiar con estrategia
uimos criados como católicos y así nos casamos, pero enseguida procuramos responsabilizarnos de nuestra vida y de nuestras decisiones ya sin intervención de divinidades, cuenta Alicia Ríos, ejecutiva y proveedora, mientras su esposo, ingeniero, se ocupa de la casa y de los niños. “Nos esperamos cinco años para encargar y siempre con la convicción de no dejarlos en guardería. Haber cambiado de roles provocó que incluso perdiéramos amistades, idiotas en el fondo, pero amistades al fin.
“Al principio lamenté, entre otras cosas, no poder estar en reuniones de padres en la escuela o en fiestas infantiles. Cuando nació mi segunda hija mi trabajo me demandaba tiempo extra y sus primeros dos años apenas la vi crecer; después empecé a poner límites, sobre todo a la empresa. Por lo demás, mi relación con ellos (8 y 6 años) es muy cercana y con gran calidad en los tiempos que pasamos juntos, no en una duración inútil o desgastante. El tiempo que compartimos es de diálogo y de juego, no de hartazgo o de disciplinas.
“No puedo decir que a veces no resentía su ausencia, pero es mucho peor que la resientan ambos padres mientras los niños se vuelven hijos de abuelos o de guardería. Mi esposo ha sido increíble al permitirme seguir mi carrera de mercadóloga a costa de la suya, pero a favor de los cuatro y de una experiencia que lo enriquece. Ambos hemos pasado por momentos difíciles y de cuestionamiento de esta decisión, pero en general la relación es dinámica y creativa como equipo que comparte todo, incluso ingresos. Algunos amigos apoyan el esquema; otros no toleran lo diferente.
Mi padre siempre me apoyó en estudios y trabajos, así que aplaudió nuestra decisión. En cambio mi mamá ha puesto reparos a este cambio de roles. Debo decir que no sólo soy muy buena en mi trabajo, sino que me gusta mucho lo que hago y eso redunda en la calidad de la relación familiar. Los seres humanos nos complicamos mucho siguiendo roles como si fueran fórmula infalible de felicidad o creyendo que las costumbres son garantía de bienestar.
En esta relación ninguno de los dos paga platos rotos y menos los niños. En muchos casos ambos padres están hartos del rol convencional respectivo y eso lo resienten los hijos y la relación. Mal humor, frustración, recriminaciones, revanchas. Necesitamos revisar la actitud ante cada rol, no ante el género que lo desempeña, pues en toda familia hay que aportar algo más que dinero.