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Toros

Dos toreros españoles acompañaron a los jefes insurgentes al inicio de la lucha armada

Leales a Hidalgo y a Aldama, Marroquín y Luna protagonizaron singulares acciones

Documenta el historiador Luis Castillo Ledón la relación del Padre de la Patria con los diestros

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El español Manuel Jesús Cid, uno de los triunfadores de este domingo en la Monumental de BarcelonaFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Lunes 27 de septiembre de 2010, p. a46

En medio del agringamiento colectivo y del nacionalismo emergente decretado por los globalizonzos seguidores del pensamiento único de Estados Unidos como referencia de lo políticamente correcto, cuando menos al Padre de la Patria se le pudo bajar de los altares oficiales y subirlo a la cama de las bajas pasiones, para irritación de los que se sueñan aliados de Dios, administradores de la historia y propietarios de la verdad.

Como el miedo no anda en burro, a principios de febrero de 1811 el tribunal del Santo Oficio y sus aliados ampliaron los cargos del arzobispado de México contra Miguel Hidalgo hasta rebasar 50 enormes crímenes, entre otros: “faltar desde hace años a sus deberes parroquiales; llevar una vida escandalosa con gente villana que comía, bebía, bailaba y puteaba (sic) perpetuamente en su casa…; amancebarse con una mujer durante mucho tiempo; ser admirador de la Revolución Francesa y enemigo de la monarquía; negar la existencia del infierno y de los diablos; leer libros prohibidos por la Santa Inquisición”, y otras lindezas, que para la rebeldía el poder establecido no tiene clemencia.

Además, se le responsabilizaba de las muertes y robos contra los españoles cometidos por los insurgentes, y se le declaraba hereje, apóstata de nuestra sagrada religión católica, materialista, y ateísta, reo de lesa majestad divina y humana, libertino, excomulgado, sedicioso, revolucionario, cismático, judaizante, luterano, blasfemo, enemigo implacable del cristianismo y del Estado, seductor, lascivo, hipócrita, astuto, traidor al rey y a la patria.

Pero además de todo lo anterior, Hidalgo había sido propietario de hasta tres haciendas –Jaripeo, Santa Rosa y San Nicolás, en el distrito de Irimbo, del hoy estado de Michoacán–, criando ganado bravo en la primera de ellas. Al respecto, el historiador Luis Castillo Ledón, en su biografía del cura de Dolores, registra entre otras acciones la venta de 80 reses de lidia para la plaza de Acámbaro en el año de 1800, cuando el futuro Padre de la Patria contaba 47 divertidos años, acudía a las corridas e incluso hacía empresa para recabar fondos.

De ahí la relación de Hidalgo con personajes como los toreros andaluces Marroquín y Luna, mucho antes de que se metiera a encabezar la lucha independentista. De Luna poco se sabe, salvo su lealtad al capitán Juan Aldama, a quien en octubre de 1810 entregó en Celaya a los coroneles García Conde y Rul y al intendente Merino, enviados del virrey Venegas.

En cambio, del torero Agustín Marroquín –personaje para una película– se dice que arribó a la Nueva España en 1803, que sirvió en casa del virrey Iturrigaray, que tras ser despedido se hizo tahúr y bandolero, que toreaba por el Bajío y que acusado de robo pasó cinco años en la cárcel de Guadalajara hasta que su antiguo conocido y proveedor de toros, el cura-ganadero de Jaripeo, lo liberó a finales de noviembre de 1810, permitiendo además que tomara venganza de sus aprehensores, por lo que el resentido diestro mató a estoque o degolló y apuntilló a docenas de españoles y criollos en la barranca de Oblatos.

Ocho meses después, el torero Marroquín también sería fusilado en Chihuahua, junto con los jefes insurgentes Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, cuyas cabezas estuvieron 11 largos años enjauladas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, pudriéndose a la intemperie para escarmiento de los que soñaban con una patria independiente y menos injusta. Ah, si las rebeliones no fueran tan sangrientas.