esconocemos los designios que nos reunieron para despedir a Helen Escobedo precisamente un día después de las conmemoraciones del bicentenario, tal que si hubiera elegido esas fechas para su adiós, haciendo gala del peculiar sentido del humor que la caracterizó y que plasmó, entre otras mociones, en el libro publicado en mancuerna con el fotógrafo Paolo Gori.
Libró batalla valiente y denodada contra la enfermedad y no por ello cejó en sus empeños. Los medios dieron cuenta de su fallecimiento y de su trascendente trayectoria: nacional e internacional, como artista y como notable promotora cultural, no sólo durante los largos años que abarcó su gestión como coordinadora de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, al frente del Museo Universitario de Ciencias y Artes, etapa que marca el inicio de la incursión de nuevas corrientes en el ámbito de México.
Fue ilustrada en la exposición La era de la discrepancia, que abrió con la reproducción del corredor diseñado por ella para el segundo Salón Independiente (1971). Se acompañó de un video que la capta recorriéndolo. Recuerdo de esa creación suya un comentario que me hizo. Dijo haberse impresionado con algunos motivos escenográficos advertidos en la película de Giussepe Patrone, Addio fratello crudele (1971), cuya trama se basa en un drama isabelino, la película combina elementos tipo instalación con la filmación en locaciones italianas.
Muy cercana a Mathias Goeritz, con frecuencia practicó diseño arquitectónico, fuere en obras permanentes que de carácter efímero, cuidando de patentizar motivos ecológicos. Utilizó envases de cartón, planchas de maya de acero, paja, pedazos de concreto pintado; echaba mano de lo que encontraba en los sitios en los que trabajaba. Amarró sillas en árboles y supo reconocer la creatividad de una miriada de artistas, del siempre recordado Marcos Kurtycz, entre otros.
Orquestó la presencia mexicana en la Bienal joven de París (1981), de la que editó un catálogo y durante su gestión como directora del Museo de Arte Moderno, además de exposiciones que muchos recordamos, como la del color en el grabado comisariada por Raquel Tibol, gestionó la exhibición de una muestra que hizo época: Origen y visión: nueva pintura alemana, no llegó a inaugurarla como directora porque renunció antes a ese cargo. Nunca buscó cartel, aunque lo tuvo, porque se lo mereció. Afortunadamente se le reconoció el año pasado con el Premio Nacional de las Artes.
Pudimos disfrutar hace poco en el Museo de Arte Moderno, donde exhibió por primera vez en 1974, de una bien ideada retrospectiva antológica a cargo de Graciela Schmilchuk. Se exhibió como epílogo un conjunto de polvosos instrumentos de cuerda. Helen tocaba el violín bastante bien, tomó clases con Sandor Roth, integrante del famoso Cuarteto Lerner, pero sus más evidentes talentos artísticos estuvieron por el lado de la escultura y guardó gran veneración por su maestro en la Universidad de las Américas, Germán Cueto, antes de su permanencia de más de tres años en el Royal College de Londres. En ese lapso, a sugerencia de Gunther Gerzso, presentó su primera exposición individual en la Galería de Arte Mexicano.
Fue hija del famoso abogado y notario don Manuel Gregorio Escobedo Díaz de León (con raíces aguascalentenses y zacatecanas) y de la inolvidable Mrs. Elsie Escobedo (née Elsie Fulda Steward), nacida en Inglaterra, educadora y humanista que detectó tempranamente los talentos de sus hijos: Helen y Miguel, abogado, coleccionista y actualmente involucrado con la presidencia del Museo Franz Mayer.
Al parecer Helen no dispuso un velorio
–no hubo velas en la despedida que tuvo lugar en la funeraria ubicada a unos pasos de la residencia que anteriormente habitó en avenida San Jerónimo–. Su padre propició la adquisición de la que fue casa de Juan O’Gorman hasta 1969. Helen la rediseñó, parecía un conjunto que en algo rememoraba las islas griegas, tipo Santorini, cosa que causó revuelo. Nada, salvo algunos de los motivos de mosaicos o’gormianos en piedra visibles en la barda, se ha conservado.
Rita Eder publicó en 1982 uno de los primeros libros en México a ella destinados y son pléyade quienes se han ocupado de comentar sus creaciones mediante ensayos, artículos y conferencias. Recientemente se le tributó un panel en el Centro Nacional de las Artes, en el que participó, entre otros, Jorge Alberto Manrique.
Con sus hijos Andrea y Michael Kirsebor, con Miguel su hermano, con Hans Jurgen (contrajo matrimonio en 1995 después de una ya larga vinculación afectiva) y desde luego con todos quienes tanto la apreciaron, compartimos la pena por su partida, a tiempo que celebramos su vida.