Opinión
Ver día anteriorMartes 21 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Seguridad nacional: ¿de qué estamos hablando?
E

l tema de la seguridad nacional, tardía e insuficientemente surgido en el país, en lugar de irse depurando, sublimando con el tiempo, parece que avanza por los caminos de irse embrollando y disipando su extraordinaria significación para la vida nacional, no sólo de México, sino de cualquier país.

Una verdad central es que seguridad nacional significa cosas distintas para pueblos distintos; significa cosas distintas en tiempos históricos distintos y el riesgo es que, tratándose de una idea doctrinal, llegara a significar, en un mismo país, cosas distintas para esferas nacionales diferentes. Esta sería una fuerza centrífuga que dispersaría las posibilidades de acuerdos formales o tácitos sobre la materia.

Hay dos supuestos responsables fundamentales para que esto no suceda: los gobiernos y la academia. Los medios son sólo propagadores. Esta conjugación de fuerzas en la mayoría de los países ha correspondido correctamente a ese deber. En México no ha sido así. Históricamente, si hablamos ya de medio siglo, ambos han rechazado el análisis y depuración del término y de sus efectos significativos.

Importa destacar que existía desde antes de la Segunda Guerra Mundial un fuerte germen anticomunista. Terminada la guerra, el peligro pareció aumentar por el avance de la URSS en Europa y la decisión fue cuidar a Latinoamérica. Esto ocurrió por la doble vía de las relaciones políticas internacionales y por el adoctrinamiento de sus ejércitos en escuelas específicamente desarrolladas por EU para ello. Principalmente la Escuela de las Américas, en la zona del Canal de Panamá, semillero de golpistas y dictadores.

En el caso mexicano, no nos vimos del todo exentos de esta fiebre. Nuestra aportación fue la creación de la DFS (1947), tras la Segunda Guerra Mundial, con el principal objetivo de contener el binomio comunismo-movimientos sociales. Nuestro antiamericanismo ancestral nos salvó. Dos muestras: La negación de votar por la expulsión de Cuba de la OEA (1962) y la negación a aceptar becas en centros educativos estadunidenses, principalmente en la citada escuela.

Esas decisiones nos pusieron al margen de definir, como tantos gobiernos latinoamericanos hicieron, que el enemigo natural estaba dentro de las fronteras y tomaba forma de movimientos sociales, pero que siempre significaría lo mismo: una invasión comunista. Tuvieron, como todo, efectos secundarios graves. Para aquellos países, la generación de incontables y hasta ridículos golpes de Estado y el advenimiento de un número inacabable de dictadores; para ciertas corrientes ideológicas aquí, el término seguridad nacional era símbolo de identidad con las concepciones políticas latinoamericanas. Otra consecuencia fue que había que mantener oculto aquello que se le refiriera, en la legislación, en el discurso, en la práctica cotidiana.

De esto resultó que ni las fuerzas armadas ni los servicios policiales tuvieron el nivel de profesionalización que se requería, no se desarrollaron a la par de lo deseado en un país en vías francas de modernización democrática. Prueba de ello sería la obsolescencia de la legislación militar procedente de los años 1930. Esa especie de veto tuvo consecuencias. Una que sería central fue que, a decir de un distinguido militar, el general Marco Antonio Guerrero Mendoza: El político mexicano es el único de su especie que no conoce a sus fuerzas armadas. A ello podría agregarse que las fuerzas armadas tampoco conocen a la vida política, la ignoran y la desprecian. Esta desconexión es muy peligrosa para la nación y es resultado de ese desencuentro.

Fue con Miguel de la Madrid que por primera vez el término seguridad nacional aparece oficialmente: en el Plan Nacional de Desarrollo 1982-1988. En la parte funcional también hubo considerables avances. Se desaparecieron residuos de las viejas y equivocadas formas de considerar el control social. Aunque a veces el control social deba realizarse por medios coactivos o violentos, él debe primordialmente incluir formas no coactivas, por ejemplo, la apertura democrática a toda voz, el liderazgo político, la educación.

Las cosas evolucionaron satisfactoriamente en los primeros años; aunque hubo avances significativos, la seguridad nacional quedó sin concretarse en áreas tan importantes como la ausencia de una legislación de sustento y la consecuente educación en la materia, lo que habría significado la garantía de permanencia y consolidación.

En la pasada década y un poco más, el término se entendía de manera equivocada como asunto militar, propio y exclusivo de las fuerzas armadas. En esa confusión estaba la mayoría de las expresiones pensantes y particularmente en las fuerzas armadas. En la medida que el narcotráfico fue convirtiéndose en amenaza nacional y se empezó a identificar como un problema nacional de seguridad pública, la brújula del término seguridad nacional empezó a desplazar su confusión de defensa nacional a seguridad pública. El uso de seguridad nacional empezó a inundar todo discurso, todo razonamiento, toda explicación, siempre en sustitución del correcto: seguridad pública.

Así, fue normal escuchar a un secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, que en una misma explicación a los medios de comunicación, brincara de uno a otro término suponiéndoles la misma significación. Más evidente y preocupante fue cuando se somete a la votación en el Senado una Ley de Seguridad Nacional, que en realidad era de seguridad pública; el Senado la aprueba en primera lectura y por unanimidad. Absurdo ante una ley polémica por naturaleza. Esto es, los senadores ni siquiera la habían leído o buscado una opinión externa.

En el centro del poder político, la Presidencia de la República, la confusión se acentúa. El Sistema Nacional de Seguridad Pública se enreda con el Consejo de Seguridad Nacional. Un recién nombrado secretario técnico del gabinete de seguridad nacional, M. Poiré, ofrece minuciosa y hasta ociosa información sobre la aprensión de un delincuente. Alimenta la confusión que Poiré es vocero único del gobierno federal en seguridad nacional, pero que desde ese puesto habla de detenciones de narcotraficantes, abundando en detalles verdaderamente de barandilla, dignos quizá de un policía. No da jerarquía a los hechos. Un laberinto total.

Naturalmente a fuerza de repetirse el embrollo, va tomando legitimidad. Algunos de los conductores de noticiarios, los de mesas de análisis persisten en él, los llamados especialistas en seguridad nacional comentan llenos de sabiduría actos delincuenciales e irrespetuosamente siempre utilizan el nombre de la institución en la que sirven para dar apoyo cualitativo a sus propios enredos.

Este es el camino lamentable hacia donde la confusión nos lleva, que es el empobrecimiento del verdadero significado de seguridad nacional, o hasta de su desvanecimiento. Si se persiste en el equívoco, como parece que será, ¿dónde quedan y cómo se sitúan en el plano de las prioridades nacionales temas que verdaderamente significan riesgo o debilidad que amenaza a la viabilidad y proyección del país? Dónde ubicamos la pobreza, primer y mayor riesgo nacional. Dónde queda y cómo atenderemos la educación, la falta de petróleo, cómo a nuestra ubicación deseada y necesaria de nación respetuosa y respetada en el mundo.

Conclusión: Por un hecho no premeditado, ni deseado ni promovido intencionalmente por nadie, pero que tampoco ha sido advertido, vamos a desmadejar el enfoque debido a los grandes temas nacionales, que en su conjunto constituyen lo que se puede llamar el gran proyecto nacional, que es el polo magnético de todo esfuerzo que demanda ser armónico.

Estas son algunas de las explicaciones que parecen necesarias para saber, cuando mencionamos a la seguridad nacional, ¿de qué estamos hablando?