Pobreza estética y conceptual en el desfile del miércoles en Reforma
Viernes 17 de septiembre de 2010, p. 13
Además de los juegos pirotécnicos que, después del Grito, iluminaron durante varios minutos la columna de la Independencia (que lució como un cactus de púas luminosas) y sus alrededores, lo mejor de los festejos al pie del monumento fue el concierto de Los Tigres del Norte, incluida su testimonial épica del narcotráfico. Antes de eso y con excepciones como la participación de Alondra de la Parra dirigiendo la Orquesta Filarmónica de las Américas, la fiesta fue un carnaval de hule espuma, cartón piedra y unicel, muy lejos de lo prometido y de lo esperado, sobre todo considerando los cerca de 2 mil millones de pesos gastados en la celebración.
Quizás por el amago de lluvia o por la insistente invitación en los días previos del gobierno federal a ver el desfile por televisión, la asistencia en torno al Ángel nunca rebasó los límites de lo manejable. Había puntos saturados, pero en otros quedaban espacios vacíos.
Al pie del monumento que mandó construir Porfirio Díaz para conmemorar en 1910 el centenario de la Independencia, esta tarde de sol voluble y nubes acechantes el desfile era de lo más esperado. Cuando las pantallas gigantes dieron cuenta del inicio, hubo aplausos y vítores. A falta de pan, circo. Venga pues.
El primer contingente en entrar a la glorieta fue una banda de viento de más de 100 integrantes que empezaron a tocar El sinaloense. En ese momento alzó el vuelo, pendiente de un globo, una mujer que emulaba a la victoria alada que corona la columna de la Independencia. Surgieron exclamaciones de asombro. Como aperitivo no estaba mal. Pero en seguida asomó el contingente que auguró el tono y contenido de la mayor parte del desfile: un grupo de jóvenes ataviados con overoles negros, cada uno con un tocado de nopales sintéticos en la cabeza, divididos en tres secciones. En la primera, las plantas eran verdes; en la segunda, blancas; y en la tercera, rojas.
Los nopales ambulantes daban saltitos para un lado y para otro mientras de un rudimentario equipo de sonido montado en un triciclo tamalero salían antiguas coplas infantiles como: Brinca la tablita/ yo ya la briqué/ bríncala de nuevo/ yo ya me cansé
.
Sólo era el principio. Vendrían después los carritos de camotes a todo silbato, el barcote según esto de papel periódico lleno de niños-Hidalgo, los barrenderos con sus uniformes y sus carritos para la basura floreados; los personajes harapientos, con jorongos de ixtle y sombreros de los que salía como cauda una melena de globos; era de lo más pertinente el grito que lanzó una voz cábula entre la asistencia: ¡Faltan los franeleroooos!
La pobreza estética y conceptual del desfile rayaba en lo esperpéntico. El público que tanto había esperado alrededor del Ángel parecía desconcertado y aburrido. Había quienes aplaudían e intentaban mostrarse entusiasmados, pero no encontraban eco.
Cerca de las ocho pasó por ahí el último contingente, seguido de la cuadrilla de trabajadores de limpia que, en un descuido, se podían confundir con parte del desfile.
Comenzó entonces la parte musical, con la Orquesta Filarmónica de las Américas dirigida por Alondra de la Parra e interpretado algunas obras del repertorio clásico nacional (desde el inevitable Huapango de Moncayo hasta el Danzón de Arturo Márquez, pasando por la suite de la ópera Atzimba, de Ricardo Castro). Después la agrupación acompañó a Ely Guerra, Natalia Lafourcade y Lo Blondo en canciones populares de autores como José Alfredo Jiménez y Agustín Lara.
En segundo lugar participó Aleks Syntek, quien se veía reconciliado con su público. Compartió escenario con Paulina Rubio –embarazada–, quien gritó algunas de sus canciones más conocidas. Antes de despedirse, Syntek invitó al escenario a Jaime López, con quien compuso la controvertida El futuro es milenario. Cuando Syntek presentó la canción hubo un prudente silencio del público, sin aplausos ni abucheos.
Pasadas las 11 y media de la noche subieron al escenario Los Tigres del Norte. Y empezó la fiesta. Tocaron lo más conocido de su repertorio dedicado al narco o al amor y el público cantó y bailó hasta las dos de la mañana. Así concluyeron, con saldo blanco, los festejos del bicentenario en la columna de la Independencia.