En México se lastima
a nuestros países hermanos
En el momento más bajo de su prestigio latinoamericano, cuando opera como un descarado esquirol de sus vecinos del sur, México fue ahora escenario de una estúpida masacre de escala continental. Pobres e indígenas de varias naciones hermanas fueron victimados en un rancho de Tamaulipas cerca de la frontera con Estados Unidos. Un episodio “aislado” según el gobierno calderonista (que entre más logre “aislarlo”, mejor se va a sentir), cuyo efecto ha sido demoledor. 72 personas, una mujer embarazada (o sea 73), ejecutados fríamente por delincuentes casi que porque sí. Porque su vida vale aún menos que la tan devaluada vida de los nacionales. Se trata, no de una excepción de los matones, sino de un reflejo cultural por desprecio competitivo contra los migrantes del sur que quieren llegar a Norteamérica (al igual que millones de los nuestros). Un reflejo que permea también las conductas de policías, ministerios públicos y agentes de migración en todo el territorio nacional. La ley pena el tráfico humano (esto es, a los polleros y sus cómplices en el aparato oficial), no la condición de migrante.
México ha sido casa de todos los perseguidos del ámbito continental. Uno de nuestros orgullos históricos. Hoy, con un Estado retrógrado, rabioso en proporción directa a su ilegitimidad, y ante la expansión astronómica del llamado crimen organizado, el mercado libre ha encontrado nueva mercancía y nueva sangre que derramar.
No obstante el terror desatado por los poderes institucionales y fácticos, los mexicanos de a pie, los de abajo y hasta los de en medio, todos los mero lec, seguimos sabiéndonos hermanos de nuestros hermanos, en ese horizonte que describía Noam Chomsky en un mensaje al Segundo Congreso de Educación Indígena y Cultural en Oaxaca, en octubre de 2007 (ver también la página 5 en esta edición), de una alentadora actualidad:
“Después de medio milenio, los países de América Latina comienzan a moverse a un nivel significativo de integración en vez de permanecer separados y dominados por poderes imperiales. Integración que es un prerrequisito para la independencia y la autodeterminación. Además, se mueve hacia la superación de la que parecía la maldición latinoamericana, aparte del dominio exterior: la inmensa brecha, sin precedente en el mundo, entre una élite ínfima con enormes fortunas, y una inmensa masa de pueblos empobrecidos. Brecha que también posee un componente racista, como ustedes bien saben. Y hay pasos a seguir contra esa maldición.
“Particularmente dramático ha sido el papel de los pueblos indígenas, la parte más reprimida y marginada de la población durante siglos, incluso en los países donde aún son mayoría. Por fin se organizan y exigen sus derechos, logrando avances notables desde las montañas de Bolivia a las de Chiapas y otras partes. Éste es un desarrollo dramático e importante. Implica revertir 500 años de fea y miserable historia, revitalizando las lenguas, las culturas, los recursos técnicos, y desarrollando formas de organización social que provienen de sus tradiciones pero se adaptan al mundo moderno. Éstos son logros muy emocionantes, y gente como ustedes está al tanto de ello”.
Desde que se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los poderes mexicanos se han convertido, por primera vez en la historia, en enemigos de los pueblos hermanos. Son cómplices del imperialismo, de los esquiroles militares y políticos de gobiernos como el de Colombia, y no sólo de sus barones de la coca y la muerte.
No podemos permitir que nos arrebaten los tesoro de la solidaridad y la resistencia, el inmenso valor de cada vida en nuestra América.