Cultura
Ver día anteriorMartes 7 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

En la Sala Nezahualcóyotl la música de Revueltas enmarcó un festejo con afanes patrios

Comienza la OSN ciclo de conciertos 2010 entre aclamaciones, genialidad y júbilo

La Sinfónica Nacional convirtió en plato fuerte La noche de los mayas

El violinista Joshua Bell, a pesar de estar enfermo, ofreció un recital de antología con la música de Chaikovski

Foto
Carlos Miguel Prieto, director de la Orquesta Sinfónica Nacional, y el violinista Joshua BellFoto Francisco Olvera
 
Periódico La Jornada
Martes 7 de septiembre de 2010, p. 5

La Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) inició, la noche del domingo, su temporada de conciertos 2010 en medio de aclamaciones, un gesto de heroísmo y desplante de genialidad del solista Joshua Bell, y el júbilo del público que abarrotó las butacas de la Sala Nezahualcóyotl y vivió, con la música de Silvestre Revueltas, el festejo ideal para estos afanes bicentenarios.

De visita en la mejor sala de conciertos de América Latina, debido al retraso en la cirugía mayor a la que está sometida su casa, el Teatro de Bellas Artes, la OSN amacizó un logro que ya pocas orquestas redondeaban en México: un concierto inaugural que realmente mereciera tal jerarquía: la pertinencia en la elección del programa, pero sobre todo su ejecución, rindieron frutos dignos de un hito.

El programa: Suite HP (Caballos de Vapor), del fundador de la Sinfónica Nacional, Carlos Chávez; Concierto para violín, de Chaikovski, caballito de batalla con el desagravante de que el solista es una de las primeras figuras mundiales en el instrumento; y como plato fuerte La noche de los mayas, de Revueltas, el máximo compositor mexicano, autor de genuina música nacional por universal. Cúmulo de aciertos.

Antes de empezar el concierto, José Jacinto Vélez, gerente de la Sinfónica Nacional, informó a La Jornada de la típica dupla de noticias: la mala y la buena. La mala: Joshua Bell se intoxicó con mariscos en Polanco la noche del sábado. Sigue con fiebre elevada. La buena: sí tocará esta noche, solamente nos pidió cambiar el orden del programa; en este instante (17:17 del domingo) está dormido.

Frenesí de percusiones

Comienza el concierto: por fortuna, el director Carlos Miguel Prieto faltó a su costumbre de asestar al público el Himno Nacional en sus inicios y finales de temporada con la Orquesta de Minería (¿qué es la patria?: la patria no es un himno. La patria es justicia social, respeto a los ciudadanos, una justa repartición de la riqueza: ergo, la patria es lo que no tenemos). Suena en cambio la música entre cerebral y celebratoria de Carlos Chávez, con sus amenas citas de La zandunga y otras músicas nobles oaxaqueñas.

Antes de iniciar, Carlos Miguel Prieto desde el podio informó al público de la situación de salud de Joshua Bell, y de su plegaria atendida de alterar el orden de los factores para beneficio del producto.

Así que la siguiente obra antes del intermedio fue la que estaba destinada al final: La noche de los mayas. Primer beneficio: hubo dos, intensas en extremo, en lugar de una sola apoteosis la noche del domingo.

Tercera fila de la sección Orquesta: el maestro Michael Nyman, quien vive en la ciudad de México sin padecer los asedios de una celebridad, disfruta como un niño la música de Revueltas, que adora. Es uno más entre el público, pero es evidente que es quien más lo disfruta: cuando el coro de tres caracoles marinos tres entona cantos de valquiria enamorada, Nyman se lleva las manos a la testa en clara exclamación sin palabras, ojos bien abiertos, de ¡no puede ser tanta belleza junta!

Al igual que Gustavo Dudamel hace en su reciente disco, donde incluyó también La noche de los mayas, Carlos Miguel Prieto concede libertad plena a su estupenda sección de percusiones para que en el pasaje final, Noche de encantamiento, haga de la cadenza un pasaje improvisatorio de alucinación y maravilla, donde los maestros percusionistas se permiten libertades insospechadas en esta partitura: el exceso llega a uno de los juegos favoritos de la trivia musical: la cita, en un momento dado suena como una alegre travesura un pasaje repetido de otra de las obras de Revueltas: Homenaje a García Lorca.

El frenesí de huéhetl, bombo, congas, güiros, maracas, tumbadoras, tambores en delirio, se vuelca en alaridos entre el público. Vaya apoteosis. La felicidad hierve entre las butacas.

Michael Nyman, enfebrecido

Intermedio. Michael Nyman salta de su asiento, enfebrecido, y exclama: ¡Esto fue asombrosamente chingón! (fucking amazing fue su expresión, jeje) y me pregunta con la expresión típica de un niño que en su genialidad sabe la respuesta: ¿y por qué no tocaron así de chingón en la obra de Chávez?, sonríe, como disfrutando de la travesura, pues sabe que en México existe una necia, innecesaria pero al menos divertida polémica que supuestamente divide al mundo entre chavistas y revueltianos.

Son dos compositores muy distintos, coincidimos. Y entonces a Nyman le apetece bajar a saludar a su amigo Joshua Bell. Bajamos. Y en el trajín de camerinos, el estuche en vuelo de un contrabajo choca contra un cenicero de piso, de esos tubulares como pedestales, y el estrépito escaleras abajo es mayúsculo. El niño (niño es sinónimo de libertad) genio Michal Nyman se lleva el dorso de una mano a la frente, en seña de aflicción, y grita, teatral: ¡The Stra!, aludiendo entre carcajadas al preciado violín Stradivarius de Joshua Bell.

Tercera llamada, continuamos. Afina desde su egregia posición de concertino el maestro Saloma a toda la orquesta. Silencio. Tosecitas de esnobismo entre butacas. Silencio tenso. Joshua no aparece. Suspenso. Me pregunta un vecino de butaca: ¿sí saldrá el maestro Bell?. Por supuesto, hace minutos estaba ensayando en su camerino, le respondo. Y en eso aparece, tintineando, el maestro Campana (Bell).

La ovación que lo recibe es de héroe patrio. ¡Enfermo y tocará!, repiten en siseos quienes aplauden con admiración y apoyo. Cierra los ojos, respira profundo. Anacrusa. Y lo que sigue es de proporciones epopéyicas. Especialmente el primer movimiento: arrebatado, pasional, sumamente cálido. El maestro Campana (Bell) poseído por la fiebre ofrece una versión del Concierto de Chaikovski que resulta francamente de antología.

Ya para el segundo movimiento, merced al poder inmenso de la música, está curado. Los matices tenues son de escalofrío. La tersura del volumen es acariciante, como alas de ángel. El sinfín de nuances, su espectacular manera de frasear, la prosodia de su cuerpo sonante. Es un grande entre los grandes el joven Bell. En el tercer movimiento no deja de sudar. Su organismo restaurado, su espíritu volando. Y el público de nuevo en pleno delirio.

El dictamen del resultado de la totalidad de este concierto de domingo, que merece a su vez otro tópico: histórico, lo enunció así el maestro Nyman sonriendo como niño genio desde el trono de su butaca tres de entre las más de 2 mil 222 tronos-butacas de la Sala Nezahualcóyotl: ¡fucking amazing!