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La mayoría están encerradas por delitos menores o asumir cargos para salvar a sus parejas

Abandono y ensañamiento, de las principales sensaciones en mujeres presas, revela estudio

Según investigación de la UNAM, ellas son condenadas a más tiempo de cárcel que los hombres

 
Periódico La Jornada
Domingo 5 de septiembre de 2010, p. 12

Abandono, discriminación, exclusión, explotación, depreciación y ensañamiento son algunas de las sensaciones que dicen enfrentar día a día las mujeres en prisión.

Sólo 25 por ciento de las que han sido privadas de su libertad incurrieron en delitos graves; la mayoría purga penas por robos menores a mil pesos –de comida o ropa– o son pagadoras, es decir, aceptan culpabilidad por ilícitos que otros cometieron, la mayoría hombres ligados a su vida, revela una investigación realizada por el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM.

Marisa Belausteguigoitia, directora de esa instancia universitaria y coordinadora de la investigación, señaló que el trato que se da en la cárcel a las mujeres es deshumanizante y atenta contra sus garantías fundamentales.

El año pasado, el equipo de investigadores del PUEG pudo ingresar al reclusorio femenil de Santa Marta Acatitla –en el oriente del Distrito Federal– para analizar la situación de las internas. La investigación comenzó con la petición a las presas de hacer una pintura sobre los muros de la escalera que conduce al exterior del penal. En el diseño tenían que manifestar sus historias y su sentir por estar recluidas.

El Caracol

Con el apoyo de artistas, plasmaron sus diferentes cosmovisiones. “El arte fue un medio para volcar su intimidad y dolor. No era un mural cuadrado, sino oblicuo, redondo, porque se trata de una escalera en espiral, por lo que el sitio se bautizó como El Caracol. Pero este espacio les representa mucho más; es su conexión con el exterior: por ahí suben cuando recuperan su libertar y por allí mismo bajan las personas que las visitan”.

Posteriormente, las investigadoras entrevistaron a las mujeres que participaron en el mural, y así tradujeron los trazos a un discurso que revela las condiciones en que sobreviven en el penal. “El Caracol absorbe todos los testimonios, heridas y relatos de estas mujeres; lo transforma todo en color e imagen”.

El abandono fue uno de los tantos sentimientos revelados por las obras. A las mujeres encarceladas dejan de visitarlas sus familiares, en especial el marido. Son olvidadas, denostadas, aunque ellas dentro de la cárcel produzcan dinero para mantener a su familia que está afuera.

Sus derechos de salud y sexuales son vulnerados constantemente; les faltan medicamentos, atención inmediata a enfermedades y hasta se les niega el derecho a la visita íntima. Esto es discriminación; si un hombre preso la solicita, puede venir su prima, su tía, la vecina, una señora que vieron por ahí. Pero si las mujeres encarceladas quieren algo así, tienen que comprobar que quien las visita es una pareja estable, y cómo hacerlo si el primero que las abandona es el esposo.

El trabajo muestra además que el sistema de justicia mexicano es desigual con el sector femenino: por la comisión del mismo delito, reciben un tercio más del tiempo de sentencia que un hombre. El argumento de los jueces es que una damita que viene a este mundo a procurar placer y cuidado no puede andar delinquiendo; entonces, les dan un tercio más de pena. A los hombres se les justifica porque ellos tienen la testosterona, hay que entenderlo porque nació con una hormona que lo violenta, no es su problema, sino el de la biología.

Otro atentado contra los derechos de las mujeres es la mala alimentación que se les proporciona, lo que en muchos casos se traduce en obesidad. “No se sienten bonitas ni atractivas; se les priva de un desodorante, de cremas cosméticas, provocan que se sientan ‘monstruosas’: esto es un proceso de basurización. También les quitan el entretenimiento, quieren que vean gris. En reclusión se les priva de todo lo que implica ser humano”.

“El arte no es superfluo –señala Belausteguigoitia–, es un medio para entender la difícilmente enunciable vida de estas mujeres en pobreza y reclusión. El Caracol nos dio narraciones de este abismal dolor. A ellas les permitió pasar de un dolor sordo a uno articulado, y a nosotros traducir ese dolor articulado en una demanda clarísima al sistema penal y de justicia.”