ntre toda la parafernalia de los festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución parecen tener poca importancia las ideas y principios que movieron a muchos de los protagonistas y los frutos que dejaron ambos movimientos, que costaron tanta sangre y destrucción.
Uno de los logros más importantes del movimiento revolucionario fue el surgimiento de un sentimiento nacionalista, que entre sus manifestaciones buscaba llevar la cultura al pueblo y lograr una plena integración de las raíces prehispánicas y españolas. Una expresión relevante de estas ideas se dio en el muralismo mexicano, que cubrió los muros de edificios públicos. Un sitio representativo de este movimiento es el mercado Abelardo L. Rodríguez, en donde se buscó que la obra de arte fuera parte integral del espacio.
La idea era excelente, el infortunio fue que se destruyó el hermoso edificio que albergaba el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo; sólo se salvaron unos arcos, que se incorporaron a la nueva construcción. El arquitecto Antonio F. Muñoz fue el encargado de realizar la edificación en 1935, aprovechando la prolongación de la calle de República de Venezuela.
Como muchas edificaciones de esa época, incorpora varios estilos: en la fachada principal prevalece el estilo neocolonial, que buscaba recuperar la arquitectura barroca, aunque también aparecen elementos del estilo funcionalista, de moda en Europa en esos años. Así, vemos portales, loggias y ventanas circulares, llamadas ojo de buey, característicos del estilo barroco, maridarse con el concreto y acero de las sobrias formas del funcionalismo y una que otra moldura y herrería de influencia francesa.
En el interior del mercado los puestos de verduras, frutas y abarrotes conviven con los murales de artistas como Pedro Rendón, Pablo O’Higgins, Ángel Bracho, Antonio Pujol, Raúl Gamboa, Ramón Alva Guadarrama, y Miguel Tzab Trejo. Noticias del naciente nacionalismo revolucionario que se expresaba en el movimiento muralista llegaron a Estados Unidos, y atrajeron a artistas como las hermanas Grace y Marión Greenwood, quienes pintaron los muros de las escaleras. Igualmente cautivaron al que habría de convertirse en famoso escultor internacional, el japonés-estadunidense Isamu Noguchi, quien realizó un extraordinario altorrelieve en la actual guardería, integrando la obra de 20 metros de largo a la arquitectura. Un trabajo excepcional que representa el triunfo de la clase obrera sobre el fascismo. Hay que decir que de diversas partes del mundo vienen especialistas de arte a conocerlo.
El mercado se concibió como un centro cultural en donde tanto comerciantes como compradores tuvieran a la mano los bienes culturales, por lo que el edificio cuenta con una biblioteca, una escuela de artes manuales y un teatro. Éste se bautizó como Teatro del Pueblo. Tiene una original decoración que combina formas neocoloniales con art-decó, que en madera y espejos conciertan una maravillosa profusión de reflejos. La decoración pictórica es de Roberto Montenegro, quien plasmó la esencia del mundo artesanal mexicano.
La concepción de este mercado que integra arte, libros, música y teatro es realmente revolucionario y refleja una época de México en que había una mística nacionalista que dio vida a grandes proyectos. Como mencioné al principio de la crónica, estos ideales y principios que dieron tan buenos frutos son los que tendríamos que recuperar ahora. Para acercarse a ese espíritu hay que darse una vuelta por este lugar, ya que además, recientemente se restauraron los murales que estaban muy deteriorados.
El mercado se encuentra en las calles de República de Venezuela y Rodríguez Puebla, a unos pasos de la calle de San Ildefonso. Aquí, en el número 40, está situada La Casa de Tlaxcala, con su agradable restaurante en el patio, en donde se disfruta la rica gastronomía de esa entidad. Inigualables: la sopa de habas, la cazuelita de huitlacoche, el pollo tocatlán y de postre, la espuma de agave.