l posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM tiene nuevo edificio. El lunes pasado fue inaugurado por el rector José Narro y el donador Carlos Abedrop Dávila. Con esto –Abedrop dixit– paga una vieja deuda. Bueno… La contraportada de La Jornada del martes 31 nos muestra la foto de ese acto. Uno de los retos que tiene no el edificio, sino su comunidad académica es, por cierto, que no sólo servirá a 234 estudiantes actualmente inscritos, sino a no menos de 500. Medio centenar de docentes e investigadores lo pueden y lo deben hacer.
Muchas líneas de problemática e investigación lo exigen: políticas públicas; energía y medio ambiente; ocupación, empleo y precariedad; desarrollo industrial; filosofía y metodología de la economía; historia económica; geografía económica; teoría clásica; macroeconomía teórica; capitalismo contemporáneo; estudios de género; marxismo contemporáneo; desarrollo financiero; mercado mundial; finanzas públicas e impuestos; econometría teórica y aplicada; ingeniería económica y de costos; evaluación de proyectos; regulación económica; pobreza, desigualdad y marginación; para sólo mencionar unos cuantos cuyo estudio, reconceptualización y profundización son obligados.
Más aún, el posgrado de Economía debiera ser punta de lanza de una restructuración general y profunda de toda la Facultad para transitar –lo creo desde hace varios años– de esa etapa de una única licenciatura cursada en cinco años a otra nueva. Como acaso se hizo hace años en Ingeniería, creo que es momento de transitar hacia licenciaturas específicas cursadas en cuatro años.
Tendríamos profesionistas con una formación teórica sólida. Pero también –¡qué duda cabe en nuestra Universidad Nacional!– con una profunda capacidad crítica y una gran sensibilidad social hacia los problemas urgentes de la mayoría de la población, pobres, marginados, excluidos, o como usted desee caracterizar teóricamente a quienes cada vez tienen menos.
Si no se hiciera así, no sólo se traicionaría el proyecto original de don Jesús Silva Herzog, sino también el de la brillante comunidad de 1974. Y el de muchos que han dado su vida para impulsarlo. Pero nuestros economistas sostenidos con el esfuerzo social (la enseñanza superior pública es y deberá seguir siendo gratuita, a cambio –nunca se nos olvide– de un aprovechamiento integral que debe ser evaluado) deberádefenderse
–un poco más y lo antes posible– de la violencia del mercado laboral.
Pero volvamos a nuestro posgardo, el del nuevo y enorme edificio. Fue fundado a mediados de los setenta para fortalecer la reflexión y la investigación económicas críticas en México y América Latina. Por sus aulas –calculo– han pasado no menos de un millar de estudiantes de maestría y cerca de 300 de doctorado. No sólo mexicanos, sino muchos latinoamericanos. José Luis Ceceña, David Ibarra y Enrique Seno, entre otros, fueron determinantes en su fundación.
También muchos otros académicos mexicanos que optaron por dar su vida profesional para consolidar y dar prestigio al proyecto: Eduardo González y Pedro López Díaz –que ya se nos adelantaron– fueron unos de ellos. Otros más Emilio Caballero, Juan Castings, Leonel Corona, Lilia Domínguez, Elsa Gracida, Arturo Huerta, Rogelio Huerta, Isaías Martínez, María Luisa de Mateo, María Eugenia Romero, Ángel de la Vega, Roberto Bruce Wallace, Américo Saldívar y seguramente otros que por olvido no menciono.
Y junto con ellos muchos académicos latinoamericanos comprometidos con la visión crítica, compartieron esa ilusión: Rosa Cusminsky, Bolívar Echeverría, Ruy Mauro Marini, Pedro Paz y Jaime Puyana que también ya se nos adelantaron. Gerardo Aceituno, Gonzalo Arroyo, Vania Bambirra, Herbert De Souza, Theotonio Dos Santos, Donald Castillo, Pío García, Ruth Rama, Lucía Sala, Alberto Spagnolo, Carlos Toranzo y Andrés Varela, entre otros. Varios de ellos en esos momentos eran perseguidos en sus países por su apoyo a las causas populares. Pero todos, ayudados por trabajadores administrativos también animados con el proyecto, crearon un ambiente de profundo debate académico. Y de crítica radical al sistema capitalista y al socialismo burocrático. Así, dieron fuerza y solidez fundacionales al posgardo, el del edificio nuevo. Diría un amigo, la piedra es lo de menos. No la despreciemos, pero no olvidemos que la vida académica y su servicio a la sociedad se deben al impulso vital de estudiantes, profesores e investigadores. Mi profundo agradecimiento a los fundadores. Y a quienes hoy siguen en el esfuerzo…Muchos les debemos mucho… Sí mucho….