n lo que debe interpretarse como un rechazo masivo a la discriminación y la xenofobia en la Europa comunitaria, decenas de miles de personas marcharon ayer, en un centenar de ciudades francesas y del resto del viejo continente, en contra de la política de expulsión de gitanos inmigrantes que carezcan de empleo y permiso de residencia, aplicada por el gobierno de Nicolas Sarkozy. Dicha medida, que a decir del Palacio del Eliseo busca reducir los focos de delito
en que se han convertido los campamentos gitanos, representó la repatriación a Rumania y Bulgaria de unas mil personas pertenecientes a esa etnia tan sólo en el mes pasado, con lo que suman 9 mil los expulsados en lo que va de 2010.
El manifiesto racismo de la medida se ve agravado por la sordera y la cerrazón del gobierno francés: ayer mismo, el ministro del Interior, Brice Hortefeux, minimizó las protestas y se refirió a ellas como un mosaico de partidos tradicionales y también de grupúsculos de izquierdistas y anarquistas que no pueden dictar una política
.
Lo cierto es que, a contrapelo de lo expresado por el funcionario, las movilizaciones de ayer ponen en relieve una deplorable regresión histórica en la Francia del siglo XXI. La política del Palacio del Eliseo en contra de los gitanos no sólo contradice los valores que impulsaron la Revolución Francesa –libertad, igualdad y fraternidad–, y que han sido durante siglos el cimiento ideológico de ese país, pasa por alto, además, el hecho insoslayable de que Francia ha sido y es una nación de inmigrantes, como da cuenta la biografía del propio Nicolas Sarkozy, quien nació en el seno de una familia judía de origen húngaro, forzada al exilio de su tierra natal y asilada en el país galo en la década de los 40.
Por otra parte, las expulsiones realizadas por el gobierno francés alimentan la larga cadena de persecución, criminalización y hasta exterminio que se ha abatido históricamente sobre la más numerosa minoría europea (entre 10 y 12 millones de personas). El más atroz de esos episodios fue el que protagonizaron los nazis, quienes, como hicieron con los judíos, los eslavos y otros conglomerados, asesinaron a millones de gitanos por el simple hecho de serlo.
En años recientes otras acciones persecutorias y xenófobas contra los romanís han sido practicadas por regímenes de países que se reivindican a sí mismos como ejemplos de modernidad y democracia
, como la Italia de Silvio Berlusconi y ahora la Francia de Sarkozy.
Actualmente, la situación de los gitanos, proverbialmente precaria, se ve agravada en buena medida por la estructura económica injusta que rige el mundo contemporáneo: la configuración actual de la economía, el comercio y las finanzas mundiales propician la concentración de riqueza en un puñado de naciones y condenan al hambre a las poblaciones de los países pobres. La población cíngara, con una tasa de mortalidad neonatal nueve veces mayor a la media europea y una esperanza de vida de entre 50 y 60 años, ha padecido con especial crudeza los efectos de la integración económica.
Significativamente, buena parte de los gitanos que Sarkozy busca expulsar arribaron a Francia a partir de 2007, luego de la incorporación de Rumania y Bulgaria a la Unión Europea.
En tanto esta situación de pobreza, marginación y exclusión no se revierta, es de suponer que la inmigración en general, y la gitana en particular, seguirá creciendo en Francia y en otras naciones de la Europa comunitaria, y que no habrá leyes, rejas o muros que puedan contenerla.