l miércoles por la tarde, en el contexto de la Cátedra Ingmar Bergman que recién concluyó en la Universidad Nacional Autónoma de México, fui convocado para ser el interlocutor del compositor británico Michael Nyman en su encuentro con el público. Sí, se habló de música, de soundtracks, de su colaboración con Peter Greenaway, Jane Campion, Michael Winterbottom y Neil Jordan, del éxito (o no) de su música de concierto, de su proyecto operístico sobre Tina Modotti, y otros temas afines. Pero, con obstinación singular, intenté guiar la conversación hacia un tema que en lo particular me interesa y que, venturosamente, a Nyman también: el proceso por el cual este compositor se ha convertido en cineasta.
La prolija narración de Nyman sobre la génesis, desarrollo y estado actual de ese proceso puede resumirse en una especie de sencilla línea argumental, decantada de sus propias palabras. Allá por los años 60, en tiempos de las rústicas pero entrañables cámaras Bolex de 16 mm. con motor de cuerda (con una de esas me entrené yo como cineasta), Nyman hizo sus primeros experimentos como realizador, urdiendo un pequeño filme sobre ese emblemático sitio londinense que es el Speaker’s Corner de Hyde Park. La cinta, titulada Love, love, love, llevó como música de fondo, por supuesto, esa canción de The Beatles. Pasan los años, la tecnología avanza, y hacia los 80 y 90, sin la menor idea de migrar hacia el oficio de hacer cine, Nyman aprovecha sus numerosas giras de trabajo y concierto para filmar (ya en video digital) todo lo que se cruza en su camino. Todo ese material va a parar directamente de la cámara a un cajón y, como suele ocurrir en las mejores historias ficticias de esta clase, años después Nyman mete un buen día las manos en ese cajón y encuentra alrededor de 80 cintas de video en formato DVCAM y se hace una pregunta retórica: ¿A quién le interesan estas cintas?
La respuesta y su consecuencia son evidentes y de una impecable lógica cartesiana: No le interesan a nadie, luego entonces me interesan a mí
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Es en ese momento cuando nace Michael Nyman el cineasta. Su anecdotario de introducción a su nuevo y gozoso oficio es formidable, y de entre sus muchos hitos, rescato uno particularmente fascinante: su filmación de la rebatinga feroz por las docenas de pijamas idénticas del venturosamente fallecido dictador rumano Nicolae Ceaucescu. (Yo quiero una para mí, sin duda.) El caso es que, confrontado con ese cajón de las sorpresas iconográficas, Nyman comienza a seleccionar materiales y, con la colaboración de dos jóvenes editores, trabaja en convertirlos en pequeños filmes. A la fecha, ha realizado alrededor de 50 breves películas a partir de esa insaciable (y perfectamente comprensible) necesidad de filmarlo y videograbarlo todo. El compositor-cineasta afirmó esa tarde que su dedicación al oficio (¿arte?) de hacer cine está cimentada, sobre todo, en el hecho de que hace más de cinco años que nadie le encarga la composición de un soundtrack. En sus propias palabras: Estoy libre de escribir música para las películas de otros, estoy libre del cine narrativo, estoy libre del cine documental, entonces puedo hacer cine libremente
. Y con la flemática contundencia británica que lo caracteriza, concluye categórico: Y estoy libre, por fortuna, de Peter Greenaway
. Antes de que yo le pregunte a Nyman su visión sobre su propia filmografía como compositor, se adelanta a comentar que en realidad él tiene no una, sino dos filmografías: una, la de las películas para las que sí escribió música, y otra, la de los proyectos frustrados que fueron a dar a otras manos. Sobre esta segunda no-filmografía, el ilustre Caballero de la Orden del Imperio Británico apunta que varios de esos proyectos frustrados fueron a parar al escritorio del compositor francés Yann Tiersen, y que varios otros fueron películas protagonizadas por Nicole Kidman. Se pregunta retóricamente: ¿Habrá terribles maldiciones en todo esto?
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¿Qué llevan como soundtrack los filmes de Michael Nyman el cineasta? Vale la pena escuchar de nuevo su voz: “Mis filmes atraen a los soundtracks”. No es difícil para un cineasta o melómano entender tal declaración. Nyman afirma que en la mayoría de los casos, acude a su propio archivo sonoro, selecciona música de manera intuitiva y la aplica a sus películas. Dice no comprender cómo un cineasta puede tardarse meses en tomar una pequeña decisión sobre un trozo de música en su película cuando a él le toma cinco segundos. Insiste, también, que en la confección y montaje sonoro de sus propios filmes es más temerario de lo que nunca fue con los cineastas para los que trabajó por encargo. Y con la comprensión cabalmente oriental de que una imagen (y su sonido respectivo) vale más que mil palabras, Nyman muestra al público tres de sus filmes de artista, como él los llama. El más atractivo, en mi opinión, resulta ser Metalbangers. En un mercado en Irán, un grupo de artesanos de diversas edades se dedica a martillar cobre para producir artesanías. Durante casi la totalidad del breve filme, el soundtrack es la música incidental de martillos sobre metal. Y de pronto, aparecen en la pista sonora unas potentes campanas, grabadas por Nyman en la iglesia austriaca de San Florián (bajo cuyo órgano reposan los admirados huesos de Anton Bruckner) y se crea así una campanología sincrética que, por inesperada, resulta particularmente eficaz como complemento sonoro de la imagen. He aquí una pequeña pero auténtica sinfonía audiovisual, concepto que permite comprender perfectamente por qué Nyman ha creado un soundtrack original para ese fantástico filme que es El hombre de la cámara (Dziga Vertov, 1929), y por qué está dedicado también a hacer su propia versión de esa película, escena por escena, bajo el referencial y sarcástico título de Ny-Man with a camera.
¿Cómo define sus filmes el propio Nyman? Hace unos años, logré la improbable hazaña periodística de realizar una larga entrevista con Philip Glass en la que no se mencionó una sola vez la palabra minimalismo
. Esta vez, sin embargo, fue el propio Nyman el que lanzó la primera piedra al mencionar este controvertido término, inventado por él mismo. La discusión de ahí surgida llevó a Nyman a afirmar que sí, sus filmes son tan minimalistas como su música.
Después de revisar diversos conceptos musicales en los que se refiere a una larga lista de compositores (Elizabeth Lutyens, Richard Rodney Bennett, Cornelius Cardew, Steve Reich, Terry Riley, LaMonte Young, Philip Glass), este artista multifacético de envidiable sentido del humor concluye la tarde con una afirmación poderosa: He descubierto que el cine es un medio mucho más fascinante que la música
. ¿Cuál será el futuro de su cine en cuanto a difusión, divulgación y apreciación de público y crítica? Quizá es muy temprano para saberlo. Mientras llega la respuesta, va este dato, dedicado con cariño (y algo más) a aquellos de mis entrañables amigos músicos que detestan a Nyman y a todo lo que huela (o suene) a minimalismo: su soundtrack para la cinta El piano (Jane Campion, 1993) ha vendido más de 3 millones de copias en el mundo. Food for thought, como diría el propio Nyman.