omo están las cosas, casi cada reportera o reportero en Chihuahua, y en muchos estados de la República, deviene corresponsal de guerra. Pocas veces en la historia había sido tan riesgosa esta profesión en México, pocas veces tan necesaria. En esta interminable cuan ineficaz guerra decretada por Calderón, las y los trabajadores de los medios, sobre todo reporteros y fotógrafos, son no sólo testigos, también protagonistas de esta dolorosa historia social.
Una terrible prueba de la importancia de la labor de los trabajadores de la prensa, a la vez que de la molestia que ésta provoca en los poderes, ya sea institucionales, ya sea fácticos, son las numerosas agresiones que han padecido y que hacen de nuestro país el segundo más inseguro en el mundo para ejercer esta profesión. Agresiones que pueden venir tanto de los criminales, como de los supuestamente encargados de combatirlos.
Todos los días en los diversos medios impresos, digitales, radiofónicos o televisivos, hay muestras continuas del tenaz y comprometido trabajo reporteril. En estas mismas páginas de La Jornada, Miroslava Breach y Rubén Villalpando nos han regalado una y otra vez sus crónicas y reportajes del horror cotidiano que en Chihuahua se vive desde que comenzaron los operativos conjuntos.
Para enriquecer aún más el aporte periodístico a la documentación de esta improvisada batalla, varios periodistas acaban de publicar el libro colectivo La guerra de Juárez (Planeta, 2010), coordinado por Alejandro Páez, en el que toman parte Marcela Turatti, Sandra Rodríguez, José Pérez Espino, Enrique Lomas, Miguel Angel Chávez Díaz de León e Ignacio Alvarado. Excelente recolección de reportajes sobre estos años de combate en Juárez, sus antecedentes, consecuentes, personajes, impactos, etcétera.
Con el estilo propio de cada autor, pero coincidiendo en un ágil manejo del lenguaje, con no pocos destellos literarios y de new journalism, este grupo de periodistas chihuahuenses, jóvenes en su mayoría, nos presentan 24 estampas vívidas de otros tantos aspectos de esta batalla que tan sólo en el estado de Chihuahua ha arrojado más de 8 mil muertos, casi 30 por ciento del total nacional.
En estas páginas podemos encontrar la génesis personal de algunos maleantes; también, varias crónicas del dolor y la destrucción de familias. Viajes al origen local del cártel, con sus personajes como La Nacha y las odas cantadas al contrabando. Reconstrucciones de pasajes diversos de la guerra sucia en contra de la población, por parte de Ejército y policías. Pruebas narrativas de la corrupción de éstos. Asimismo, el constante acoso de las fuerzas del orden sobre los adictos. Nostalgias de la ciudad bullanguera, abierta, liberal, con sus noches interminables, que les fue arrebatada a los juarenses. Rastreos del origen del feminicidio, y la negligencia en diseñar políticas públicas para prevenirlo y terminar con su impunidad. Cuidadoso y documentado seguimiento de los daños colaterales de esta guerra: cierre de negocios, migración a Estados Unidos.
Con ejemplos como el de este libro, el de muchas notas y reportajes, las y los periodistas de este país nos están mostrando nuevas formas de generar no sólo información, también conocimiento. Éste no tiene que esperar a la labor de los académicos y expertos. Se va construyendo en la calle, en el día a día, en la investigación que combina la vivencia directa del que investiga con la entrevista, el análisis de documentos, la participación en algunos hechos.
Y lo que va quedando claro es que la prensa en sus diversas formas ha reafirmado y adoptado nuevas funciones sociales en este contexto muy concreto, en esta coyuntura de violencia. La primera de ellas, visibilizar lo que los poderes fácticos o institucionales se empeñan en ocultar: el dolor y la destrucción generada por aquéllos; la colusión de unos y otros, los datos de los terribles efectos de esta guerra: asesinatos, secuestros, violaciones, incendios, exilios.
La segunda, cuestionar las versiones oficiales: los verdaderos alcances de las estrategias de seguridad pública, el nivel de la corrupción y la colusión de servidores públicos, los fracasos de los operativos.
La tercera, ofrecer el punto de vista de las víctimas: de las familias de las mujeres asesinadas o desaparecidas; de los torturados o aprehendidos injustamente; de quienes sufren el terror de los levantones, extorsiones y secuestros.
En medio del horror, de la violencia criminal o de las instituciones, la sociedad mexicana deja relucir de pronto destellos de las reservas éticas y creativas que mantiene y reproduce a pesar de quienes la gobiernan y quienes la atacan. Una de estas reservas es el compromiso moral y profesional de muchos trabajadoras y trabajadores de la información. Otro pequeño oasis en este interminable desierto.